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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los buscadores de emociones

Recorto este anuncio del periódico: "El teléfono del adicto: 902 888 247". Puedes llamar si tienes cualquier duda relacionada con la ludopatía, compra compulsiva, adicción al sexo, trabajo, Internet o móvil. Llamo y voy.

La recepcionista del Centre Català de Tractament d'Addiccions Socials deja el libro de Agatha Christie que está leyendo y me hace pasar al aula de terapia para ludópatas. "La mayor prueba a la que se puede someter el adicto es no ponerse nunca a prueba", leo en una hoja colgada en la pared. Al cabo de un rato entran los participantes, cuatro hombres y una mujer. El terapeuta se queja. "De 15 que tengo en la lista, que vengan sólo cuatro...". Luego, propone que, ya que he venido yo, todo el mundo explique por qué está allí. Se dirige a un señor en camisa tejana. "Di, Luis, tú que eres el veterano del grupo...". Pero don Luis protesta. "No me parece bien, te digo la verdad. Ya hemos hablado de por qué estamos aquí". Me mira y añade: "Y no es por ti, ¿eh?". El terapeuta le da la razón y le pregunta a la mujer cómo ha ido la semana. "Muy bien. El sábado en el mercado me devolvieron dinero de más, pero la dependienta es tan estúpida que disimulé. Veinte euros. Me los podía haber gastado en la máquina, y mi marido, cuando me hubiese comprobado los tickets de caja, no lo habría notado. Pero se los di". Sonríe, se ajusta la diadema del pelo y se muerde los labios, pintados de rojo intenso. Don Luis le pregunta si su marido se alegró al saberlo. "No, él nunca dice nada". Un hombre muy elegante, con un broche de oro en forma de escudo sujeto al pullover, murmura: "No te dejan pasar ni una, pero cuando mejoras les da igual...". Al oírlo, don Luis le pregunta al hombre elegante si su mujer le sigue comprobando a diario el extracto de la cartilla. "Cada dos o tres días. Pero ella sabe que no sacaré nada, voy limpio". El terapeuta pasea por el aula: "Nuestra familia", declara, "tiene la obligación de desconfiar de nosotros". Pero los cuatro pacientes casi no le escuchan, enzarzados en una discusión apasionada. Don Luis asegura que si ahora recayera "no haría una bola de medio millón de pesetas como antes, sólo de unas diez mil". (La única que cuenta en euros es la señora). El hombre elegante también afirma que, con tal de no volver a pasar la vergüenza que pasó y de no ver llorar a su mujer, si se jugara una moneda, lo confesaría. En estas que se abre la puerta y entra otro terapeuta. Borra la pizarra y dibuja una máquina tragaperras. Escribe: "Consecuencia". Nos mira: "Olvidad las máquinas", declama. "La máquina no es el problema, es la consecuencia. Recaer es un estado anímico". Tacha el dibujo con un gesto enérgico. "Olvidad las máquinas". Y abandona el aula.

En el teléfono del adicto te atienden si tienes problemas con la ludopatía, compra compulsiva o adicción al sexo. Llamo y voy

Como la discusión se reanuda, el señor elegante me susurra, jovial: "Ya ves que nos damos caña, ¿eh?". Ahora, don Luis está diciendo que jugaba por placer y la señora, incrédula, le pregunta: "¿Me está diciendo que no se ha refugiado en la máquina?". Él le asegura que no. Que los problemas venían porque jugaba y que jugaba porque siempre le ha gustado. El terapeuta nos explica que don Luis es "un buscador de emociones" y a continuación se dirige al señor elegante: "Tú, en cambio, al quedarte en el paro...". Al hombre le centellean los ojos. "¡No! Nada de paro. ¡A mí me echaron! ¡No me gusta que me den rosas si son cardos! A mi no me gustaba jugar. Empecé por aburrimiento. Mi mujer trabajaba, mi hijo trabajaba y yo daba vueltas por la calle como un perro. ¡Pero si en Navidad vamos a un bingo con la familia y me aburro!". Don Luis, el buscador de emociones, le mira fijamente: "¡Dices que te aburres! Y yo te pregunto: ¿y si cantaras bingo?". El terapeuta, para poner paz, se dirige al señor elegante: "No veo bien que vayas al bingo. ¡No puedo consentir que actives el chip de la evasión del premio!". El señor abre los brazos fingiendo escandalizarse: "Hombre, Santi, cuando yo te veo a ti por la calle sí que me activas el chip. Eres tú quien me recuerda a las asquerosas máquinas". El terapeuta aprovecha las risas para dirigirse al participante más joven, que mira a los demás con escepticismo: "¿Todo bien? Ahora, al terminar, tú y yo haremos un individual".

Cuando salimos a la calle, don Luis vuelve a excusarse conmigo: "No era por ti, lo que he dicho antes". Y nos propone ir a tomar un cortado. En el interior del bar, nos sentamos de espaldas a la tragaperras. "Este que juega", me asegura don Luis refiriéndose a un hombre que echa monedas en la máquina, "por la manera de jugar, es ludópata". Y los demás afirman con la cabeza. "Aunque no mires, el ruido de las monedas al caer en la bandeja te está llamando", suspira el señor elegante, "y como la bandeja es metálica...". Cuando el camarero nos trae los cafés y la cuenta, todos me lanzan miradas de apuro. "Yo sólo llevo dos euros, es que tenemos que llevar el dinero justo", se excusa uno de ellos. Don Luis le ayuda: "Antes, mi mujer, si íbamos a cenar, me pasaba el dinero por debajo de la mesa, para que pagara yo. Pero ahora le digo que pague ella". El señor elegante le da la razón: "Y yo. El otro día me encapriché de una corbata y le dije a mi señora: 'Nena, cómpramela". Cuando le doy cinco euros al camarero para que se lo cobre todo, me lo agradecen con sonrisas llenas de dignidad.

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