_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Un Gobierno autista?

Me decía el otro día un colega de la prensa, con acerada e injusta ironía: "Es más fácil hablar con Colin Powell que con Alejandro Font de Mora". O sea, que le resulta más accesible el secretario de Estado norteamericano que el portavoz del Gobierno de la Comunidad. No es el único periodista que, en privado, se expresa en términos similares. Hace menos de un año, en cambio, los miembros del Consell hacían constante y pública exhibición urbi et orbi de sus presuntos méritos. Bastaba que alguno de la dormida oposición formulase un comentario levemente crítico para que saltasen a su yugular en perfecta formación, apabullándole con declaraciones a cuál más sonora.

Ahora, insisto, predomina el silencio. Quizás porque, como decía Churchill, la democracia es inevitablemente aburrida. Algún analista menos piadoso, sin embargo, me ha expresado un diagnóstico más cruel: "Se trata de un caso de autismo".

Ese término lo empleó Eugen Blueler por primera vez en 1919 para reflejar el alejamiento del mundo exterior de quien lo padece. Clínicamente, se explica como "absorción en la fantasía como escape de la realidad". Por su parte, la Enciclopedia Salvat que ofrece cada domingo este diario lo define como "desinterés por el mundo exterior, enclaustramiento patológico en sí mismo, en el propio y cerrado universo íntimo".

De entrada, afirmo ya que no tenemos un Gobierno de autistas. Lo malo es que en ocasiones podría parecerlo. La insuficiente comunicación de ideas y proyectos, de realizaciones y resultados, da oxígeno a una desmayada oposición que, si por ella misma fuera, se habría consumido ya en la más absoluta inanidad. Obliga, además, a los medios de comunicación de aquí y de allá a llenar espacio con temas escasamente beneficiosos para el Ejecutivo valenciano. Por ejemplo: ¿qué cuenta últimamente la prensa nacional sobre nuestra Comunidad como no sean las presuntas disensiones entre Camps y Zaplana o la imputación judicial de Carlos Fabra?

Por cierto, esa prensa resulta ominosamente más benévola con el francés Alain Juppé, condenado por sentencia firme y que sigue en su cargo, que con el presidente de la Diputación de Castellón, cuya dimisión exige con más inquina que argumentos jurídicos o políticos. ¿O es que no se acuerdan ustedes de Demetrio Madrid? Seguramente no y eso en sí mismo constituye todo un alegato. El señor Madrid, presidente socialista de Castilla y León, dimitió de su cargo en 1985 para hacer frente a un proceso judicial. Resultó exonerado de toda culpa; pero ya no pudo volver a su antiguo puesto ni, casi, a la política.

Pero hablábamos de la imagen que de la Comunidad Valenciana se percibe hoy día en el exterior. ¿Dónde está el otrora denominado lobby regional en la capital del reino, capaz de generar noticias positivas que revalorizaban hasta con exageración la puesta de moda de nuestra Comunidad? ¿Qué ha pasado este año en Fitur, donde se acaba de clausurar una edición con bastante pena y menos gloria? ¿Por qué se transmite la triste sensación de una forzada austeridad que podría llegar hasta a inhibir la inversión y el consumo?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

No quiero pecar de aguafiestas, pero tampoco sé muy bien dónde está la fiesta ni qué hay que celebrar. Tenemos unas cifras macroeconómicas mejores que las de nuestro entorno, un plan de infraestructuras que multiplicará el valor de lo invertido hasta ahora, proyectos inspiradores de ilusión como la futura Copa del América de Vela, un empresariado imaginativo y audaz... En cambio, insisto, hemos caído en una especie de atonía que no puede justificarse, ni mucho menos, por el paréntesis electoral hasta el 14 de marzo. Algo de eso sucede, por ejemplo, con la valoración de las listas de candidatos del Partido Popular. Llevados de la ausencia de espíritu positivo que nos caracteriza, los periodistas dedicamos nuestro esfuerzo a analizar el sedicente carácter zaplanista del listado, sin detenernos a considerar las posibles cualidades parlamentarias de gentes como Fernando Castelló o Miguel Barrachina, entre otros, que podrán renovar enérgicamente desde las Cortes el desvaído lobby valenciano.

El último y preocupante síntoma si no de autismo sí de provincianismo sería demonizar la aportación foránea a nuestra tierra tras la reciente destitución de Joaquín Hinojosa al frente de Teatres. Si esta Comunidad se ha desarrollado en los últimos tiempos ha sido, entre otras razones, por acoger el talento foráneo, viniere de donde viniere, sin pedirle pedigrí localista alguno. Cambiar ese criterio por no sé qué reivindicación de señas de identidad autóctona sí que sería un peligrosísimo síntoma, pero esta vez de una patología nacionalista de la que hasta ahora parecíamos felizmente vacunados.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_