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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Se dice que no es el final

Timothy Garton Ash

En Washington, la "guerra contra el terror" posterior al 11-S ha terminado. Y otra acaba de empezar.

Se acabó: Washington ya no está en guerra. ¿Pero no acaba de decirnos todo lo contrario el presidente Bush en su discurso sobre el estado de la Unión? Pues sí. Afirmó categóricamente que la guerra continúa; y demostró que se ha terminado. La guerra contra el terror, del 11 de septiembre de 2001 al 20 de enero de 2004. RIP.

Con esto no quiero decir que la lucha contra el terrorismo internacional, los Estados proscritos y la proliferación de armas de destrucción masiva no vaya a seguir siendo una de las prioridades en la política exterior de EE UU durante un tiempo. Seguramente lo será. No quiero decir que Bush no vaya a intentar presentarse a las elecciones como comandante en jefe de un país en guerra. Seguramente lo hará. A lo que me refiero es a que la sensación psicológica real de estar en guerra se ha desvanecido incluso en Washington, donde más fuerte era, y, a no ser que se produzca otro atentado terrorista en suelo estadounidense, va a seguir desvaneciéndose. "Los asesinatos han seguido", dijo Bush, "en Bali, Yakarta, Casablanca, Riad, Mombasa, Jerusalén, Estambul y Bagdad". Bueno, pues no vayamos de vacaciones a esos sitios.

Si los demócratas presentan a Kerry, veterano de Vietnam, o al general Clark podrán tener casi la misma credibilidad en asuntos de seguridad nacional
No se puede disparar contra el miedo. Sin embargo, ahora sabemos cuál es el final de la "guerra contra el terror": la proclamación de Bush de que continúa
¿Y qué ocurre con Oriente Próximo en general? Sigue siendo un caos. ¿A quién afecta de manera más directa ese caos? A Europa

Pruebas endebles

En consecuencia, la política exterior está volviendo a deslizarse hacia su lugar habitual entre las prioridades de Estados Unidos, el segundo, tercero o cuarto. La verdadera "guerra" estadounidense de este año va a ser la guerra electoral, y ésa se perderá o se ganará en función de la economía, la educación, la sanidad y los "valores familiares". Irak, donde prácticamente todos los días mueren soldados norteamericanos, no es una baza que vaya a ganar unas elecciones. Las endebles pruebas sobre "actividades de programas relacionados con armas de destrucción masiva" (una de las primeras candidatas a la expresión más ambigua del año) no parecen capaces de poner los pelos de punta a los votantes. Demócratas y republicanos estarán de acuerdo en la necesidad de mantener una actitud dura frente a la lucha contra el terrorismo internacional. Si los demócratas presentan a John Kerry, veterano de Vietnam, o al general Wesley Clark, podrán tener casi la misma credibilidad en asuntos de seguridad nacional.

Un elemento que lo deja claro es la forma de ordenar los temas. El discurso del año pasado sobre el estado de la Unión, en preparación para la guerra de Irak, comenzó con varias páginas sobre la economía, la educación y la sanidad, y luego pasó al asunto que importaba verdaderamente, la guerra. El de este año empezó con la sonora declaración de que "hay cientos de miles de soldados estadounidenses desplegados en todo el mundo para luchar contra el terror", y siguió hablando de seguridad nacional durante tres páginas, pero luego pasó a la sanidad, la educación y la economía. La parte más importante, al final.

Siempre fue difícil imaginar cómo iba a terminar la "guerra contra el terror". No parecía previsible un momento concreto en el que el presidente se vistiera de piloto, aterrizara en un portaaviones y declarase que las "operaciones de combate" se habían terminado, como hizo tras el derrocamiento de Sadam. No se puede hacer eso con una guerra de dimensión mundial, sin plazo fijo y contra un sustantivo abstracto. No se puede capturar a un sustantivo abstracto. No se puede disparar contra el miedo. Sin embargo, ahora sabemos cuál es el final de la "guerra contra el terror": la sonora proclamación del presidente de que continúa. Cuando se declaró que la guerra en Irak había terminado, continuó; la "guerra contra el terror" llega a su fin cuando se proclama que va a continuar.

