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Catalanizar la izquierda

Las tácticas de los dos grandes partidos españoles, el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ante las próximas elecciones generales dependerán en gran parte de lo que pasa en Cataluña. Pero lo que pase en Cataluña, al fin y al cabo, dependerá del resultado de las elecciones de marzo. De momento caben dos apuestas, las cuales ya fueron formuladas a partir de una escena tan temprana como la aparición conjunta en el balcón del palacio de la Generalitat del presidente Maragall y sus dos socios: el coordinador de su Gobierno, el republicano Carod, y el candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno español, Rodríguez Zapatero. Para los nacionalistas catalanes, la escena fue un símbolo de la subordinación de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) a un partido que depende de Madrid. Para los nacionalistas españoles simbolizó, por el contrario, la subordinación del PSOE al independentismo catalán. Al menos uno de los dos diagnósticos resultará equivocado, pero es lógico que uno de ellos -retórica aparte- acabe coincidiendo en mayor medida que el otro con la realidad.

Hay coalición, pero ciertamente también diferencias estratégicas entre el federalismo socialista y el independentismo republicano. Los primeros desearían catalanizar la izquierda española; los segundos, desespañolizar la izquierda catalana. En Cataluña, como en el País Vasco, una adecuada representación del espacio político-ideológico requiere dos dimensiones: la social izquierda-derecha y la nacional catalanismo-españolismo. En el País Vasco predomina la dimensión nacional, en torno a la cual se polarizan el Gobierno nacionalista vasco y la oposición españolista. Pero esto no impide que entre los dos partidos de oposición, PP y PSOE, existan significativas diferencias en la dimensión izquierda-derecha. Si en Cataluña se hubiera formado un Gobierno de coalición entre Convergència i Unió (CiU) y ERC, el panorama se habría aproximado al vasco, pero, como ha ocurrido durante más de veinticinco años, sigue predominando la dimensión social, en torno a la cual se polarizan ahora el Gobierno de izquierdas y la oposición de derechas. Esto tampoco significa, sin embargo, que no existan significativas diferencias entre los partidos de izquierdas, PSC, ICV y ERC, en la dimensión nacional, como también existen, evidentemente, entre CiU y el PP.

La estrategia federalista de los socialistas catalanes necesita una victoria del PSOE en las elecciones generales del próximo mes de marzo o, al menos, que el PP no obtenga en ellas una mayoría absoluta. De este modo, el Parlamento catalán podría presentar un proyecto de nuevo Estatuto de Autonomía y de nueva financiación con posibilidades de que fuera aprobado por las Cortes Generales con el apoyo del PSOE -como prometió Zapatero durante la campaña electoral catalana-, de IU y de los partidos nacionalistas y regionalistas. Aun si el PP gobernara, si hubiera una mayoría alternativa de oposición sobre este tema, es posible que incluso los dirigentes populares acabaran sumándose, con más o menos reservas, al acuerdo general. En esta hipótesis, los socialistas catalanes consolidarían sus posiciones de poder y podrían aspirar a renovar y mejorar sus apoyos en futuras elecciones, mientras que las expectativas de crecimiento de ERC podrían debilitarse. Con un éxito del diálogo y la negociación, la política catalana podría quedar centrada, de nuevo, en torno al PSC y CiU. En el conjunto de España, el PSOE tendría buenos motivos para profundizar su federalización según el modelo catalán.

La estrategia independentista de los republicanos catalanes, en cambio, se vería más favorecida por un enfrentamiento con un gobierno españolista del PP.

Los actuales dirigentes de ERC hace muchos años que diseñaron un proyecto a largo plazo según el cual, mientras que lo que hemos venido en llamar "pujolismo" estaría a cargo de "catalanizar la derecha", de modo que -como más o menos ha ocurrido en los últimos veinte años- la mayor parte de la otrora llamada burguesía y de los ex franquistas acabara apoyando a CiU, la misión histórica de ERC -por decirlo en los términos algo grandilocuentes con los que se suelen enunciar este tipo de proyectos- sería "catalanizar la izquierda".

De ahí la alianza que los independentistas buscaron en los últimos años del franquismo con los comunistas catalanes, de quienes se suponía entonces que serían dominantes en el movimiento obrero, y la que han ido construyendo en los últimos años con los socialistas -en numerosos ayuntamientos, en el Senado y ahora en la Generalitat-. El discurso reciente de Carod acerca de la posibilidad de ser independentista catalán hablando en casa castellano -es decir, su asunción de un concepto civil y no étnico de nacionalidad- está motivado por esta perspectiva estratégica. Por supuesto, a largo plazo su expectativa sería la "nacionalización" de la política catalana, subordinando a los partidos "sucursalistas", de modo que, con CiU dominando en la parte derecha del espectro político y ERC en la parte izquierda, hubiera una mayoría suficiente para avanzar decididamente hacia la independencia.

Pero, a corto plazo, si el PP gobernara de nuevo con mayoría absoluta a partir de marzo y, manteniendo la posición que ha desplegado en los últimos años, rechazara rotundamente cualquier proyecto de nuevo Estatuto catalán y de nuevo financiamiento, ERC, quizá un tanto paradójicamente, tendría algo que ganar.

En esa situación, un discurso acerca de la inutilidad de seguir en el Estado español y la poca ayuda obtenida de los socialistas españoles podría encontrar mayor audiencia. ERC podría tratar entonces de forzar la "consulta popular" a los ciudadanos de Cataluña ambiguamente incluida en el programa de gobierno.

Aún más favorable sería para ERC que el PSOE obtuviera unos resultados electorales peores de lo esperado y hubiera alguna crisis en su dirigencia que -en reacción a un mal resultado del pacto catalanista- lo aproximara a posiciones más españolistas. En esta hipótesis, ERC tendería a aumentar sus votos a costa de los socialistas, mientras que el PP, por su parte, podría recibir más apoyo a costa de los convergentes. La polarización entre ERC y PP podría comportar, sin embargo, un abierto conflicto entre el Gobierno catalán y el Gobierno español, una crisis institucional y, tal vez, alguna fractura en la convivencia civil.

Así pues, esta vez es más probable que nunca que las promesas de campaña del partido ganador en las elecciones de marzo tiendan a autocumplirse. Si gana el PSOE, no tendrá más remedio que avanzar en la institucionalización de la "España plural". Si gana el PP, su temor a la quiebra de "la unidad de España", tanto por el País Vasco como por Cataluña, puede producir su propia confirmación.

Josep M. Colomer es profesor de investigación en Ciencia Política en el CSIC.

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