La oscura trastienda
Desde Ángel mortal (1994), su primer poemario, y, de manera muy especial, desde La luz oída (Premio Adonais 1996), Eduardo Moga (Barcelona, 1962) viene desarrollando una obra poética atípica, sustentada en una poderosa veta visionaria, en la que actúan, como obsesiones primordiales, la muerte y la carnalidad. Si la primera se nos aparece como la sombra que acompaña y, a la vez, amenaza ("La muerte comparece siempre que paseo, que mastico, que copulo, que llamo por teléfono, que muero"), la segunda es algo más que una forma de sensualidad -tiene los rasgos de lo telúrico, de lo radical, de lo maldito-. Y trabajando con ambas, intentando explicarlas buscando su origen y su sentido más hondo, el lenguaje, gran demiurgo, creador del sujeto poético que, a su vez, lo crea ("Creo el espacio que me crea"). En Las horas y los labios están todos esos ingredientes. Pero no se articulan o interrelacionan sobre un esqueleto vacío, sobre una estructura metafísica, abstracta. Lo hacen sobre una realidad existencial, sobre un argumento que no es otro que la confrontación del sujeto poético con la crónica de un día cualquiera de su existencia (que es trasunto de la crónica de un día de un ciudadano medio de un país como el nuestro). Ese soporte, que tiene una naturaleza de índole narrativa es, también, el hilo conductor de un todo orgánico: el libro, los treinta poemas en prosa que lo componen y que hacen de él, a su vez, un poema.
LAS HORAS Y LOS LABIOS
Eduardo Moga
DVD. Barcelona, 2003
91 páginas. 8 euros
En toda experiencia de realidad hay una trastienda, una zona oculta que no siempre puede abordarse desde el lenguaje convencional. Sólo el poema, con su capacidad para crear nuevos espacios y nuevas relaciones entre los objetos, puede darle un significado. Ese significado se alcanza, en los poemas de Moga, a través de una racionalidad no por irreal menos visible para el lector. Para el sujeto poético el significado ha de arder "radiante de sombra" y ha de hacerlo "bajo la ambigüedad y el granizo". El bolígrafo, un ascensor, el acto de cocinar, viajar en el tren de cercanías, caminar por la calle, un inmigrante de piel oscura, los hijos, la amada, los lemas publicitarios, los titulares de prensa o la quietud de la casa son la experiencia visible de la relación del yo con el mundo. Buscar su sustancia interior, sacar a la luz la proteína que se nos oculta, tales son las tareas en que Moga, con acierto, se empeña. En tiempos en los que la poesía de corte realista en sus distintas variantes goza de un predicamento mayoritario, no deja de ser meritoria una perseverancia como la del poeta catalán. Su poesía trabaja en el corazón del lenguaje, no elude la oscuridad y avanza a contracorriente. El peligro, en esa apuesta estética, es perderse en la divagación, alejarse de la vida. Nada de eso ocurre. Moga, en este libro, bucea en la vida. Y en la muerte. Los dos espacios que dan sentido -o se lo quitan- a la existencia humana.
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