Muestra de raras aves

La novela La mujer de Wakefield (Tusquets, 2000), de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964), era un remake del cuento genial de Nathaniel Hawthorne, escrito en 1835. La historia se narraba esta vez desde el punto de vista de la esposa del enigmático Wakefield, que durante casi veinte años abandona su casa para espiarse desde un hotel ubicado en la misma manzana. La novela funcionaba como un negativo del relato del escritor norteamericano, quien a su vez declaró haberse inspirado en una nota de periódico publicada en Londres hacia 1820. Había otro rodeo en ese movimiento: en Otras inquisiciones (1952), Borges dedicó uno de los escritos más largos de toda su obra al análisis de Wakefield de Nathaniel Hawthorne. En lo cuentos que componen Los pájaros se puede apreciar, ahora, el origen de Berti como autor de ficción: se trata de una reedición revisada de su primer libro, publicado originalmente en Buenos Aires en 1992. Aparece en ellos una economía distinta, más ágil, y una idéntica atracción por las situaciones inquietantes, con un equilibrio deliberadamente precario entre realismo y carácter fantástico. El sutil sesgo cómico de la mayoría de estos cuentos proviene, precisamente, de una meditada intoxicación de inverosimilitud en el desarrollo de cada trama.

Berti juega a desviar la lógi

ca del género: el relato que iba a ser policial acaba siendo fantástico; el que mostraba un cariz de gravedad psicológica se deja atraer por su costado paródico. Eso permite además adivinar distintas tutelas en sus procedimientos. En Calambres en el alma un actor argentino viaja a Hollywood para trabajar como especialista, pero acaba en la casa neoyorquina de Neil Armstrong, embutido en el mismísimo traje con que éste pisó la luna: podría ser un argumento de Osvaldo Soriano. En cambio en el cuento más largo y ambicioso, que da título al libro, la atmósfera de sostenida pesadilla y la serena perplejidad del personaje parecen revelar una reciente, admirada lectura de La invención de Morel de Bioy Casares.

Berti escribió estos cuentos antes de cumplir los treinta años; en el epílogo -fechado en París, donde el autor ahora reside- explica que ha querido revisarlos, para esta reedición, con la intención de eliminar "rebabas que son torpezas o meras redundancias". Subsiste, sin embargo, cierta dureza, cierta recaída en una inflexión periodística de la prosa, que restringe las modulaciones necesarias cuando se apuesta por la sutileza y la ambigüedad. En todo caso, el cuento es un género de primer orden en la literatura argentina, y Berti le agrega una voz nueva, interesante en su heterodoxia.