Un retorno poco especial

Los regresos de Rubén Baraja a su ciudad natal, Valladolid, no tienen nada de especial. A muchos incluso se les olvida que el medio centro titular del Valencia y de la selección se formó en las categorías inferiores de un club habituado a hacer brotar estrellas que llegan, crecen y se van. El camino de Baraja fue muy distinto al de Hierro, Eusebio o Caminero.

Llegó a Primera División con sólo 18 años. El técnico blanquivioleta de entonces, Felipe Mesones, le colocó en un once inicial trufado de cantera y Baraja respondió e incluso marcó un gol. Los que no le habían visto en las categorías inferiores se apuntaron el nombre en letras grandes pero lo borraron pronto porque pocos confiaron en él. Tuvo que llegar Rafa Benítez dos años después para que tuviese un algo de continuidad y un mucho de confianza, pero a los dos les fue mal. Fue precisamente el Valencia el equipo que precipitó el derrumbe de Baraja y Benítez, que fue cesado tras caer derrotado por su actual equipo por un brutal 2-5.

Apareció entonces Vicente Cantatore, con un sistema de cinco defensas que descartó a Baraja sin más y cuando en verano un brasileño experto en rabonas apareció para ocupar su sitio Baraja aceptó la huida al Atlético, hasta que tras su descenso a Segunda, de nuevo volvió a encontrarse con Benítez. Y con el Valencia ganó la Liga. En Valladolid fue una sorpresa su ascensión. Pocos se acordaban de él, del gol que le marcó al Sevilla en su debú o de su forma de ordenar a sus compañeros cuando sólo tenía 20 años.

Ni siquiera se acordaban, o no querían hacerlo, que quedaba una cuenta pendiente, cobrarle al Atlético 875 millones de los de 2000, recibidos del Valencia. Hasta que el actual presidente del Valladolid, Carlos Suárez, no se puso manos a la obra no apareció ni una peseta, pero la solución llegó con la cesión de Gaspar y el traspaso de Mario, hoy en el Barça. Demasiado poco para tan buen futbolista.