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Más de veinte años

Victoria Combalia

En el mundo de las artes plásticas desearíamos que los aires de cambio fueran efectivamente reales. Hemos sido testigos de una política artística por parte de la Generalitat que no ha tenido mayores directrices que las de los buenos y malos catalanes, con la inclusión de algunos parches (por ejemplo de repente recuperar a Tàpies o a Brossa, antaño rebeldes) y una gestión desigual, pues en 23 años también ha habido aspectos positivos.

Pero lo que ha imperado ha sido la falta de riesgo, la falta de originalidad y, sobre todo, la falta de pasión. Hacer primar el consenso y una vaga idea de fer país por encima de cualquier criterio de profesionalidad y de calidad. Y así Cataluña, que fue cosmopolita y tan innovadora en el cambio de siglo y en los años sesenta y setenta, no ha dado en estos últimos 20 años el paso adelante llevado a cabo comparativamente por el País Vasco y Valencia. Con muy poco o nulo apoyo institucional, la creatividad a nivel de artistas, en cambio, no ha faltado, pues el genio no depende, por suerte, de las subvenciones. Y ahí es donde el papel de un Gobierno autónomo empieza, pues la difusión de su arte sí ha de hacerse con ayuda pública. Cataluña no ha sabido aprovechar del tirón de los Juegos Olímpicos y vender uno de sus grandes reclamos: el del arte. Cuando menos ha vendido -con un auténtico retraso, eso sí- a Gaudí , a Miró y ahora a Dalí, y aún no ha sabido ver que las generaciones posteriores y el arte contemporáneo también son una moneda de cambio. Los franceses ya hubieran acuñado algo así como Barcelone, ville de l'art et de la creativité (o Catalogne, pays de la création) y ya se hubieran apropiado del Barceló barcelonés, del Raval como nuevo Montparnasse (que es mentira, pero les hubiera dado igual), del magnífico proyecto de Miralda (su Food Culture Museum, que surge precisamente en un momento en que Cataluña incluso está suplantando a Francia en el terreno gastronómico...), de Frederic Amat y su viaje a India, de Zush como un nuevo shaman tecnológico o de Barcelona y Girona como "ciudades de museos"; en fin, de lo que quieran si se tienen criterios para distinguir la calidad. Cuando otros países y otras comunidades autónomas españolas llevan a sus artistas al extranjero, en Cataluña el COPEC ha tenido una participación a la que llamar discreta es casi un eufemismo. La única prodigalidad la dio la Generalitat en los Premios Nacionales de Cultura: pero un poco menos de premios y un poco más de dinero invertido en estar presente en los foros internacionales hubiera sido de agradecer.

Es de desear que en el mundo de las artes plásticas, tras 23 años de gestión desigual, los aires de cambio sean reales

Por otro lado, después de periodos más o menos letárgicos, la Asociación de Artistas visuales se ha puesto a funcionar de veras, siendo un interlocutor crítico, exigente -a veces temido-, pero en general lleno de sentido común. Han hecho una crítica al Departamento de Cultura de la Generalitat, bajo el elocuente epígrafe de Décadas de indiferencia, en la que recuerdan su nulo o escaso interés por colaborar con los ayuntamientos donde existían centros de arte contemporáneo activos y de interés (El Roser en Lleida, Tecla Sala en L'Hospitalet, los museos de Granollers y Sabadell, Can Palauet en Mataró... por poner tan sólo unos ejemplos ); la distribución errática y diminuta de ayudas a entitades indepedientes de calidad, como Metrònom, la nau Coclea en el Empordà y el Tinglado 2 de Tarragona, y la impuntualidad en el pago de las becas a los estudiantes, artistas o investigadores, que además fueron siempre escasas tras dos primeros años de normalidad. Se quejan también de la nula atención a la formación artística y proponen toda una serie de puntos en los que la Generalitat debería intervenir, como la política de arte público (inversiones a cargo del 1% cultural, que nadie cumple) y el apoyo a proyectos generados por las galerías para iniciativas que sitúen nuestro escuálido mercado artístico (mucho peor que el de Madrid) en un circuito internacional.

