La épica o la estética

La Copa siempre había ayudado al Barcelona a pasar las penalidades de la Liga de la misma manera que la Recopa le permitía competir a un buen nivel en Europa. Una buena parte de la fama que se ha ganado el club le viene dada por su tradición copera y la capacidad para movilizarse en las finales. El fútbol se sorprendía en cada convocatoria azulgrana. La exhibición de la hinchada le daba tal poderío que los jugadores extranjeros se sorprendían cuando al llegar al Camp Nou sólo contaban una Copa de Europa. El peor de los equipos barcelonistas sabía manejarse en aquellos mano a mano. Eran tiempos de épica.

El nuevo marco competitivo devaluó la Copa y la Recopa ya ni siquiera existe, de manera que un cuarto puesto en la Liga es más apetecible que cualquier trofeo menor, salvo cuando a un equipo, como es el caso del Barça, le van contando los años que lleva sin ganar nada después de haber arramblado con todo en tiempos de Cruyff. El gran mérito de Cruyff fue sustituir la épica por la estética. No había equipo más guapo ni que jugara mejor que el dream team hasta que Romario le puso el punto final.

El despido del técnico holandés fue tan sangrante que desencadenó una guerra civil entre nuñistas y cruyffistas que devoró a Robson y Van Gaal, a Ronaldo y Rivaldo, sin reparar en Copas ni en Ligas. La elección de Laporta abonaba el regreso encubierto de su amigo Cruyff por la misma regla de tres que Gaspart fue toda su vida vicepresidente de Núñez. Ocurrió, sin embargo, que la victoria del nuevo presidente fue tan rotunda que se interpretó como un signo de que el barcelonismo quería caminar en una dirección contraria a la que iba.

Laporta simbolizaba el cambio más radical posible y, ciertamente, a día de hoy, la gestión del club es diferente, singular a veces y chocante normalmente con el aparato que dejaron las anteriores juntas. El equipo, por el contrario, es el mismo de siempre, como si el vestuario continuara ajeno a cuanto ocurre en las oficinas, con independencia de quien gobierne. La junta empieza por excitar a la hinchada con un surtido de fichajes y, a la que se cuentan tres derrotas, los futbolistas nuevos parecen viejos, el entrenador se extravía en cada partido, el equipo se torna malo y el presidente no sabe a qué atenerse. Impecable en la campaña electoral, la acción de gobierno de Laporta es muy discutible en la parcela deportiva: ha incorporado a ocho jugadores, ha regalado a muchos suplentes del curso pasado y se ha olvidado de un delantero centro.

Pero, de la misma manera que sería contraproducente que la eliminación copera desencadenara el habitual proceso de erosión a la directiva, tampoco es razonable plegarse de manos con el entrenador y renegar de los futbolistas. Aun cuando la plantilla no alcance para disputar la Liga, es suficientemente buena para eliminar al Zaragoza. De ahí, el desasosiego de la hinchada: si el resultado ya es inexplicable, sea cual sea la alineación, la foto final del partido retrata el desvarío del equipo. El Barça acabó en La Romareda jugándose el pase a una de las semifinales de la Copa, el torneo que parecía más a su alcance, con Valdés, Reiziger, Oleguer, Márquez, Van Bronckhorst, Gerard, Cocu, Xavi, Luis García, Luis Enrique y Saviola.

Una parte de culpa recae en la fatalidad, consustancial a la entidad, más que nada por la baja de Puyol y la lesión de Kluivert. El entrenador, sin embargo, agravó el asunto con una decisión que castigó al equipo, pues empeoró con cada cambio, y cuestionó la política del club: retiró a Ronaldinho y Davids, símbolos de los fichajes de verano e invierno, estandartes mediáticos de la junta. Puesto que los futbolistas no están en forma, al entrenador le ha dado por jugar al 1-0 (Athletic, Sevilla y Zaragoza), un mal negocio cuando tampoco se tiene espíritu.

Llegados a tal punto y falto de personalidad como está el equipo, quizá sería menester revisar el concepto futbolístico, así que habrá que decidirse por la Copa de la UEFA o por la Liga, por la épica o por la estética. O, si no, el próximo paso será convertir en malo a Ronaldinho. Y, si en la lógica futbolística del proyecto Laporta el brasileño es intercambiable en un partido como el de Zaragoza, puede que en el Barça ya no haya nadie imprescindible.