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A vueltas con el iberismo

Tópicos y realidades, hechos y mitos, se entrelazan desde hace siglos en la relación Portugal y España. Es cierto que, entre otros países europeos, estas relaciones de amores y desamores, de convergencias y divergencias, incluyendo invasiones y guerras, no son únicas y nuestra historia común nos da muchos ejemplos. Pero, sin duda, nuestra proximidad geográfica, incidencias históricas seculares, proyección ultramarina y otros factores han hecho más constante, intensa y polémica esta peculiaridad de encuentros y desencuentros, displicencias y enemistades. La complejidad peninsular, así, en donde cercanía y distancia conviven, afectará tanto al mundo cultural como al político y económico.

Muchas son las explicaciones que se dan, y han dado, a este fenómeno ibérico. Un ismo, con distinta percepción y valoración, el iberismo, permitiría seguir esta línea azarosa de entendimiento o conflictividad. Eduardo Lourenço, José Saramago o Manuel Alegre, exponentes cualificados en nuestra contemporaneidad, con los que departí muchas veces esta cuestión, coinciden en algo generalizado y asumido: la identidad cultural portuguesa, pionera del Estado-nación, aparece como un resultado de dos condicionamientos: hacia el exterior, el mar; hacia el interior, Castilla: el océano sin frontera y la única frontera terrestre española. Salir de este enclaustramiento, ampliarlo o revisarlo llevará años y exigirá reflexiones múltiples: en Saramago, hacia un transiberismo; hacia un común encuentro con Europa, en Lourenço; y, en dos grandes poetas, Miguel Torga y Manuel Alegre, con un clasicismo realista, replantear un neo-iberismo, y que ya, en su día, iniciaron Unamuno y Teixeira de Pascoaes, el modernismo y el futurismo: Galicia, en este sentido, será una adelantada ("portugueses del Norte", en Pessoa; "gallegos del Sur", en Castelao y Risco). Hace años, más de una década, César Antonio Molina, lusista convicto, en un excelente libro, Sobre el iberismo, sistematizará con agudeza este tema recurrente.

Si la literatura y los sectores académicos, de forma gradual, han ido rompiendo barreras y asentando una cultura de entendimiento, en el ámbito económico -por exigencia ineludible europea- esta convergencia se evidencia día a día. La autarquía y las secuelas interesadas no es que sean anacrónicas, es que ya no tienen sentido en cuanto pertenecemos de pleno derecho a la Unión Europea (Portugal y España) y estamos inmersos en la globalización ascendente. Todo ello es positivo. Sin duda, porque las inercias o los intereses particulares siguen teniendo ocasionalmente vigencia, surgen voces críticas de nacionalismos extemporáneos que pretenden renovar la vieja tradición tópica del "enemigo invasor". Teniendo en cuenta, en este orden de cosas, ponderadas llamadas de atención, como recientemente las del presidente Jorge Sampaio, en Madrid, o las del príncipe de Asturias, en Lisboa, el proceso del mercado ibérico, por su lógica del mercado europeo, es no sólo irreversible, sino también útil para la modernización, desarrollo y bienestar de nuestras comunidades diferenciadas peninsulares. Con todo, desde esta lógica del mercado sin fronteras y de la no menos acentuada lógica de la globalización, su funcionamiento debe, por supuesto, tener coherencia, pero no excluir ajustamientos y correcciones adecuadas: así, la simple competitividad necesita adaptarse a nuestras peculiaridades y a un sentido solidario peninsular: no provocar desnivelaciones que distancien globalmente el proceso de homogeneización.

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¿Cómo se ha entendido políticamente esta relación hispano-portuguesa y, en general, el fenómeno polivalente del iberismo? También mucho se ha avanzado en nuestra contemporaneidad, desde el precursor Oliveira Martins hasta historiadores actuales (entre otros, Fernando Rosas, Oliveira Marques, Megarrinha, Pedro Vicente, Manuel Loff). Y, también, entre nosotros, muy cualificadamente, Hipólito de la Torre y Josep Sánchez Cervelló. Desmitificar es, así, un buen punto de partida.

