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Reportaje:

De la filosofía del juego

Los expertos explican cómo el ejercicio recreativo enseña a los niños a mejorar su autoestima y a asumir su frustración

Cuando una niña se pone a dar de comer un potito ficticio a su muñeca, está aprendiendo un montón de cosas sin darse cuenta. También lo está haciendo el que se entretiene sacando todos los objetos de una caja de cartón y los desparrama por el suelo. O la que se disfraza de india y lucha con un vaquero irreal. Los especialistas lo saben: jugar por jugar es una herramienta básica para el desarrollo de un niño. "Porque supone descubrir, conocer el mundo que nos rodea", confirma la asesora de pedagogía de la Fundación Crecer Jugando, Inma Marín.

Los psicólogos Linda Mayes y Donald Cohen cuentan en su libro Guía para entender a tu hijo (Alianza Editorial) que jugar son muchas cosas: "Es el alboroto y la brusquedad de los niños que corren, saltan, se persiguen y se pelean. Manipular y explorar juguetes y otros objetos como piedras, hojas, conchas y gusanos es otra clase de juego en la que los niños pequeños aprenden mediante el ensayo y el error: mirando, tocando, gustando, escuchando...".

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El juego es un aprendizaje en sí: es una actividad gratificante que produce alegría. Pero, más allá de la felicidad que proporciona, la mayoría de ellos plantean un reto que hay que superar. Un rompecabezas, el parchís, una pirámide de plástico donde hay que meter anillas, cada una en su lugar.

Y no sólo estos juegos plantean desafíos. Otros también lo hacen; por ejemplo, cuando un grupo de niños se inventa que son mamás y papás y tienen que ponerse de acuerdo entre ellos para repartirse los papeles, para inventarse una historia.

Y cuando las cosas salen bien, cuando estos niños son capaces de ponerse de acuerdo, cuando otro adivina dónde colocar una pieza en un puzzle con el mapa de España o a otro le sale un cinco cuando tira un dado, en todos estos casos, esa actividad les está generando, sin darse cuenta, confianza en ellos mismos. Y al revés, igual. Los niños aprenden a adquirir armas para sobrellevar su frustración cuando, por mucho que tiran el dado, no les sale el número que quieren o son incapaces de meter el aro en la pirámide después de estar 10 minutos intentándolo.

Además, jugar sirve para expresar sentimientos que los niños han interiorizado, incluso los negativos, explica Inma Marín. "Hacen activo lo que ellos han vivido pasivamente". "Reproducen su entorno para poder comprenderlo", añade la directora del departamento pedagógico del Instituto Tecnológico del Juguete, María Costa. Regañan a su oso de peluche como ha hecho su madre antes con ellos, les hacen comer lo que no han querido en la cena, o les abrazan y les quieren como hacen sus padres, explica Inma Marín, que ha colaborado en la puesta en marcha del portal www.ludomecum.com, donde educadores y profesionales de la enseñanza pueden elegir el juguete más adecuado según las características que se estén buscando.

El juego de ficción comienza a los dos años, señalan los expertos. Los niños menores de tres años suelen jugar solos con un juguete u otro objeto. Es a partir de los tres o cuatro años cuando comienzan a jugar juntos. Comparten los mismos objetos, se los pasan entre sí, hablan de la misma actividad y se siguen mutuamente. Y en torno a los cuatro años, los niños comienzan a jugar juntos con un propósito y una historia. Se asignan papeles, dirigen la acción e incluso prosiguen con las historias y los cuentos al día siguiente.

Pero, sea cual sea el juego, los especialistas subrayan la importancia de aquellos que estimulan la imaginación. Y cuanto más lo haga, mejor. En estos casos, señalan, son recomendables las construcciones, los lápices de colores, los rotuladores, la arcilla o la cartulina.

También son muy estimulantes los objetos en miniatura para imitar la realidad o las versiones en pequeño de objetos comunes como un teléfono, una cámara de cine, una caja registradora, una vajilla o alimentos de plástico. Con todos ellos los niños imitan a los adultos, aprenden a hacer lo que ellos hacen de manera espontánea. Otro de los juguetes que fomenta el desarrollo de los pequeños son los coches que hacen rodar o bien los triciclos en los que se montan y pedalean.

Y si de imitar a los adultos se trata, nada mejor que los disfraces. Los especialistas subrayan que es bueno que los padres proporcionen a sus hijos ropa suya que ya no se ponen para que éstos puedan jugar. También son aconsejables las cajas de cartón o grandes contenedores de plástico (que los niños son capaces de transformar en casas o televisores). Este tipo de objetos hacen captar, a veces, más la atención de un niño que un juguete con un montón de virguerías.

Porque como Linda Mayes y Donald Cohen explican "la capacidad cognitiva infantil de hacer que una cosa represente otra, y de poseer distintos niveles de simulación y adentrarse en escenas e historias, forma parte de las bases cognitivas necesarias o andamiaje de una destacada fase evolutiva".

Y añaden estos psicólogos que, en cierto modo, un niño de cinco años con una elevada capacidad de jugar y simular es como un adulto reflexivo e introspectivos. La única diferencia es que si el adulto traduce sus pensamientos y fantasías en palabras, el niño lo hace en juego y acción.

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