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Tribuna:LA PRECAMPAÑA ELECTORAL DEL 14-M
Tribuna
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En busca del votante perdido

La autora analiza por qué si los españoles se declaran moderadamente progresistas, el PP ha ganado las dos últimas elecciones.

Uno de los aparentes enigmas de la política española en los últimos años es el de entender cómo es posible que en un país en el que los ciudadanos son en su mayoría moderadamente progresistas haya ganado dos elecciones consecutivas un partido conservador. Teorías de la ciencia política predicen que en unas elecciones el votante optará por el partido que ideológicamente esté más próximo a su propia posición. Desde esta perspectiva, el PSOE no debería haber perdido ninguna de las elecciones puesto que el número de individuos cercano a sus posiciones ideológicas es superior al número de ciudadanos próximos al PP. En 2000, mientras que en la escala ideológica de 1 (extrema izquierda) a 10 (extrema derecha), los ciudadanos situaban por término medio al PSOE en el 4,4 y al PP en el 7,6, el 52,5% de los mismos se posicionaba en el área de la izquierda (entre el 1 y el 5), el 26,2 en la derecha (del 6 al 10), y el 21,3% no declaraba ideología. Éste es un caso muy claro en el que la realidad no se ajusta a la teoría, a pesar de estar ésta cargada de todo el sentido común. ¿Son entonces los españoles masoquistas por dejarse gobernar por un partido que no defiende sus ideas? ¿Cómo es posible que el PP gane elecciones fuera de su campo de batalla?

La primera explicación, la más obvia y sencilla, es que el PSOE compite con un partido a su izquierda que, por minoritario que sea, le arranca votos. El PP, por el contrario, no cuenta con contrincantes a su derecha. Esto no solamente modifica el reparto que se produciría de tratarse de un sistema bipartidista puro, sino que condiciona muy claramente las estrategias electorales de los principales partidos españoles. Sin un competidor a la derecha, el acercamiento del PP al centro implica pocos riesgos. Los votantes de extrema derecha pueden considerar al PP como un partido excesivamente moderado pero, al fin y al cabo, o le votan o se abstienen. Por tanto, la estrategia óptima para el PP es siempre ir al centro, más poblado que los extremos. No es evidente, sin embargo, decidir qué es lo que más le conviene al PSOE. Para moverse al centro, el partido debe estar muy convencido de la posibilidad de conquistar nuevos y extensos apoyos, pues los ciudadanos de izquierda que no quieran votar a un partido moderado tienen otra alternativa. Esto quizás contribuya a explicar por qué el PSOE tiende a ser algo más vacilante que su contrincante.

La ausencia de bipartidismo puro, sin embargo, no es el único factor que da cuenta de las victorias del PP en una sociedad moderadamente progresista. Con la excepción de las elecciones de 1993, el PSOE ha ido perdiendo progresivamente a largo de la década de los ochenta y de los noventa apoyos entre su electorado potencial, los ciudadanos que se declaran de izquierda (posiciones 3 y 4) o de centro izquierda (posición 5). Una parte de ellos ha optado por apoyar al PP y otra por abstenerse. De ahí, en gran medida, que la abstención tenga hoy en España un carácter tan marcadamente de izquierda. En 2000, la mitad exacta de los abstencionistas provino de las posiciones que van desde la extrema izquierda al centro izquierda, mientras que únicamente una décima parte se situó en la derecha. Los individuos sin ideología representaron el 40% restante.

¿Cómo se explica la renuncia de estos ciudadanos a votar por el partido ideológicamente más próximo? ¿Por qué estos electores permiten o contribuyen a las victorias del PP? A la hora de decidir su voto estos individuos se han dejado guiar por consideraciones no ideológicas. Por un lado, las encuestas revelan que en 2000 los ciudadanos de izquierda y de centro izquierda que votaron al PP u optaron por abstenerse valoraban mejor, por término medio, la gestión de los populares al frente del Gobierno que la labor del PSOE en la oposición.