Dentro de estas coordenadas políticas, de visualizar genéricamente esta relación compleja, quisiera situar un libro, de fácil lectura, que acaba de salir a la calle: Os espanhois e Portugal, cuyo autor es José Freite Antunes, periodista graduado en la Complutense madrileña, historiador con publicaciones polémicas y antiguo colaborador de Anibal Cavaco Silva. Antunes, en su libro con más de 700 páginas, se desliza con astucia, y con algunas solapadas maldades, ingenio combinatorio por todo el siglo XX luso-español, inter-relacionando escenarios, internos y externos, personajes y hechos importantes. Con una perspectiva desinhibida, mezcla distancia personal (siempre relativa) y minuciosidad de fuentes: entre el periodismo incisivo de investigación e historiador político cáustico. Libro que indica muchas lecturas, visitas a archivos y registro de testimonios, aunque estos últimos deberían datarse siempre. No elude juicios valorativos, pero tiende más a enfoques descriptivos, que no significa que sean todas las veces neutrales o bien contrastadas. Obra, pues, interesante, que será polémica, y cuyas conclusiones generales llevan al mismo proceso de clarificación y entendimiento de la complejidad peninsular.

Desde luego, la pretensión de Antunes es narrar la relación política ibérica, sus vaivenes y causas, en los distintos momentos de la centuria pasada. Conjunto de cuadros históricos en donde aparecen regímenes y personas: Primera República portuguesa y monarquía de Don Alfonso, algo proclive este último a una actitud de iberismo anexionista; dictadura militar, con salazarismo inmediato, y Segunda República española, en donde se producirán dos fenómenos iberistas, de distinto signo: renacer un iberismo democrático fraternal entre el exilio portugués y el republicanismo español en el poder (A. Costa y M. Azaña) y, al mismo tiempo, otra convivencia singular: la conexión de una parte de la extrema derecha española, monárquica y golpista, con el integralismo lusitano y sus variedades (Acción Española, Saldanha, Rolao Preto); salazarismo-caetanismo y franquismo emergente y después consolidado: recelos y desprecios mutuos entre Franco y Salazar, pero aliados objetivos, y, más tarde, la amistad política y personal, en el esquema de la tecnocracia autoritaria católica, entre Caetano y López Rodó (este último se conmoverá cuando Caetano, ya en el exilio, pierde la fe católica); y, en fin, caetanismo tardío y Revolución portuguesa y, por parte española, el inicio de una colaboración entre los socialismos peninsulares: Mario Soares, primero, con el PSP (Tierno, Morán, Morodo) y luego con el PSOE (Felipe González, Alfonso Guerra) y también Capitanes de Abril y la UMD española.

Restauradas y consolidadas las democracias en la Península, integradas en Europa, los presidentes de la República portuguesa (Costa Gomes, Spínola, Eanes, Soares, Sampaio), militares y civiles, avanzarán en una estrecha relación política de entendimiento y cooperación. Actitud correspondida por parte española: por razones vivenciales (exilio en Estoril de Don Juan y de Don Juan Carlos de Borbón) y con convicción profunda racionalizada. Y, de igual modo, a nivel de primeros ministros, al margen de su adscripción partidista, la inter-relación cooperadora ha sido y es fluida y constante: Soares / Pinto Balsemao / Suárez / Calvo-Sotelo, Felipe González / Anibal Cavaco / Aznar / Guterres / Durão Barroso.

Si, a lo largo de un siglo, encuentros y desencuentros, fueron las notas dominantes, en la actualidad -y cara al futuro- la convergencia es, y normalmente deberá ser, la tendencia que prevalecerá: lógica del mercado, globalización cultural, homogeneización europea, alterará, y positivamente, la relación hispano-lusa, y desde el horizonte utópico -utopía europea, utopía ibérica- conseguiremos una enriquecedora cultura ibérica e, incluso, articulaciones cooperativas políticas nuevas: un destino ibérico común. El gran Miguel Torga, en sus Poemas ibéricos, nos recuerda siempre: "Tierra desnuda y de tamaño tal / que albergó juntos al Viejo y al Nuevo Mundo / que da cobijo a Portugal y a España / y a la alada locura de su Pueblo".

Raúl Morodo es ex embajador de España en Lisboa.

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