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Columna
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Contra las noticias

Rafael Argullol

Vivimos una extraña esquizofrenia gráfica según la cual nos sentimos atraídos por los grandes titulares, pero dependemos de la letra pequeña. Pocas veces leemos la letra pequeña que nos informa cómo actúa un medicamento o funciona una máquina y, con frecuencia, tampoco aquella que afecta a contratos o a transacciones económicas, pese a la importancia que éstos pueden tener en nuestro futuro. Compramos todo tipo de productos sin prestar atención a las engorrosas informaciones que los acompañan, confiados como estamos a la magia de los grandes rótulos. Y nuestra vida pública reproduce nuestros comportamientos privados: seguramente todo sería completamente distinto si los ciudadanos eligieran no según las consignas y los anuncios, sino tras una cuidadosa lectura de los diversos programas.

Reconozco, sin embargo, que en ningún lugar me llama tanto la atención el choque tipográfico como en la prensa, hasta el punto de que muchas veces leo los periódicos -cuando los leo- en dos lecturas sucesivas, una dedicada a los titulares y otra a la letra pequeña de la noticia. Naturalmente, así es más fácil identificar la mayor o menor seriedad de un periódico, inversamente proporcional a la mayor o menor distancia entre los contenidos de uno y de la otra. En la veracidad ideal ambos coinciden.

Pero coinciden poco, o al menos esta es mi percepción, quizá por desconfianza desde que, siendo primerizo e inexperto lector de periódicos, aseguré a mis amigos del colegio que una nave de origen desconocido había cruzado el cielo de Siberia, según informaba en un gran titular el principal diario de la ciudad de aquel entonces. Tal vez con la excitación olvidé leer una parte de la noticia, hacia el final, en la que se decía que, además de un visitante extraterrestre, aquello podía ser un avión espía -estábamos en plena guerra fría-, o una aurora boreal, o una ilusión de contempladores poco ilustrados, y que, en definitiva, no estaba nada claro que una nave de origen desconocido hubiera sobrevolado Siberia. Como no hubo nuevas noticias sobre el acontecimiento, mis amigos se burlaron de mi credulidad y yo me propuse no dejar nunca más que los titulares vampirizaran la letra pequeña.

Quizá por eso no soy un lector, sino un doble lector de periódicos, y quizá también por esa inclinación un poco exótica siento especial repulsión ante noticias como la aparecida en un diario barcelonés -curiosamente el mismo de la nave siberiana- el lunes, 19 de enero de 2004. Titular, con letra grande: "El adulterio empujó a la primera mujer bomba de Hamas al atentado suicida"; entradilla, con letra intermedia: "El marido la acompañó hasta la frontera y el amante le entregó el cinturón explosivo"; luego seguía la letra pequeña en cuatro columnas, y una foto de tamaño considerable en la que aparecía la suicida palestina armada con un fusil: Rim Al Reishe tenía 22 años y era madre de dos hijos pequeños.

Era difícil albergar dudas sobre el malditismo definitivo de esa mujer que a los horribles atributos anteriores, suicida, terrorista, asesina (habían muerto cuatro soldados israelíes en la acción), mala madre (tenía dos hijos pequeños), añadía ahora otro, adúltera, que bien a las claras resumía su conducta. El titular era terminante: el adulterio empujó a Rim; la entradilla era truculenta, con el marido engañado acompañándola hasta la frontera del crimen y el amante cómplice entregándole el cinturón explosivo.

Por fin el lector estaba bien informado. En el trágico acto de Rim no contaba tanto la muerte de las víctimas israelíes y el dolor de sus allegados, ni la muerte de la muchacha palestina y el dolor de los suyos, ni la dramática evolución del conflicto de Oriente Próximo, ni la desesperación de tantos, ni el delirio fanático de muchos, ni el horror (aquel horror conradiano) que acaba por desfigurar toda conciencia ni, por supuesto, los cuerpos rotos de la suicida y sus víctimas, no; lo que realmente contaba era ese adulterio que la "empujó" al crimen.

Para quien no leyera la letra pequeña de la noticia ésta era totalmente concluyente. Claro que, aun sin leerla, algún resistente mental hubiera podido preguntarse por la cadena de adulterios que, únicamente considerando los protagonistas reunidos alrededor de aquella página, podía concebirse, además del supuesto de Rim. ¿No había, tal vez, adúlteros entre los compañeros de armas de la muchacha sin que nunca, en noticias similares, se hubiera aludido a la cuestión? ¿Y entre los militares israelíes? ¿Y entre los políticos palestinos o hebreos? ¿Y entre los americanos o los europeos? ¿Y entre los corresponsales que transmitían las noticias? ¿Y entre los tipógrafos o los directores de periódico? ¿Y entre los lectores? ¿ A cuántos "empujaba" el adulterio? Sólo, al parecer, a la definitivamente maldita Rim, a la que el lector de los titulares de aquel día recordaría, sobre todo, como la adúltera Rim.

Sin embargo, para el lector que descendía a la letra pequeña la sorpresa era mayúscula ¿Qué ojo había asistido a la intimidad de esa mujer y a la de su marido, qué la condujo al viaje fatal, y a la de su amante, qué le proporcionó el arma del crimen? Tras repetir por tercera vez que Rim era una adúltera el corresponsal del periódico en Jerusalén daba las únicas fuentes de la noticia: "Así lo afirman fuentes de la inteligencia israelí citadas en el diario hebreo de mayor tirada Yediot Ajaronot". O: "El Ejército israelí descubrió que Rim mantuvo un romance extramatrimonial". Fuentes tan objetivas como las que aseguraron que los marcianos volaban sobre Siberia.

Titular: "Contra las noticias". Letra pequeña: "contra determinado tipo de noticias y contra sus propagadores".

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