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Columna
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Botánica

Manuel Vicent

Al iniciarse la primavera el maestro programó una excursión por el monte para mostrar a sus alumnos las plantas y las flores silvestres que estaban brotando. El maestro quería que conocieran sus nombres y también sus virtudes, tanto venenosas como medicinales. La brisa de mistral había dejado la mañana bruñida, con todos los perfiles de la naturaleza muy nítidos. En la ladera del valle el grupo escolar realizó la primera parada ante un lirio azul, también llamado flor de burro en otros lugares. El maestro abrió el libro de botánica y leyó en voz alta que el lirio azul, según la sabiduría popular, es una flor milagrosa cuyas raíces bien hervidas sirven para sanar la melancolía de los reyes y aligerar la sangre demasiado espesa de algunos mortales. Dicho esto, después de una breve observación, los alumnos siguieron camino por una senda de cabras. El maestro se detuvo ahora ante un manrubio, una planta muy propicia contra las piedras de vesícula y que también se usa para enramar las calles en las procesiones del Corpus. Luego se sucedieron a lo largo del sendero madroños, sorollas, zarzas, lidones, servas, corazones de palmito y otros arbustos con sus frutos ásperos y salvajes. Cada uno de estos ejemplares era descrito minuciosamente por el maestro con el libro abierto y los alumnos habían anotado también en sus cuadernos los nombres de otras hierbas olorosas, rabo de gato, salvia, orégano, orejas de rata, lengua de toro, menta y marialuisa. El maestro les propuso un caso práctico. Primero les leyó un fragmento de Homero donde se hablaba de las hojas de mirto con que se coronaba la cabeza de los héroes. El ejercicio consistía en que cada alumno se perdiera por el monte en busca de ese arbusto y sería ganador quien primero lo encontrara. A la hora en que los perfumes agrestes eran más intensos los escolares se fueron por distintos caminos y sus voces sonaban con tres ecos en el fondo del valle en medio de un silencio de abejas que sorbían el polen de los romeros. Bajo el sol de primavera, de pronto, se oyó un grito. El maestro supuso que el alumno más aventajado había descubierto el árbol de los dioses. Todos corrieron hacia él hasta agruparse en torno a un mirto, a cuya sombra permanecía medio enterrado el cadáver de una muchacha, rodeado de tábanos, colillas, latas de cocacola y algunas prendas íntimas ensangrentadas. El rostro de esa adolescente desaparecida estaba en todos los periódicos. Era una flor maravillosa que no venía en ningún libro de botánica.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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