Han de Islandia
Jaime Gil de Biedma lo rebautiza, en Diario del artista seriamente enfermo, como Han de Islandia. Dice de él que tiene una vitalidad "de pillete hiperbóreo" y cuenta alguna de las magnas borracheras que agarraba en la mítica casa de la calle de Felipe Gil, en el barrio del Putxet, donde el llamado Grupo de Barcelona tenía su centro de operaciones, su taller literario y su almacén principal de ginebra. Los Barral, Ferrater, Castellet, Salinas, Gil de Biedma y compañía quedaron sorprendidos desde el primer momento por la energía de aquel fornido islandés -1,90 metros, rubio, ojos claros- que con 24 años aterrizó en la Barcelona gris de la década de 1950 y se dejó fascinar por la cultura española en general y por aquel grupo de jóvenes escritores en particular. Han de Islandia se llama en realidad Gudbergur Bergsson y está considerado como uno de los más importantes escritores de Islandia. Actualmente vive en Madrid, en compañía de su inseparable Jaime Salinas, y figuran en su largo currículo varias novelas elogiadas por la crítica internacional (Kundera habló muy bien de El cisne) y una traducción al islandés del Quijote. En su último libro, La magia de la niñez, Bergsson vuelve a la casa de sus padres, en un remoto pueblo pesquero de Islandia, para enfrentarse con su pasado y con el complicado mundo de las relaciones familiares.
El escritor islandés Gudbergur Bergsson aterrizó en la Barcelona de los años 50 y se dejó fascinar por la cultura española en general
Más allá del Bergsson escritor, sin embargo, está el Bergsson personaje, con muchos recovecos y con una personalidad compleja. Hace tan sólo unos días estuvo en Barcelona, siguiendo el rastro de Bergsson, la periodista islandesa Helga Brekkan, que lleva años preparando un documental sobre el escritor. "Gudbergur Bergsson me gusta porque es un buen escritor", explica. "Pienso que es un buen candidato para el Premio Nobel. Por otra parte, desde hace años tiene una afición muy interesante: la de filmar con una cámara de ocho milímetros algunos momentos históricos, como la Revolución de los Claveles en Portugal, en 1974, o la muerte de Franco, en 1975".
Helga Brekkan me pasa algunos fragmentos del reportaje que tiene en marcha. Son imágenes con toda la fuerza de la espontaneidad: ondear de banderas en Portugal, rostros ilusionados, portadas de diarios con noticias históricas, colas ante el féretro de Franco... "Bergsson me ha contado que filmaba esas imágenes para él, consciente de que estaba ante unos hechos de gran importancia, pero pienso que es bueno recuperarlas para el reportaje", explica Brekkan. "Por un lado, tienen fuerza por sí mismas, y por el otro, creo que ayudan a completar la visión de ese complejo escritor".
Cuenta Bergsson en el reportaje que cuando viaja a otro país no le gusta hacerlo como turista, sino conociendo a la gente y entrando a fondo. Su larga estancia en España es un buen ejemplo de lo que dice. Llegó en los años cincuenta, con la intención de pasar un tiempo aprendiendo castellano, y aquí se ha quedado. Bergsson es ya, de hecho, medio español, aunque cuando se acerca el verano le guste regresar a su vieja casa de Grindavik para admirar la luz inigualable del duro paisaje islandés. Bergsson vive en la dualidad: tiene algo de español y mucho de islandés, y también revela en el reportaje una extraña capacidad: "Puedo hacerme invisible con un método que no puedo explicar", dice con aire enigmático. "De este modo he podido meterme en manifestaciones y cargas policiales sin temor a ser herido. Esto no es sólo porque estoy a la vez muerto y vivo, sino porque pertenezco a dos mundos distintos. Estoy esperando el momento de la muerte para ver qué pasa. ¿Se mezclarán los dos mundos en uno?".
No hay que extrañarse del halo de misterio que desprenden las palabras de Bergsson. Es algo que de algún modo va ligado a Islandia, una isla por la que, según sus habitantes, campan los elfos y los espíritus de los antepasados. Otro escritor islandés, Hallgrímur Helgason, me contaba hace unos años que a los islandeses les gusta mucho viajar, incluso vivir en el extranjero por un tiempo, pero que necesitan regresar a su país de vez en cuando. Quizá porque son pocos (sólo 280.000) o quizá porque saben que no hay nada comparable a la experiencia de vivir en una isla volcánica. "Cuando vivía en Francia", decía Helgason, "tenía la impresión de que el paisaje que tenía alrededor no había cambiado en los últimos 500 años. En Islandia es muy distinto. Sientes que la tierra está viva y que surge del interior una fuerte energía creativa".
Como prueba de esta energía única, vale la pena recordar que hace tan sólo 40 años, en noviembre de 1963, una erupción volcánica causó el surgimiento de una nueva isla, Surtsey, frente a las costas de Islandia. Helga Brekkan acaba de hacer un apasionante reportaje sobre la isla en el que puede verse cómo surge la humareda del mar, cómo la lava entra en contacto con el agua y cómo se esparce una lluvia de cenizas que parece anunciar el fin del mundo. "La erupción duró cuatro años, entre 1963 y 1967, y la isla tiene ahora poco más de un kilómetro cuadrado", me explica. "Está vedada a los turistas, pero es un territorio ideal para los científicos, que allí pueden estudiar cómo surge la vida en una tierra recién nacida. Yo tuve la oportunidad de pasar una noche en la única casa de la isla y, aunque no creo en estas cosas, sentí que estaba poblada de espíritus. Al no haber presencia humana, deben sentirse más a sus anchas".
Mientras contemplo las bellas imágenes de la isla, pienso de nuevo en Bergsson y en su misteriosa dualidad. Tanto el personaje como sus libros tienen también algo de esa isla que surge de la nada en medio del mar, de esa extraña fuerza creativa que, en un lugar remoto de Europa, parece contagiar a todos los islandeses.
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