Por supuesto, utilizo "guerra contra el terror" en un sentido bastante especial, el del principio fundamental y básico del programa de la Casa Blanca. Al fin y al cabo, ése ha sido siempre el único significado claro y concreto del término. Nunca ha sido como la II Guerra Mundial, contra la Alemania de Hitler, ni la guerra fría, contra la Unión Soviética. ¿Dónde vive el terror? ¿Cuál es su capital? ¿Quién dirige su ejército? Los atentados terroristas de 2001 cambiaron definitivamente la forma de pensar de los Gobiernos sobre muchos problemas del mundo. Aumentaron nuestra sensación de inseguridad, nuestras medidas de seguridad y, de forma más incompleta, nuestra determinación de abordar las causas fundamentales de esa inseguridad (causas como la falta de un acuerdo de paz equitativo entre Israel y Palestina, cuya ausencia se hizo notar en la alocución presidencial de este año electoral). Ahora bien, ¿pasará la primera década del siglo XXI a la historia mundial como la de la guerra contra el terror? Creo que no. Más bien, creo que habrá un capítulo en la historia de Estados Unidos titulado La guerra contra el terror, y es muy posible que las fechas que inserten los futuros historiadores sean "2001-2004".

Es un pronóstico arriesgado, lo sé; otro gran atentado en suelo estadounidense, y resultaría ridículo. Pero siempre tenemos que trabajar con conjeturas basadas en informaciones. Si mi hipótesis es acertada, surgiría una pregunta interesante: ¿dónde nos dejaría eso al resto, especialmente Europa? Hay una respuesta vulgar: consolando al niño que berrea. Nunca me ha parecido que lo más peligroso de la política estadounidense bajo el mando de Bush fuera a consistir en arrasar el mundo, derrocar a un dictador tras otro y ocupar un país tras otro, para cumplir un programa neoconservador de "revolución desde arriba". Lo más peligroso siempre ha sido que EE UU comenzara una intervención y luego, absorbido por los problemas internos, se retirara a su "enorme despreocupación" y dejara el trabajo exterior a medio hacer.

Un país enloquecido

Durante los dos años posteriores a los atentados del 11 de septiembre, EE UU enloqueció, y hasta cierto punto es comprensible. Su actitud llenó de miedo a terroristas y dictadores, pero también a muchos aliados y amigos de los norteamericanos. Los neoconservadores disfrutaron de un breve y embriagador periodo de supremacía a la hora de establecer las prioridades. Pero se acabó. Últimamente no se oye mucho eso de "próxima parada, Siria". En Irak, EE UU aspira a contar con lo que Bush llama "la transición hacia la plena soberanía iraquí" a finales de junio.

¿Y qué ocurre con Oriente Próximo en general? Sigue siendo un caos. ¿A quién afecta de manera más directa ese caos? A Europa. No es que Estados Unidos vaya a desentenderse por las buenas; las cosas nunca son tan drásticas. Hacia la mitad del discurso sobre el estado de la Unión había un breve fragmento que reforzaba el mensaje transmitido por Bush el pasado mes de noviembre en el salón de banquetes de Londres. Estados Unidos, repitió, va a continuar con una "audaz estrategia de libertad" en Oriente Próximo. Pero añadió una propuesta concreta: duplicar el presupuesto del Fondo Nacional para la Democracia y dedicarlo a desarrollar "elecciones libres, mercados libres, prensa libre y sindicatos libres en Oriente Próximo". Eso es dinamita.

He visto los resultados obtenidos por el Fondo Nacional para la Democracia, junto con la Fundación Westminster para la Democracia, inglesa, y otras organizaciones parecidas, no gubernamentales y mixtas, en Europa del Este y los Balcanes. Sin su labor es posible que Milosevic no hubiera caído derrocado por una revolución en Serbia. Si a ello se añade que las clases dirigentes árabes, corruptas y llenas de petróleo, ya no cuentan con el apoyo incondicional de Washington, podemos disponernos a ver fuegos artificiales. No fuegos artificiales del Ejército estadounidense, guiados por láser desde el cielo, sino fuegos artificiales árabes, de emancipación, procedentes del suelo. Tengo la impresión de que el hecho de que esta ayuda a los aspirantes a demócratas esté "contaminada" por su vinculación a Estados Unidos -el ocupante neoimperialista de las tierras árabes- humedecerá la llama, pero no la apagará.

En Europa debemos aclarar con urgencia cuál es nuestra postura ante este proceso, imprevisible, pero, en principio, enormemente deseable. Puede que EE UU sea el que encienda la llama, pero nosotros vamos a notar el calor, entre otras cosas, a través de nuestras poblaciones musulmanas. Y al final también podremos ser los más beneficiados. La "guerra contra el terror" de Washington, comenzada el 11-S de 2001, ha terminado, seguramente. La campaña para lograr la libertad en Oriente Próximo acaba de empezar.

Bush, durante su discurso sobre el estado de la Unión.
Bush, durante su discurso sobre el estado de la Unión.AP

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