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Crítica:CONTRALUZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un viaje en el tiempo por la Alameda de Hércules

Contraluz, de Ricardo Martín Reina, es una novela que tiene como escenario los corrales y casas de vecinos de la zona de la Alameda de Hércules de Sevilla en los años cincuenta y sesenta. La escasez y la falta de privacidad marcaban unas existencias en las que tampoco faltaban la esperanza y el sentido del humor.

Ricardo Martín Reina nació en Sevilla en 1952 y se crió en un corral de vecinos de la Alameda de Hércules. Es profesor de Matemáticas en un instituto de La Algaba. Contraluz es su primera novela.

La obra se desarrolla a través de dos historias paralelas: los recuerdos de la niñez del protagonista, un escritor, se entreveran con el proceso de creación de su primera novela. El lector se adentra por un paisaje que estaba lleno de vida hace 40 años. Bares, tiendas y casas de la Alameda de Hércules se muestran ante sus ojos en una evocación trenzada con un lenguaje directo y sencillo. Los personajes del barrio también hacen acto de presencia con su carga de violencia o de simpatía, sus pequeñas tragedias cotidianas, sus misterios... Así ocurre con la familia de los Payaos, abonados a las broncas y peleas; el tío Luis, peluquero que rapaba los cabellos a medio barrio; Carmen la carbonera ("sólo la oquedad de sus ojos tenía tonalidad blanca")...

CONTRALUZ

Ricardo Martín Reina

Editorial Sarriá

155 páginas. 11,30 euros

Un párrafo del libro sirve de ejemplo de sus características "El Payao era taxista. Decía Jorge el del corredor que no entendía cómo ese hombre podía conducir en el estado que se encontraba siempre, y además había que añadirle lo del ojo bizco. Sin embargo, nunca tuvo ningún accidente, cosa desde luego inexplicable. Cuando el Payao aparecía a mediodía en busca de la comida traía una borrachera de mil demonios. Si estábamos jugando en el patio la estampida era total, porque no tenía miramiento. Si algo se le cruzaba en su camino, incluyéndonos a nosotros, la patada estaba asegurada. Una vez la emprendió con el primer escalón de subida al corredor y tuvieron que sujetarlo entre Sebastián y un par de vecinos antes de que se echara el pie abajo. Hubo que cortarle la bota de goma que calzaba porque la hinchazón que se produjo no permitía descalzarlo".

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