Los artistas han hablado poco, en su manifiesto, del patrimonio, un tema urgente en la política artística catalana. No sólo su conservación y protección (todos desearíamos, por ejemplo, que la masía de Miró, ese icono de la pintura catalana del siglo XX, no fuera derribada por obra y gracia del AVE y de una nueva autopista cuya función es incomprensible), sino su incremento. Debido a que se está aún pagando la Colección Riera, que no es ni tan buena ni tan mala como dicen pero que tiene básicamente arte local, apenas se ha comprado nada más en arte contemporáneo (si no es en el Macba, con un presupuesto escaso). Dado que el MNAC acaba de pagar su edificio, durante estos 20 años se ha dejado escapar, por falta de presupuesto, piezas maravillosas por cuantías irrisorias. En l996 yo ya llamaba la atención en este mismo diario sobre la entonces casi impecable colección permanente del Museo Reina Sofía de Madrid y la constitución de la colección que hoy llena el Museo Patio Herreriano, con sus Barradas, Bores, Wifredo Lam, Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Togores y hasta los españoles más jóvenes, y decía que, paradójicamente, para ir a ver arte catalán uno tenía que desplazarse a Madrid o a Castilla . En Cataluña en estos momentos no existen colecciones cabales, sino parches: un joven que quiera ver qué pasó en el arte del siglo XX en España y en Europa no tiene aquí apenas ejemplos de estos maravillosos movimientos que han conformado nuestra mirada actual: ¿dónde puede ver un cuadro cubista o futurista, o un objeto dadaísta o surrealista? A pesar de que Leopoldo Rodés insistía en que estas obras eran inaccesibles por su elevado precio, lo cierto es que es más caro un kiefer o un richter que un hugnet o un bellmer. Sencillamente, no interesaba al MNAC y nadie se quejaba de esta enorme laguna. Ciertamente, todo ello sería subsanable si existiese una nueva ley del mecenazgo y aquí funcionara, como en Madrid, la ley que rige las daciones.

Por otro lado, tampoco un estudiante catalán ha podido ver cuadros de Arroyo, ni de Pérez Villalta... y tampoco, por paradójico que parezca, se ha estudiado en profundidad el arte catalán. ¿Quién ha mostrado y catalogado a Martí Alsina? ¿Quién ha recuperado a Sandalinas o a Planasdurà? Veinte años a full time hubieran dado para mucho; sin embargo, apenas hay ejemplos de colaboración entre la Universidad y la Generalitat en el terreno de la historia del arte catalán. Como señalaba el otro día la Asociación de Críticos de Arte, existió una verdadera depuración hacia algunos de los que despuntaban como brillantes jóvenes historiadores, entre otros (y otras) Francesc Fontbona y Francesc Miralles. No niego que no haya habido casos de estudios aislados de valía, pero sostengo que 20 años son muchos y que a los que teníamos interés por estudiar el arte catalán, si no compartíamos el catecismo ideológico dominante, sencillamente se nos ignoró y muchas veces simplemente se nos censuró. Ahora se da un nuevo fenómeno, fruto de la globalización y de la moda de lo catalán: empieza a ser frecuente que vengan a estudiarnos profesores extranjeros... Bienvenidos sean; pero pensemos que igual que nos hemos tragado 50 años de arte, también han conseguido acabar con toda una generación de posibles eruditos. Si se echa la mirada atrás, da la sensación de que está todo por hacer...

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Se trata, pues, de ponerse a trabajar con otro espíritu, mucho más abierto y profundo, con una mayor "audacia, riesgo y emoción", por emplear las palabras del propio Pasqual Maragall. Esperemos que los nuevos cargos políticos en cultura, assenyats y de la base, no sólo estén dispuestos a asesorarse, sino que apuesten fuerte, incluso a riesgo de equivocarse.

Victoria Combalía es crítica de arte.

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