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Columna
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Sin complejos y sin frenos

Puede que el año que acaba de concluir sea recordado como aquél en que fue dinamitado el complejo entramado jurídico internacional urdido a lo largo de las últimas décadas. Aunque de manera muy precaria, desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta la caída del muro de Berlín una serie de acuerdos suscritos por lo que ha venido a llamarse la "comunidad internacional" habían servido para mantener las apariencias y evitar que el unilateralismo campara a sus anchas. Sin embargo, la foto del trío de las Azores anunciando la invasión de Irak y denostando el papel de las Naciones Unidas recordaba más bien el argumento de esas películas del oeste en las que unos matones imponen su ley ante un sheriff amedrentado e incapaz de hacer valer su autoridad.

El desprecio hacia el Derecho Internacional y hacia cualquier tipo de compromiso en ese ámbito por parte del Gobierno de los EEUU venía ya anunciandose durante los últimos años: no aceptación de la jurisdicción del TPI, rechazo de los acuerdos de Kioto sobre emisiones de gases invernadero a la atmósfera, o incumplimiento de normas de la OMC, son sólo algunos ejemplos de la decisión de no acatar ninguna norma internacional que pudiera limitar la defensa de supuestos intereses patrios de los EEUU. La ocupación de Irak habría representado en ese sentido la consagración definitiva de la nueva diplomacia sin complejos puesta en marcha por la Administración de Bush y asumida con entusiasmo, entre otros, por Aznar.

Pero el desprecio por el derecho no se circunscribe al plano de las relaciones internacionales. El año 2003 ha sido testigo, en nombre de la lucha contra el terrorismo, de no pocas actuaciones contrarias al respeto de los derechos individuales. El ya de por sí poco apego de gran parte de los gobiernos del mundo hacia los derechos de los ciudadanos se ha visto fortalecido por la política sin complejos de la Administración de Bush para con los prisioneros de Guantánamo, o los disidentes que se oponían a la guerra. Hoy, los gobiernos de Rusia, China, Arabia Saudí, y tantos otros países de los cinco continentes no necesitan dar explicaciones a nadie. Les basta con acogerse a la doctrina antiterrorista de Bush para justificar cualquier atropello. Malos tiempos para la justicia.

También el Ejecutivo de Aznar ha sabido sacar partido del "todo vale" contra el terrorismo para inmiscuirse en la labor de la justicia, o para poner en marcha una política enloquecida en lo referente al País Vasco, mezclándolo todo desde el control de una poderosa máquina mediatica. En el contexto actual, las sentencias se dictan en los medios de comunicación, y las pruebas no las presentan los fiscales, sino las oficinas de desinformación creadas con dinero público.

El ámbito de los derechos sociales no se libra tampoco de la influencia de los nuevos tiempos. La perla con que nos obsequió Montoro para despedir 2003, argumentando que defender los derechos de las parejas de hecho perjudican la buena marcha de la economía y hacen aumentar el paro, refleja en el fondo la esencia del pensamiento dominante. Los derechos de la gente deben ponerse al servicio de una determinada forma de entender la economía y no al revés. Desde esa perspectiva podría argüirse igualmente que las pensiones o la gratuidad de la sanidad perjudican a la economía. Toda una filosofía de la vida.

El problema es que no parece vislumbrarse la manera de poner freno a tanto desatino. La situación por la que atraviesa una izquierda sin ideas, y en muchas ocasiones acomplejada, no permite que la parte de la ciudadanía que defiende otros valores pueda recuperar la ilusión, con lo que el conformismo y la resignación parecen instalarse en amplios sectores de la población. Lo dicho, una derecha envalentonada y sin complejos, y una izquierda incapaz de ponerle freno. Feliz 2004.

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