Rebajas
Todo está muy rebajado. Empezamos el año con rebajas, no podemos quejarnos. Nos rebajan la sal de las comidas tras el último análisis, nos quitan el azúcar del café y después el café, la copa y el cigarro que seguimos fumando con premeditación y alevosía. Nos rebajan la vida a cambio de una vaga, improbable promesa de salud duradera.
Llega un tiempo, que suele coincidir con la resaca de las celebraciones navideñas y la cuesta de enero, en el que el cuerpo da la voz de alarma, que en el peor de los casos se convierte en el grito de Munch. El cuerpo avisa, dicen, pero a menudo lo hace en un idioma extraño; un idioma que nunca hasta entonces habíamos oído. El cuerpo, nuestro cuerpo, era un mudo compañero de andada, un vecino interior invisible, un asiduo convidado de piedra en nuestras farras y excursiones noctámbulas. Pero de pronto habla, no sabemos qué dice, da señales de vida (o de muerte más bien) que no entendemos, que no podemos descifrar ni con la ayuda del mejor diccionario avalado por Víctor García de la Concha.
Cuesta entender que el cuerpo estaba ahí, acechándonos, desde el principio de la expedición. No es el descubrimiento del Mediterráneo, sino el modesto hallazgo de nuestro corazón y sus afluentes, del río revuelto del colesterol, de los arroyos de glucosa o de los pozos de ácido mortal. Hay un primer descubrimiento inquietante y gozoso del cuerpo, cuando llegamos a la adolescencia, pero el descubrimiento real es el segundo, el que muchos realizan estos días de resaca navideña, estos días de rebajas en los que constatamos que, en el fondo, nada vale su precio. Todo se puede rebajar aún más. Es cuestión de esperar a las segundas o terceras rebajas, aguardar el remate final como algunos aguardan el paso del cadáver de su enemigo delante de la puerta de su casa, sin variar el gesto.
Tarde o temprano todo se liquida. Lo veremos muy pronto. Lo podemos intuir a dos meses de las elecciones generales, que se adivinan romas, rebajadas de todo matiz, hoscas y toscas. Se rebajan los tonos, se retocan las caras difíciles, se simplifica el mapa, su liman las rebabas ideológicas. El socialismo vasco rebajará hasta el límite algunas de las letras de sus siglas como, por otra parte, lleva décadas haciendo con desigual fortuna. Las rebajas, no conviene olvidarlo, pueden ser eficaces o ruinosas. Ciertas firmas (las firmas de postín) no rebajan ni un ápice sus productos en estas fechas; otras anuncian precios especiales y pequeños descuentos. Todo son estrategias. El caso es que al final, de una manera u otra, llega el temido Paco con la rebaja en forma de escrutinio electoral, análisis de sangre o balance de pérdidas. La rebaja se impone. Como la de ese juez que ha rebajado de dieciséis a cinco años la pena a los asesinos y violadores de un niño de once años en Jaén en 1998. Las dos pequeñas hienas (se han librado por eso, por pequeñas, de cumplir íntegramente su condena) volverán a patear los descampados y los olivares. Se supone que, con esta rebaja, el sistema penitenciario garantiza la rehabilitación total y la buena conducta de los dos condenados. Lo malo es que también, a estas alturas de la cuesta de enero, uno tiene la fe en la humanidad (y en los jueces hispánicos) tan rebajada como su propia dieta
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