El tiempo suspendido

El pasado día 15 por la mañana, la radio del coche me dijo que la empresa en la que trabajo (Samsung) cierra en menos de tres meses. Desde ese momento, más de 500 personas vivimos en tiempo suspendido; pasan los días, pasan las noches, el reloj no deja de marcar minuto a minuto el paso de las horas, pero para nosotros el tiempo está suspendido. Desde aquella mañana vivimos en un paréntesis de rabia, incredulidad, tristeza e impotencia.

Miles de kilómetros separan nuestros puestos de trabajo del lugar donde se tomó la decisión de eliminarlos, una simple llamada de teléfono ha colocado la espada de Damocles sobre la cabeza de más de 500 personas; por supuesto que la vida sigue después de Samsung, pero de momento tenemos que enfrentarnos a una nueva situación que se inicia con la incertidumbre.

Intentar enumerar todo lo que significa el cierre de la planta de Samsung en Palau de Plegamas, más allá de la amenaza del paro o de una recolocación precaria, sería tarea imposible en el espacio de una carta, pues el alcance de este problema sobrepasa la cuestión de la pérdida de puestos de trabajo (que no es poco).

Para una multinacional resulta fácil desprenderse del dinero que sea para indemnizar a los trabajadores; para nosotros sólo es pan para hoy y hambre para mañana; pero aunque a la plantilla de Samsung nos indemnicen, aunque a la plantilla de Samsung "nos recoloquen", ¿qué ocurrirá con todas las personas cuyo puesto de trabajo en sus respectivas empresas está vinculado a Samsung?

Por encima de la frialdad de cifras y estadísticas está la realidad personal de cada una de las personas afectadas.