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Columna
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De la forma y del fondo

Josep Ramoneda

Desde el primer momento, por lo menos en Cataluña, se ha impuesto la idea de que el encuentro de Carod Rovira con ETA había sido un error de forma pero no de fondo. Fue el propio Carod quien reiteró esta idea en defensa propia. Una idea que la comprensión expresada por Pasqual Maragall hacia la conducta de su ex conseller en cap, al que siempre ha reconocido la buena intención de su iniciativa, ha contribuido a consolidar.

Que el error fuera sólo de forma no debería ser forzosamente un atenuante, porque en democracia las formas son muy importantes. Pero, además, en este caso no sólo fallaron las formas, sino también el fondo. Tanto si se le concede -yo lo hago- como si se le niega el prejuicio de la buena fe, que Carod todavía no haya entendido (o no haya querido reconocer) la dimensión de su error es preocupante. Al fin y al cabo, las personas, como los partidos y como los países, sólo son capaces de progresar si mantienen vivo el espíritu de autocrítica.

Con el argumento del error de forma se quiere decir que la equivocación de Carod no fue dialogar con ETA, sino haberlo hecho ocupando el cargo que ocupaba. Pero este razonamiento se queda sólo en la superficie de los acontecimientos. Como miembro de un gobierno, Carod Rovira se debía al principio de lealtad exigible para que un colectivo de grupos diversos pueda gobernar con eficacia y buen sentido. Todos estaremos de acuerdo en que una visita de este tipo exige discreción. Pero la iniciativa era de tal envergadura y comprometía de tal modo al Gobierno del que Carod formaba parte que no podía tomarse sin el acuerdo del presidente. La deslealtad ya es, por lo menos para mí, una primera cuestión de fondo. Salvo que se entienda que el respeto socialmente exigible entre personas que comparten un proyecto no reza para los políticos. Del presidente a la institución: con su gesto Carod comprometía seriamente a la Generalitat, cuya imagen ha salido dañada. Tampoco es una cuestión de forma. Al mismo tiempo, Carod se comportaba de una manera claramente desleal con el conjunto de la democracia española: una iniciativa de este tipo no puede tomarse sin la conformidad de quienes tienen la responsabilidad de dirigir la política antiterrorista: el Gobierno español y el Gobierno vasco. Los errores políticos no quedan ahí. Carod Rovira parecía desconocer que ETA había cortado recientemente el debate sobre la tregua y que tarde o temprano su conversación saldría a la luz pública, por el propio interés de ETA o por conocimiento de los servicios de información españoles. La ignorancia no es excusa para el comportamiento de un político. Y si no había ignorancia entonces la responsabilidad aún es más grave.

En realidad, cuando se dice que sus errores fueron de forma y no de fondo, lo que se está diciendo es que Carod tiene razón en el hecho en sí: dialogar con ETA. Este es el gran equívoco que planea sobre Cataluña desde ya hace tiempo: el mito del diálogo con ETA, que en la manifestación contra el asesinato de Ernest Lluch se convirtió en consigna, como signo añadido al hecho diferencial catalán. Este lugar común necesita revisarse. El diálogo en abstracto es una bella palabra que nada significa si no se concreta. Y para ello hay que saber aprender del pasado, por ejemplo de Lizarra, "una experiencia irrepetible", como ha dicho Josu Jon Imaz, "porque entonces confundimos la paz con proyecto político". Si en este momento falta diálogo no es con ETA, es entre el Gobierno español y el Gobierno vasco, incapaces de ponerse de acuerdo para acabar con una organización terrorista más debilitada que nunca. Hablar por libre con ETA en la actual coyuntura es darle unas esperanzas infundadas de que hay algunos sectores en España que están dispuestos a echarle una mano, y es saltarse los cauces normales de la lucha antiterrorista. ¿En qué ha contribuido la conversación de Carod al final de la violencia? En nada. Esta es la evidencia del error de fondo. Sólo ha servido para que ETA después de romper la tregua tuviese una oportunidad de alardear de que desde Cataluña hay quien tiene comprensión por su problema. Este es el fondo del equívoco catalán: sectores significativos de la sociedad catalana, especialmente, pero no sólo, en ámbitos nacionalistas e independentistas, no han acabado de asumir nunca la condena de ETA. En Cataluña hay quien en el fondo piensa que están descarriados, que la violencia está muy mal, pero que a fin de cuentas son más de los nuestros que los que gobiernan en Madrid. Es decir, no quieren reconocer que ETA contiene un proyecto totalitario de carácter etnicista. Durante un tiempo este prejuicio fue heredero de la resistencia, ahora sobre todo se alimenta del imaginario nacionalista y del acto reflejo de reaccionar siempre contra todo lo que venga de Madrid. Un país sólo es realmente libre cuando sabe poner patas arriba sus prejuicios.

Esta dificultad para la autocrítica es la que puede arrastrar a Carod Rovira a la tentación populista. Hay cuatro claves recurrentes del populismo: presentarse como el político que dice las cosas por su nombre, que se atreve a romper con los tabúes (yo asumo lo que otros no osan: el diálogo con ETA, en este caso); presentarse como víctima del poder establecido por haber osado dar el paso (a lo cual contribuye poderosamente el linchamiento mediático organizado por el PP); presentarse como persona limpia y sin otros intereses que los desvelos por la patria (dando por entendido que los demás están de fango hasta las orejas) y apelar a la buena gente, es decir, a todos aquellos que no se dejan engañar por los demás partidos y sus contubernios. Si Carod Rovira, pillado en falso, busca su salvación en la huida populista habrá añadido otro error al error: meter a su partido y a Cataluña en un camino que sólo puede llevar a la marginación de Esquerra y a nuevos sobresaltos para el Gobierno catalán. Sigo pensando que si Carod quiere una segunda oportunidad no es ahora y con rabia que tiene que buscarla, sino después de un alejamiento de la escena, de una travesía del desierto que le permita reflexionar sobre su error y sobre qué significa un gobierno de izquierdas reformista.

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