Aznar y las naranjas de Valencia
Se dice en la calle que si el presidente Aznar se muestra ahora más descortés y desafiante que nunca se debe a que se va y dicen los suyos que, bien pensado, ésta no es una mala estrategia para el sucesor, que siempre se verá como un hombre más conciliador. Todo puede ser. Hablar de las peculiaridades de nuestro presidente se ha convertido en un entretenimiento para aprendices de psicólogos. Como dice un amigo mío, la explicación del personaje viene en la página 17 del manual del doctor Freud. Bromas aparte, a los ciudadanos que valoramos la política, como es mi caso, nos preocupa que ésta se perciba como una actividad degradada, en un país como el nuestro en el que no hace tanto que vivimos con orgullo el nacimiento de la democracia.
"Ha tenido el mal gusto de ensalzarse y ensalzarnos a base de denigrar a otros"
Mis reflexiones vienen a propósito del último viaje de nuestro presidente a los EEUU. Ante un auditorio selecto, de empresarios y gentes de negocios, unas treinta personas vestidas de oscuro, decía EL PAÍS, casi todos hombres, añado yo, nuestro presidente ha tenido el mal gusto de ensalzarse y ensalzarnos, a base de denigrar a los otros. Esta vez los dardos eran para los franceses, que con su política cultural proteccionista, con las cuotas de pantalla que reservan a su cine, según el presidente, no demuestran otra cosa que su debilidad, que son una cultura y una lengua muerta y no como nosotros que somos todo lo contrario: hablantes de una lengua que se extiende y que no cerramos nuestras puertas a las películas americanas por mal que le vaya a nuestro cine, del que el presidente no dijo nada. Vengan, vengan ustedes a ver nuestro país, les dijo Aznar a los americanos, y verán lo bien que vivimos y lo bien que se pasa aquí.
La música del Sr. Aznar, ciertamente, nos suena conocida, a los que en estas tierras crecimos oyendo cantar aquello de "Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor". Mi padre, que por entonces adoraba a Sara Montiel, en sus viajes, que siempre fueron cortos, no solíamos ir más allá de Salamanca, contaba siempre lo buenas que eran las naranjas de Valencia y lo bien que vivíamos aquí con tanto sol y etc, etc.
La cosa no tendría importancia si el Sr. Aznar fuera un hombre de a pie, como mi padre, que hablaba bajo los efectos que le producía la aventura que para nosotros eran los viajes. Pero tratándose del presidente, cabría esperar otra cosa, algo más sólida y matizada que no sea atribuirse la expansión de la lengua castellana, por ejemplo. Conste que no estoy pidiendo que nuestro primer mandatario se transmute en oposición, ladrando nuestro malestar por las esquinas, como el mismo diría. No es necesario ponerse masoquista para reconocer que todo no va bien, aunque haya muchas cosas que funcionen. Como ocurría en Valencia con las naranjas, que fueron un bien, hasta que hubo heladas y otras cosas que necesariamente debieron enfriar el optimismo de los años buenos.
Lo que me preocupa ahora ya no es el Sr. Aznar que se marcha, sino la escuela de los políticos que, como él, gustan de mirar las cosas desde un solo ángulo, negándose a confrontar ninguna opinión, y que, cuando las mayorías absolutas lo permiten prefiere eliminar al adversario antes que ensayar el difícil arte de la argumentación y el convencimiento, que hasta donde yo sé, constituyen los pilares de las democracias. Me temo, sin embargo, que estamos en un momento de transformación de las prácticas políticas, que no conviene simplificar diciendo que se trata de formas traídas del pasado. Cuando lo que se ve es que estas formas, por más que nos parezcan viejas, se revisten de modernidad de la mano de políticos de nuevo cuño, entre los que se encuentran los amigos de Aznar en Europa y en América. Me preocupa que, en un futuro que ya es presente, las cosas pueden inclinarse aún más de este lado. Pero no necesariamente ha de ser así. Me pregunto si no hemos llegado ya a un punto de saturación y que buena parte de la ciudadanía y de los medios de comunicación, que comienzan a manifestar sus preferencias porque la política vuelva a los cauces del debate político. Duro si cabe, pero en el que sea posible discrepar sin que te cierren el micrófono o sin que en la calle los vecinos te miren mal porque piensen que no piensas como ellos.
Isabel Morant es profesora de la Universitat de València.
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