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Columna
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Lunáticos

Nos prometen la Luna. El lunático Bush anuncia el regreso del homínido a la Luna en 2015. "América volverá a la Luna", ha dicho el presidente norteamericano, "para usarla como punto de partida para misiones más ambiciosas". Todo, naturalmente, envuelto en la retórica de las barras y estrellas. Ha sido el notición de la semana. Los cráteres de Irak no son ya suficientes para saciar el hambre de esa nación de pioneros. Hace falta, además, entretener al personal ahíto de reality shows, basura y culebrones. Hace falta volver -como en un Cuéntame dolarizado- a la épica pirotécnica de Cabo Cañaveral y sus cohetes, increíbles de puro fantásticos.

Cuando vimos a Armstrong y Aldrin zascandilear a cámara lenta por las dunas del Mar de la Tranquilidad muchos pensamos (yo era un niño y les juro que también lo pensé) que aquello era un anuncio de relojes: un modo original de vendernos Omegas Speedmaster. Siempre quise tener en la muñeca uno de aquellos estupendos relojes, bastante más creíbles (porque podían verse en los escaparates de las relojerías de Bilbao) que la gesta supuestamente real del Apollo. Muchos pensaron que las huellas de Armstrong se habían impreso sobre el serrín de un estudio de Hollywood en lugar de en la fría superficie lunar. La versión celtibérica de esta aventura la protagonizó Tony Leblanc, con mayor propiedad que Pedro Duque, en una celebérrima película que ironizaba sobre el supuesto fraude.

El hecho es que al club de los escépticos no le faltan razones para desconfiar de esta clase de asuntos lunares o lunáticos. La primera de todas es la prosopopeya y la grandilocuencia desplegadas. La modestia, como señala Rafael Sánchez Ferlosio en un ensayo sobre el tema espacial (Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado), es un rasgo propio y característico de la ciencia. La exploración espacial se nos ha presentado desde siempre, en cambio, como un fenómeno más cercano al deporte que a la ciencia. Aquí todo es un reto, pura hazaña inmanente. Sabemos que fue Kennedy quien conminó a la NASA: "Busquen ustedes algo en que podamos adelantarnos a los rusos, y háganlo". La carrera espacial entonces era eso, una carrera. Pero ahora el elemento deportivo, al igual que el científico antes, se encuentra adulterado. Ahora ya no hay rival que batir. Hay que inventarse retos espaciales como se inventan armas de destrucción masiva, para hacerle una guerra real a un enemigo irreal.

Los norteamericanos se embarcan en sus cohetes igual que los autores designados por Lara, con sus novelas-cohete, hacia el Planeta de la fama, los millones y las ruedas de prensa en hoteles de muchas estrellas. Antonio Skarmeta, no les quepa duda, es un pobre astronauta fuera de órbita, sólo hay que ver su cara de estupor o leer su increíble novela. En 1902, Georges Méliès realizó su famoso Viaje a la luna. Pilotada por sabios con levita, una bala alcanzaba a la Luna en un ojo. Aquella Luna tuerta fue el principio del fin de la Luna que inspiró a los poetas. Hoy el tiro de gracia se lo ha dado George Bush. Los norteamericanos volverán a clavarle su bandera en el lomo, mientras Cyrano de Bergerac y el Barón de Münchhausen se revuelven en sus tumbas de papel.

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