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Columna
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Un soplo de libertad

Mis mejores deseos, con retraso. El año 2003 tuvo un final grato. La gente honrada pudo festejar la caída de un tirano abominable, capturado como un ladrón y, por una vez, acurrucado en un basurero. El año 2004 no empieza mal. Gaddafi parece haber renunciado a hacer explotar en pleno vuelo aviones cargados de viajeros. Irán tiene previsto hacer concesiones sobre sus ambiciones nucleares. El Gobierno paquistaní se reconcilia con el indio, se aparta del terrorismo islamista y no está tan decidido a perpetuar su comercio de armas de destrucción masiva. El Ubu rojo de Corea del Norte parece menos aficionado a acumular una provocación tras otra y más dispuesto a rebajar con agua su vino atómico. En Afganistán, una Constitución proclama la igualdad de principio entre el hombre y la mujer. Charles Taylor ya no ensangrienta sin freno Liberia, y Milosevic, pese a ser diputado electo, sigue rindiendo cuentas por sus crímenes contra la humanidad.

A riesgo de defraudar los pronósticos de los adversarios de la intervención militar en Irak, la situación mundial no es peor hoy que ayer, sino todo lo contrario

En el siglo XX, por regla general, los dictadores -Stalin, Mao, Franco- morían en la cama, y, aun cuando perdían el poder, terminaban sus días, como Duvalier o Bokassa, de forma pacífica en un exilio dorado. Hitler (como su fiel Mussolini) fue la excepción. En 2003, los vientos cambiaron y el asesinato político en masa dejó de contar automáticamente con la inmunidad internacional; el ejemplo iraquí dio la vuelta a la situación.

Habría que ser ingenuo para apostar por la sinceridad de unos serial killers repentinamente convertidos a las homilías humanistas, pero parece que los verdugos millonarios en víctimas están descubriendo que las circunstancias actuales no les son tan favorables. Si el temor invita a la prudencia, cuando los asesinos agachan la cabeza, el vicio se rinde ante la virtud. A riesgo de defraudar los incontables pronósticos apocalípticos de los adversarios de la intervención militar en Irak, hay que dejar constancia de que la situación mundial no es peor hoy que ayer, sino todo lo contrario.

La catástrofe no se ha producido

Lo siento por los millones de manifestantes que adornaron el tema de "make tea and not war", pero la catástrofe anunciada no se ha producido. Los pacifistas guardaron sus banderolas sin preocuparse por las guerras existentes: no les inquietan ni pizca la suerte de los chechenos aplastados bajo la bota rusa, el calvario de las mujeres musulmanas prisioneras del velo político, los civiles asesinados en todo el continente africano ni los tibetanos y contestarios sometidos al tratamiento de los servicios chinos. Nuestras buenas conciencias no se desgañitan contra los poderes fuertes, sino sólo contra Bush, cuando calculan que está en una posición débil. Ahora, las cohortes de antiglobalizadores, extraglobalizadores y alternativos han vuelto a sus teteras. ¿Kadyrov y sus asesinos en Grozny? ¿Aristide y sus milicias en Puerto Príncipe? ¿La junta militar en Birmania? ¿Los guardianes de la revolución islámica en Teherán? ¿Un tercio del planeta sobre la férula comunista? En 2003, el día de Nochebuena, una familia tutsi, mujeres y niños salvados milagrosamente del genocidio, fue crucificada por unos hutsis muy católicos y agonizó durante una noche en Butare (Ruanda)... Tres líneas en la prensa. Ni una palabra del Papa. Nada que perturbe el sueño de los valerosos militantes de la paz, los mismos que aceptaban sin pestañear que el carnicero de Bagdad permaneciera intacto e intocable. Todos andaban en pos de sus especulaciones obsesivas sobre el apocalipsis que fomenta el satánico Busharon. ¿O acaso la entidad maléfica, Israel-EE UU no ha obtenido el premio europeo a los países más peligrosos del mundo?

Por su parte, los dirigentes contrarios a la guerra de París y Berlín intentan hacer olvidar su triste balance. Han logrado dividir de forma duradera a la Comunidad Europea, paralizar la OTAN y dejar a la ONU fuera de juego. Y ahora están aislados, mientras su aliado Putin limita los daños, con peligro de capitular sobre Georgia, para sonreír en Washington.

Dentro de seis meses se celebrará el 60º aniversario del desembarco aliado en Normandía. El canciller alemán está invitado a la ceremonia. ¡Por fin! ¡Bravo! Su presencia dará carácter definitivo a una verdad fundamental: el 6 de junio de 1944, las tropas estadounidenses, inglesas y canadienses no invadieron, sino que liberaron Europa. En retrospectiva, el pueblo alemán reconoce que no fue ocupado, sino emancipado de una dictadura totalitaria.

Pues bien, hay que pagar con la misma moneda: Alemania y Francia deben seguir el ejemplo de Italia, Polonia y España, deben ayudar al pueblo iraquí a salir de las ruinas materiales y morales de una tiranía felizmente derrocada por los liberadores hace apenas nueve meses.

Traducción de M. Luisa Rodríguez Tapia.

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