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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Por amor al arte

Con un "Yo Logan, Yo, Logan Mountstuart, vivo en Villa Flores, Avenida de Brasil, Montevideo, Uruguay, América del Sur, El Mundo, El Sistema Solar, El Universo" -en castellano en la edición original- empieza Las aventuras de un hombre cualquiera, octava novela de William Boyd y una de las mejores que ha escrito.

Se sabe que Boyd (Accra, Ghana, 1952) debutó en las letras junto a Martin Amis, Ian McEwan, Graham Swift y Julian Barnes; pero siempre aparece un poco despegado de este comando de narradores que revolucionó a las letras inglesas a principios de los ochenta. Tal vez porque no le preocupa tanto innovar sino fortalecer una tradición: lo suyo siempre ha estado más cerca de Somerset Maugham, de Evelyn Waugh, de Anthony Powell, de Graham Greene y del Aldous Huxley más satírico, que de maniobras metaficcionales milenaristas. Así, cabe dividir su obra en comedias dramáticas (Un

LAS AVENTURAS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

William Boyd

Traducción de Beatriz

García Ríos

Alfaguara. Madrid, 2003

597 páginas. 20,95 euros

buen hombre en África, Como nieve al sol, Barras y estrellas,

Armadillo) en las que siempre aparecen ingleses confundidos y desesperados por un entorno que no comprenden; y en amenos dramas (libros más ambiciosos como Las nuevas confesiones, Playa de Brazaville, La tarde azul) donde lo que se narra es, siempre, la vida de ingleses incomprendidos por un entorno confuso y desesperado. Estas últimas -entre las que se inscribe Las aventuras de un hombre cualquiera- son, todas, novelas que pretenden y logran una "explicación" del siglo XX desde diferentes disciplinas (el cine, la investigación del comportamiento animal, la arquitectura y la medicina) en la vida y obra de héroes casi modélicos en sus alzas y bajas.

El anglo-uruguayo Logan

Gonzalo Mountstuart -quien ya había aparecido en esa encantadora falsa monografía sobre el pintor apócrifo Nat Tate que Boyd publicó en 1998- es el protagonista de esta novela redactada en forma de diario íntimo desde el año 1923 a 1991, pasando por una educación en Oxford, varios matrimonios y amantes, una guerra mundial y una Guerra Civil española, muchos países, una carrera como escritor escandaloso (y, se intuye, bastante mediocre) y una todavía más dudosa encarnación como crítico de arte y, más tarde, esperpéntico enlace de poca monta para un grupo terrorista. Por el camino, se cruza con Virginia Woolf, Pablo Picasso, James Joyce, Ernest Hemingway, el duque de Windsor y Mrs. Simpson (uno de los mejores tramos del libro), Ian Fleming, Jackson Pollock, Frank O'Hara y muchos otros. Y enseguida queda claro que el obvio modelo literario de Boyd es la magnífica, insuperable y secular Poderes

terrenales, de Anthony Burguess. Decir que Las aventuras de un hombre cualquiera está casi a la altura de semejante circunstancia y ambición es, pienso, el mejor elogio para la más panorámica novela de Boyd desde aquella otra saga histórica y privada que fue Las nuevas confesiones, donde se narraban y proyectaban en blanco y negro y en cinemascope la vida y los filmes del maldito director de cine escocés John James Todd.

La tan ingeniosa como funcional escritura de Las aventuras de un hombre cualquiera -espasmódicas entradas de journals con índice onomástico al final- le permite a Boyd jugar con lo que se cuenta y lo que se deja de contar, con lo que se confiesa y lo que se omite; resultando una gran novela que se lee como si se espiara por una cerradura para -suele ocurrir con los mejores diarios de escritores- acabar descubriendo al otro lado de la puerta a ese ojo que, sin parpadear nunca, nos estuvo mirando a nosotros mientras leíamos.

William Boyd, en su casa londinense el pasado diciembre.
William Boyd, en su casa londinense el pasado diciembre.JORDI ADRIÀ

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