"La música está en peligro por los individualistas"
Puede que fuera la fiebre, el caso es que Zoltan Kocsis (Budapest, 1952) parecía ayer más sulfurado de lo normal en mitad de una mañana madrileña azul y transparente. El pianista, director de orquesta y compositor ha vuelto a España a implantar más semillas de música húngara con dos recitales en los que ha mezclado a Liszt, Bartók y Kurtág con Beethoven, como hizo ayer en el Auditorio Nacional, donde actuó por cuarta vez en el ciclo Grandes intérpretes, organizado por Scherzo y patrocinado por EL PAÍS, en el que una vez más dejó huella con su carácter firme y su manera honesta de abordar su mundo.
No le teme a nada. Habla con total libertad de todo lo que le place. Reparte sopapos para las discográficas, los programadores, la escuela rusa, la educación, el papel de los artistas. Se ríe y se molesta por igual y agranda o empequeñece sus grandes ojos azules o los lunares de su mejillas según la intensidad del bombardeo. Empieza a hablar con tono profesoral sobre los músicos húngaros que lleva en su programa: "Liszt y Bartók están estrechamente unidos. El ideal bartokiano viene de Liszt antes de que éste entrara más en contacto con el folclore y la música francesa. Para Bartók, Liszt y Richard Strauss eran la auténtica modernidad", afirma. Eran genios abiertos, no cerrados, según su teoría. "Al interpretar a Liszt me siento mucho más libre que con Chopin, por ejemplo. La de este último son obras maestras, desde luego, pero encerradas en sí mismas precisamente por ser únicas, como también le pasa a Wagner. Por eso prefiero la música de los maestros pequeños, si se les puede definir así, son mucho más interesantes para la interpretación, más abiertos", afirma.
Sus raíces son profundas y le han marcado. Estudió en las academias Liszt y Bartók, con pianistas como Andras Schiff o Dezsö Ránki, y allí absorbió esencias que no se le evaporan: "El tacto para el piano, las proporciones, el tratamiento del tiempo y el mismo idioma estilístico", destaca. Ellos no niegan su pertenencia a una escuela, una forma de interpretación de la que se sienten orgullosos. Todo lo contrario a la escuela rusa, uno de cuyos principales rasgos es que sus miembros nieguen su existencia: "Es por su individualismo. Todos nos consideramos demasiado grandes para que nos incluyan en un grupo, pero mire, hay otro rasgo que nos diferencia a los húngaros de los rusos: nuestra cercanía a Viena. A los rusos no les gusta Mozart, es demasiado ligero para ellos, que se consideran demasiado grandes y profundos para ese estilo. Para ellos es... aburrido, ¿sabe?", comenta con un gesto no precisamente de admiración ante tal desprecio.
Pero no sólo le gusta hablar del pasado. Disfruta atacando el presente: "Hoy la música está en peligro por los individualistas. No hay estilos como hace 100 años: todo debe ser pasto del individualismo que hace tantas trampas", afirma. Además, cargamos con toda esa manía por el entretenimiento: "El entretenimiento se está cargando las cosas serias. Mire el elefante de las grandes discográficas: prefieren el marketing a la música. Por eso los auditorios están llenos y las tiendas de discos vacías. Porque a la gente le interesa la música, no la promoción", asegura. "Eso también hace que las discográficas pequeñas triunfen, porque detrás tienen gente que ama lo que hace".
Lo mismo que la manera de programar. "Hay que luchar contra ese sinsentido. Imaginar programas que tengan relación y conexión entre sí. Puede que parte del público no lo acepte y se vaya, pero los que se quedan, lo disfrutan mucho", dice. En eso y en muchas cosas más, Kocsis cree que los artistas también tienen su papel, su cometido: "¿Qué debemos hacer nosotros?", se pregunta. "Evitar la mediocridad y la basura", responde.
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