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54º FESTIVAL DE BERLÍN

Nueva historia de amor de Patrice Leconte

Jack Nicholson está siendo en Berlín el rey de la fiesta. Un día antes de que comenzara el festival ya recibía un premio, la Cámara de Oro de una revista de televisión, también concedida a sus compañeros (y parece que no amigos) Tony Curtis, que va aumentando por días su aspecto de viejecita teñida, y Sylvester Stallone, con aire de boxeador que ha perdido el norte en una fiesta que no es la suya. Nicholson fue de nuevo la estrella presentando, con alegría y buen humor, la película Cuando menos te lo esperas, por la que sólo Diane Keaton ha sido nominada al Oscar, cuando nada desmerece Nicholson a su lado.

Por si fuera poco, en los títulos finales de esta película, el actor se atreve a cantar/recitar La vie en rose medio en francés, medio en inglés, versión que está siendo ya pasto de coleccionistas. El histrionismo de Nicholson, que tantos berrinches nos ha dado en el cine, como por ejemplo en El resplandor, de Kubrick, ha acabado siendo su principal encanto. Maneja sus excesos con la maestría de quien ni puede ni quiere evitarlos, con la sinceridad de un buen actor al que todo empieza a darle lo mismo. En Cuando menos te lo

esperas, de la joven directora Nancy Meyers, su personaje de viejo ligón de jovencitas, que se ayuda secretamente con Viagra, contiene, entre sus gestos desmadrados, la ironía y la ternura que sólo los grandes actores saben comunicar.

Estamos ante una película sobre el amor, al igual que las otras dos que compitieron ayer en Berlín, aunque cada cual con su corte propio. En los festivales no se suelen agrupar las películas por afinidades temáticas, pero las tres películas de ayer hablan del amor y otras soledades, como dijo Patino. De forma suavecita y moralista la de Nicholson-Keaton (alguien se ha sorprendido de que la película de una mujer puede tener atisbos de machismo). También suave pero con más temple de cine de autor, Confidencias demasiado íntimas, de Patrice Leconte (El marido de la peluquera, Ridicule) que cuenta, en decorados sombríos que al final se vuelven luminosos, la historia de una mujer que, atormentada por la pérdida de relaciones amorosas con su marido (Sandrine Bonnaire), visita a un psiquiatra, pero equivocada de dirección le acaba contando sus penas a un asesor fiscal (Fabrice Luchini), que no le desvela el equívoco y que acaba enamorándose de ella. Un inicio original, que acaba dando vueltas sobre sí mismo, prolongándose en exceso. Leconte tampoco ve los sufrimientos del amor con demasiada gravedad, incluso lo hace con un despreocupado acento parisiense, algo que quizás quiso imitar la americana Cuando menos te lo esperas, que acaba sus peripecias amorosas bajo la torre Eiffel en una romántica noche de lluvia.

La tercera película, Daybreak, de Björn Runge, sí que cuenta tres historias tormentosas en las que el abandono, la infidelidad y la mentira acarrean problemas más que serios. Como buena sueca que es, trata más bien del desamor. Sus tres historias presentan situaciones dramáticas con personajes insatisfechos y problemas de conciencia. Pero no hay que alarmarse: sus conflictos acaban bien. Finales felices. Da la impresión de que son películas que amagan pero no pegan. Cuando van adentrándose demasiado en los temas que tratan, dan un viraje, divertido o trágico, según el caso, para que no nos apartemos de lo que prefiere el mayoritario público de la televisión, que es, en definitiva, el que manda.

Sandrine Bonnaire y Patrice Leconte, durante la presentación en la Berlinale de su película <i>Confidencias demasiado íntimas.</i>
Sandrine Bonnaire y Patrice Leconte, durante la presentación en la Berlinale de su película Confidencias demasiado íntimas.ASSOCIATED PRESS

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