Por otro lado, es posible pensar que la ausencia de debates sustantivos sobre cuestiones que tradicionalmente han discutido partidos ideológicamente opuestos, como la redistribución de la riqueza o el papel del Estado en la economía, haya contribuido a que en los electores de izquierda pesasen otras razones a la hora de decidir su voto. Desde 1993, los asuntos estrella han sido la corrupción, el terrorismo, los nacionalismos, la estructura territorial de España y los conflictos internacionales. A diferencia de cuestiones como la redistribución, en las que uno se hace muy bien idea de dónde situar ideológicamente a un partido de izquierda o a uno de derecha, ninguna de las cuestiones que ha protagonizado el debate político desde 1993 puede definirse en términos ideológicos. Esto es evidente en el caso de la corrupción: todos los partidos, al margen de su ideología, defenderán que hay que acabar con ella. Tampoco el nacionalismo o el terrorismo tienen vinculación con el eje ideológico: tanto la izquierda como la derecha puede ser nacionalista y tanto unos como otros quieren acabar con ETA.

A cualquier observador le puede resultar obvio que el PP ha seguido una estrategia deliberada a la hora de marcar la agenda política. Sabiéndose menos próximos a la mayoría de ciudadanos en el eje ideológico, los populares han rehuido la discusión de asuntos anclados en este eje. Esta estrategia ha dado sus frutos. Puede que en muchos de los ciudadanos de izquierda o centro izquierda que se abstienen o votan a la derecha haya pesado más la capacidad del PP para resolver el problema del terrorismo o para gestionar la economía, que la mayor distancia de este partido con respecto a cuestiones que tradicionalmente han diferenciado a la izquierda de la derecha.

Con vistas a las próximas elecciones, la prioridad del PSOE debería ser la conquista de su electorado potencial. Estos individuos son enormemente heterogéneos en edad, clase social y educación. También se distinguen en su ideología, pues no piensan de la misma manera los ciudadanos de centro izquierda, muchos de los cuales se consideran simplemente de centro (pese a su mayor proximidad ideológica al PSOE), que los ciudadanos de izquierda. En este grupo tan heterogéneo, sin embargo, destacan dos percepciones que quizás ayuden a perfilar dos tipos de votantes potenciales: aquellos que creen que los populares son mejores gestores que los socialistas y los que piensan que los principales partidos son, en sus políticas, más o menos iguales.

Habría sido interesante que los ciudadanos que se han resistido a votar al PSOE por estas razones hubiesen asistido a la presentación del programa económico del partido, cuyo responsable es Miguel Sebastián. Por un lado, datos rigurosos, pero por muchos desconocidos, indican que los populares no son buenos gestores. La economía podía haber crecido más de haberse aplicado mejores recetas. La productividad ha caído en picado. Y el Gobierno español puntúa pésimamente en los índices sobre injerencia del Estado en la economía, por detrás incluso de países como Jordania o Botswana.

Por otro lado, pese a que la prensa se ha centrado casi exclusivamente en destacar el apoyo del responsable del programa económico del PSOE a una política económica puramente ortodoxa, lo cierto es que ésta se distingue de la política perseguida por el PP. La diferencia fundamental está en que el PP no ha aprovechado el crecimiento para redistribuir, ni tampoco para hacer más dinámica la sociedad española. En términos relativos, el gasto social ha disminuido.

Ahora el PSOE debe hacerse oír entre los ciudadanos que le han dado la espalda. Por un lado, es necesario que los individuos de centro izquierda sepan que la gestión del PP no ha sido tan buena como muchos han creído. Por otro, el partido debe abrir los ojos a los votantes potenciales de la izquierda, insistiendo en que sigue habiendo diferencias ideológicas entre los partidos, no tanto en los instrumentos en los que basan su política económica, como en los fines que persiguen. La intervención de Sebastián en la presentación del programa económico engancha, a mi modo de ver, con un electorado potencial sumamente heterogéneo y permite superar el dilema de si el PSOE debe moverse hacia el centro o hacia la izquierda: "una política económica sin aventuras" pero con una "mejor gestión". Crecer, sí, pero para redistribuir: más inversión en sanidad y más "educación, educación, educación".

Belén Barreiro es politóloga.

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