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Columna
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El otro terrorismo

Ese otro terrorismo de las salas de estar, de las habitaciones interiores y las cocinas del infierno encendidas en medio de la noche, tan cinematográfico, tan hiperrealista, tan lejos de nosotros, acabará algún día, al paso que llevamos, por llamar a la puerta de nuestro domicilio. También el terrorismo patriótico de ETA estuvo, durante mucho tiempo, muy lejos de nosotros, aunque las bombas estallasen a un par de manzanas de nuestra casa; aunque los tiros en la nuca sonaran a unos metros de nuestras ventanas.

Ese otro terrorismo, contra el que de momento no se levantan demasiadas manos eficaces (incluida la mano de la ley, cuyo peso parece, de momento, algo escaso), está ocupando cada día más espacio informativo. Nos está salpicando cada día y, peligrosamente, convirtiéndose en género, en un género más de los expuestos en el mercado de los medios de comunicación de masas y en un género en sí (femenino) de ficción narrativa (eso es el terrorismo hasta que nos alcanza con su zarpa). En los últimos tiempos, el trágico goteo se ha convertido en un chorro sangriento de mujeres golpeadas, degollladas, violadas, asfixiadas, quemadas, vendidas, compradas, coceadas o lanzadas al vacío, como esa joven nigeriana muerta al caer de un cuarto piso en un barrio bilbaíno. Endurance se llamaba, que significa "aguante" en la lengua de Shakespeare. Su presunto asesino y esposo sigue llamándose Elvis, igual que el rey del rock. Endurance, que estaba embarazada de ocho meses, aguantó durante años, "por vergüenza, por miedo, por dependencia material", los malos tratos infligidos por Elvis, con quien tenía una hija de ocho años.

Antonia Santana (53 años, apuñalada por su ex marido en Las Palmas), María Isabel Ferrer (34 años, matada a golpes y metida en una bolsa de plástico en Palma de Mallorca) o la niña Natalia (siete años, asesinada en Tenerife por su propio padre como venganza contra su ex mujer), son las víctimas de estos últimos días, una ínfima parte de ese ejército inerme de mujeres que cada año perecen en el altar de lo que algunos denominan violencia doméstica. Una violencia sorda que se está convirtiendo en una enfermedad infectocontagiosa contra la que, hasta ahora, no hay vacuna eficaz. Claro que, de momento, el terrorismo de sala de estar no ha protagonizado, ni de lejos, campañas como las dedicadas a luchar contra el tabaco o, simplemente, contra los accidentes de tráfico.

Entretanto, la iglesia española esgrime esa estupefaciente pastoral según la cual la libertad sexual sería la causante de ese rosario de muertes. Es un chiste macabro constatar que muchas de las víctimas no han gozado jamás de libertad sexual ni de ninguna clase. Sólo la muerte ha sido para ellas, como para Endurance, una liberación.

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