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Columna
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Costes y sobrecostes

Cuando un asunto se generaliza, más allá de una definición precisa, necesita de una taxonomía, de una clasificación que nos permita comprender el fenómeno en toda su amplitud. El volumen y la extensión de los sobrecostes en las obras y adjudicaciones de servicios públicos está alcanzando unos niveles, que a falta de rigor presupuestario requieren una precisa catalogación. No hay día en que los medios de comunicación no recojan alguna información al respecto. Tal es así que podría empezar a establecerse una tipología de los sobrecostes.

El primer taxón, el primer tipo de sobrecoste, sería el raíz, el que afecta a la tierra. El lunes saltaba la noticia de que la Generalitat tendrá que pagar ochenta millones de euros más por los terrenos que expropió el Gobierno de Eduardo Zapana para construir Terra Mítica y sus instalaciones complementarias. En este caso el encarecimiento es fruto de una serie de sentencias, según las cuales debían de haberse pagado los terrenos como suelo urbanizable y no como rústico. Por lo que de consolidarse esa tendencia jurisprudencial están garantizados nuevos sobrecostes por los terrenos del aeropuerto de Castellón y de la Ciudad del Cine de Alicante.

Luego habría un segundo arquetipo de sobrecoste al que podríamos denominar sobrecoste de ejecución. Aquí tampoco son ejemplos lo que faltan. Dejando de lado la paradoja de que hubiera graves sobrecostes en la construcción de la Ciudad de la Justicia y a falta de que Ana Noguera destape todo el asunto de Giegsa, la empresa pública que debería estar construyendo los colegios valencianos, el sobrecoste más monumental es el Palau de les Arts. En marzo pasado, la Generalitat llevaba gastados en este edificio de Santiago Calatrava 160 millones de euros, mucho más de lo que costaron la rehabilitación del Teatro Real de Madrid (126 millones), las reconstrucciones del Liceu de Barcelona (114 millones) y de la Fenice de Venecia (90 millones), o el recientemente inaugurado auditorio de Tenerife, obra del propio Calatrava que ha costado menos de la mitad (72 millones) del que está construyendo en su tierra. Con la inestimable ayuda del Gobierno valenciano, Calatrava está consiguiendo en este asunto una auténtica proeza, hacer de su obra una work in progress, si no en lo arquitectónico, al menos, en lo presupuestario.

El tercer espécimen sería el sobrecoste por transferencia, que es el que se produce en la gestión privada de determinados servicios de origen público. Aquí habría que hacer varias subclasificaciones. Sobrecoste mítico, que toma su nombre del famoso parque temático y sus operaciones acordeón a costa de las cajas de ahorro y de los contribuyentes. Sobrecoste paraíso, el de las no menos famosas promociones de Julio Iglesias con pago de facturas en paraísos fiscales. Sobrecoste lucro constante, que es el censurado por la Sindicatura de Cuentas por los 25 millones de euros adicionales pagados irregularmente por la Generalitat al hospital de Alzira en concepto de lucro cesante. Un modelo que próximamente veremos exportado al aeropuerto de Castellón.

Hay que advertir que estos prototipos no son excluyentes, antes bien los sobrecostes pueden ser complementarios para mayor regocijo de unos y otros concesionarios. Y además, de momento, sin coste electoral.

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