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Columna
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La pregunta del día

Las navegaciones por Internet están llenas de momentos felices, y para alcanzar algunos de ellos no hay que llevar muy lejos la singladura. Últimamente participo con democrático fervor en esas encuestas que organizan, en sus ediciones electrónicas, la prensa escrita o las revistas digitales. De pronto, un suceso más o menos extravagante, más o menos horrible, alcanza primera plana informativa: un edificio de pisos se desploma en Carabanchel y mata a tres ancianos; un equipo de científicos israelíes consigue que pollos alterados genéticamente proporcionen leche de vaca; el ganador de una quiniela asesina a su mujer, a sus tres hijos y a su cuñada con una sierra eléctrica. Inspirada por tan amenos sucesos, la prensa electrónica organiza evaluaciones populares, siempre sustentadas sobre alguna pregunta que redireccione el problema hacia nuestro interés particular: ¿cree que es buena la calidad de la construcción en España?; ¿lograremos algún día que los pollos den también créditos hipotecarios?; ¿es partidario de la castración como pena accesoria en los casos de maltrato?

Uno puede participar o no en la clarificación de tales extremos, pero luego resulta sorprendente comprobar que, de entre las respuestas ofrecidas, la opción más descabellada, más estrambótica o más indecente es la que se lleva el gato al agua. Las mejores encuestas son esas que organizan algunos diarios digitales de estricta obediencia fascista e imposible maquillaje liberal. En ellas no puede decirse que las respuestas alternativas al problema planteado sean completamente inocentes, ya que todas vienen condicionadas por el mismo punto de vista. Así, si se preguntara, ¿Cree que el Gobierno nacional debería tener en cuenta la propuesta de modificación electoral del señor Rodríguez Ibarra?, el abanico de respuestas que podría manejar más de un diario digital podría ser el siguiente: a) Sí, basta ya de que la democracia soporte chantajes separatistas; b) Sí, pero elevando el coeficiente para la obtención de escaño hasta dejar fuera a los sociatas; y c) No, más que tenerla en cuenta, habría que elevarla a dogma de la Iglesia. Suelen ser encuestas bastantes divertidas, en las que el principal partido de la oposición resulta, para su descrédito, especial protagonista.

Claro que las mejores encuestas a este respecto son aquellas referidas a la cuestión vasca, un tema amenísimo y tratado desde las más variadas ópticas, hasta el punto de llevarnos al convencimiento de que las ópticas tienden a infinito. Por ejemplo, una pregunta referida al plan Ibarretxe. "¿Cuál es su opinión sobre el plan Ibarretxe?" Y las opciones ofrecidas podrían ser perfectamente las siguientes: a) A Ibarretxe habría que untarlo de brea y luego emplumarlo; b) Todos los nacionalistas deberían estar recluidos en las celdas de Guantánamo sometidos a una dieta de agua contaminada y bellotas podridas; c) El mejor vasco es el vasco muerto. Uno sospecha que, a la vista de las alternativas ofrecidas, la estadística final va a quedar un tanto sesgada, pero nada como acudir al gráfico de resultados para detectar los verdaderos sentimientos del innoble populacho, porque en este caso la opción más radical, más inconcebible, más sobrecogedora (por ejemplo, la opción c) recibe en el panel un respaldo abrumador, digamos que de un 70% o un 80%.

Estas evaluaciones del sentir del pueblo, realizadas por Internet, tienen una gran ventaja: son anónimas, y por tanto completamente sinceras. Incluso los organizadores aseguran que depuran las respuestas, supongo que eliminando aquellas que multiplica cualquier neurótico emitiendo desde un mismo ordenador cientos de respuestas a lo largo de una noche. De modo que no hay por qué dudar de su fiabilidad. Conviene ser prudente y no subestimar las energías internas de un pueblo, de cualquier pueblo convencido de experimentar un agravio nacional: puede en cualquier momento echarse a la calle, con ímpetu nacionalsocialista, y borrar del subconsciente cualquier atisbo de constitucional moderación.

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