_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El banquete del Nuncio

Antes de centrarse en la preparación de la orden del día del cónclave secreto, dio una ojeada a las noticias que el coadjutor había depositado en la mesa: las alentadoras y las alarmantes, las malas y las buenas. Para templar su ánimo en una jornada que se anunciaba difícil prefirió dar prioridad a las que reconfortaban su causa e ideas: "Desde la toma de posesión del actual Gobierno, la asistencia a la misa dominical y a los ejercicios espirituales para adultos ha aumentado en un 16%" o "un equipo de investigadores de la Santa Obra acaba de probar científicaniente la verdad del misterio de la transustanciación, la presencia real de Nuestro Señor en la oblea recién consagrada". ¡Una primicia mundial, pensó, que situaba al país de su sede apostólica en el pelotón de cabeza de las naciones más modernas y sabias! Luego, en cascada, cayeron las demás nuevas: ¡Treinta y tres obispos se habían declarado gayos y dos anunciaban su intención de contraer matrimonio, no con su pareja, sino entre sí! ¡El escándalo de la Casa Pía salpicaba a las jerarquías más altas y amagaba dejar chico al de la archidiócesis bostoniana! ¡La "Catherine Deneuve" de las noches lisboetas era un arcipreste reputado por sus obras de caridad! El Nuncio -no estaba seguro de ser él- interrumpió la lectura con un violento acceso de tos. Su secretariado había enviado correos electrónicos a destacados miembros de la Obra, Legionarios de Cristo Rey, Mamposteros de la Santísinia Trinidad, amén de otros grupos de vanguardia favorecidos por el Cracoviensis, que habían combatido eficazmente las desviaciones doctrinales de los curas indigenistas y teólogos de la liberación. La información recogida por varios servicios de inteligencia no dejaba lugar a dudas: el agente doble que interrogó con hábitos de Madre Superiora a la última superviviente de los pastorcillos de Fátima había documentado bien el caso y las confidencias de la achacosa anciana apuntaban con gran clarividencia al cambio geoestratégico que se perfilaba en el horizonte. Sí, la Señora bella, luminosa y etérea que, bajada de los cielos, levitaba sobre ellos y les hablaba con voz dulce y maneras suaves, había anunciado la caída del comunismo al comienzo mismo de la nefasta insurrección bolchevique, pero con una postadata que, por haber sido escrita en latín, los pastorcillos no comprendieron ni divulgaron a la prensa. "¿Una epístola?". "Sí". "¿la conservaba entre sus recuerdos?". La respuesta fue afirmativa, y con socaliñas e invocaciones piadosas, el agente doble -trabajaba a la vez para los servicios del este y del oeste y vestía siempre de mujer, aunque era varón y muy varón-, la acompañó a la celda del convento donde profesaba, revolvió estampitas y papeles, y fotografió con su microcámara las addendas a la revelación. Más que un mensaje, contenían una serie de divagaciones, como si su compositor, o compositora, hubiesen perdido el hilo de su discurso y anotado tan sólo ideas fugitivas en forma de frases sueltas: "¡ojo con el turbante!", "el hombre de las nieves", "el eje del mal". El agente doble -eliminado luego por esbirros no identificados- había confiado el documento a diversos archivos del este y del oeste hasta el infausto día 11 que sacudió el mundo. El descubrimiento fue simultáneo en matritum y vasingtonia -así los llamaba de ordinario, con su nombre latino- y los dos presidentes se lo comunicaron recíprocamente como prueba de afinidad y visión compartida. A continuación, lo transmitieron al sumo pontífice, en busca de una base espiritual para la empresa preventiva o anticipatoria que proyectaban. Consciente de la gravedad del caso, el nuncio -aún no sabía si era él- había extremado las medidas de seguridad y de sigilo. Aquellas nuevas revelaciones fortalecían las tesis del choque de civilizaciones, pero no se ajustaban a los intereses ecuménicos del cracoviensis. Los convocados debían acudir discretamente, vestidos de turistas u hombres de negocios, al lugar de la cita, el día y la hora fijados en los mensajes en clave remitidos a sus sedes apostólicas (el disfraz de mujer era, no obstante, desaconsejado). Se les exhortaba a una lectura atenta de las anteriores profecías marianas y, para mayor garantía de secreto, se les proscribía cualquier tipo de comunicación entre colegas y, sobre todo, con el exterior. La espera le pareció interminable, pero la sala de conferencias del hotel de cinco estrellas reservado por el ecónomo del arzobispo de valladolid -él lo llamaba vallisoletum- se llenó puntualmente con los receptores de la misiva. Todo parecía ir sobre ruedas y él -o su doble-, tras aguardar a que tomaran asiento en el anfiteatro semicircular de butacas dispuesto como en la curia, recitó la plegaria inaugural. Su sorpresa fue grande cuando la mayoría de participantes no respondieron a las letanías. La lengua de la santa madre iglesia católica, apostólica y romana parecía resultarles extraña y, para responder a sus preguntas inquietas, recurrían a un inglés bárbaro y disparatado. ¡sí, eran los titulares de las sedes apostólicas venidos de las cinco partes del mundo! ¡sí, habían recibido los correspondientes mensajes de la nunciatura! Pero, ¿cómo justificar entonces tamaña ignorancia del canon, el idioma y los ritos? El acento tejano de algunos le hizo sospechar que se trataba de cristianos renacidos: el de otros, de paisanos o cómplices de malvado. Su angustia aumentó y consultó al codjutor en voz baja. ¿se habría colado allí alguno de los espectros que, según un cardenal maldiciente, vagaban por las salas y pinacotecas vaticanas?, ¿tal vez del alma en pena de la célebre sor pasqualina? Sin respetar ya las reglas, los presentes discutían entre sí y exhibían abiertamente credenciales falsificadas: ¡todos eran agentes triples y se servían del credo para encubrir sus designios estratégicos y empresariales! Entonces cayeron las máscaras: unas eran rubias procaces que hacían titilar obscenamente sus pechos; otros, efebos imberbes de risas viciosillas. Pronto armaron escándalo, se liaron a golpes y algunos le apuntaron con metralletas y revólveres. Despertó al fin, y era él. Todo debía de ser culpa de la digestión, de aquella dichosa cena con vinos típicos y diez y pico platos regionales -tantos como las autonomías de un mapa definitivamente cerrado- ofrecida en su honor por el gobierno en pleno para subrayar su interés mutuo por la promoción de los valores familiares y el apostolado entre los hombres de negocios: el de dos órdenes de poder complementarios que, como recordó el jefe en los brindis, compartían el timbre de gloria de su raíz religiosa común.

Juan Goytisolo es escritor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_