El Sevilla congela al Atlético

El Atlético jugó los primeros minutos con las cornetas resonando en los oídos y mucha prisa por marcar. Lo consiguió y perseveró en su actitud guerrera, mucha presión, una aceleración constante y el bombardeo de balones al área enemiga. Eso duró hasta el minuto veinte. Entonces, las maniobras de enfriamiento del Sevilla, su descarada opción por la pérdida de tiempo y el barullo, cubrieron el choque de una capa espesa de escarcha. Y así hasta los últimos diez minutos, en los que el Sevilla vapuleó a un Atlético hundido y con un jugador menos por la expulsión de Lequi.

El Atlético lo intentó, pero cada vez le costaba más dar dos pases seguidos y la pelota inició un inacabable vaivén de vuelos rasantes. Aún así, los rojiblancos tuvieron una oportunidad de Toché en la prolongación del primer periodo. El debutante mandó el balón alto desde el pico derecho del área.

El Sevilla, además de insistir en teatralizar todas y cada una de las faltas que recibía, renunció a la pelota y se limitó a ejercer de frontón. La previsibilidad del Atlético le ayudó en la tarea. Las bandas eran un territorio sin explorar. Contra se marchó del partido sin haber profundizado ni una sola vez. Musampa guerreaba por el centro y se perdía en regates, nada nuevo. Ibagaza metió menos balones que Lequi con sus misiles área-área a la carrera del delantero desmarcado. Una táctica muy vista en el Calderón y estadísticamente notablemente inefectiva.

Los tres delanteros, Toché, Nikolaidis y Torres, se distribuyeron el espacio. Torres se retrasó unos metros, Toché se dejó caer por la izquierda y Nikolaidis, en uno de sus partidos más grises como rojiblanco, se quedó, estático, en el centro. Torres y Toché, que ya habían jugado juntos en el juvenil del Atlético, se encontraron en algunas ocasiones y generaron casi todo el peligro rojiblanco. Aunque, en ocasiones, Torres no supo ver los desmarques del murciano. El debutante fue el que más veces se atrevió a disparar y, precisamente, en un centro defectuoso, estrelló el balón en la cruceta por fuera. El joven delantero mostró algunas de sus características, aunque no estuvo brillante: buenos controles, facilidad para armar la pierna y constante propuesta de desmarques a sus compañeros.

La inercia de los minutos se alió con el Sevilla para enfriar cada vez más el encuentro. Enfriar el fútbol, se entiende. Porque los ánimos de los jugadores se mantuvieron muy encendidos durante todo el choque. Todos se pelearon con todos, e, incluso, Pablo Alfaro recibió un amago de cabezazo de Fernando Torres.

El conjunto andaluz, conforme se iba sintiendo más seguro, se atrevió a contragolpear, aprovechando que el Atlético ya estaba completamente deshilvanado por la falta de fé y por la expulsión de Lequi. Así llegaron los dos goles del Sevilla. Primero, el de Baptista. El brasileño recibió un pase en el pico izquierdo del área que dejó como una estatua en el punto de penalti a Simeone, y cruzó el balón ante la salida del otro debutante de la noche, Aragoneses. Dos minutos después, el de Darío Silva. Otro pase a la espalda de una defensa paralizada y una magnífica finalización del uruguayo, que levantó el balón ante la salida de Aragoneses.

El portero, que se estrenaba en el Calderón, paró un penalti a Martí en esos minutos finales en los que el Sevilla zarandeaba al Atlético.