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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Disección de un alma errante

En la contraportada de este libro se hace una afirmación sorprendente: "En Bove, como en los grandes novelistas, no importa el tema, lo que importa es el tono". ¿Nos encontramos ante una novela sin tema? ¿Tolstói, Stendhal, Céline o Faulkner carecían de tema? Mis amigos es un libro de entreguerras, tocado por el vaciamiento de sentido de la vida que sigue a la catastrófica guerra de 1914-1918 que derrumba a la Vieja Europa y precedente directo del existencialismo que seguirá a la segunda Gran Guerra. En realidad es un conjunto de episodios con protagonista común que bien pudiera haberse ensanchado o alargado de no ser por el corte aceptable que supone el desahucio del protagonista, Víctor Bâton, un herido de guerra que subsiste de mala manera gracias a su exigua pensión, un solitario que ha hecho guarida de su debilidad y apocamiento, vive como un vagabundo en un barrio modestísimo de París y alimenta su esperanza con ensueños y su desesperanza con resignación.

MIS AMIGOS

Emmanuel Bove

Traducción de Manuel Arranz

Pre-Textos. Valencia, 2003

152 páginas. 12,71 euros

El libro, de frases cortas dentro de párrafos breves, da la sensación de estar escrito a la pata la llana, con verdadero despojamiento de cualquier clase de adorno o de imágenes, físicas o conceptuales; lo que sucede es que el no-estilo es un estilo en el que Emmanuel Bove se embarca; y lo mismo que emplea un no-estilo emplea una sucesión de anécdotas instrascendentes para dar cuerpo al libro; la suma de estas dos cualidades (¿o deberíamos decir no-cualidades?) literarias parecería indicar al lector que lo único importante en el libro es el tono -y, por tanto, el clima o atmósfera que éste crea- y que carece de tema. Lo que ocurre es que esta novela no busca la insignificancia sino la apariencia de insignificancia, tras la cual se encuentra una decidida voluntad de estilo y una elaboración implacable en busca de una hazaña que realmente logra: integrar de manera extraordinaria expresión e intención, tono y tema.

El personaje es un insolvente que nos va mostrando con insistencia minuciosa y detallada la miseria de su vida, una vida que en lenguaje de argot podríamos calificar de cutre. Sin embargo, la cutrez es en realidad una forma de autoafirmación que arrastra consigo la necesidad de ser reconocido y querido; lo que ocurre es que Bâton es un vencido que prefiere soñar que actuar; cuando actúa no hace sino proteger su imagen y cuando sueña, en cambio, proyecta sus deseos; pero ambos, imagen y deseo, se exculpan mutuamente. Está continuamente pendiente de lo que piensan de él, es un débil en busca de afecto; en sueños, puede tratarse de una muchacha guapa y rica; en la realidad, confiesa que "quería un amigo desgraciado, un vagabundo como yo". Desde un principio el lector sabe que va a habérselas con alguien condenado. En realidad, el mismo Bâton sabe que sobrevivir es engañar cada día que pasa con una disculpa o una falsa esperanza. No hay sorpresa, las reglas están marcadas desde el principio y nada permite aventurar que cambiarán. ¿Cuál es, entonces, la atracción de este libro? ¿La contemplación de la desgracia?

En primer lugar, posee el atractivo irresistible de lo que podríamos denominar la disección de un alma errante. La suma de detalles dibuja un tapiz de vida cuyos episodios están unidos por el común denominador de representar un fenómeno de adaptación; esta adaptación posee el morbo de manifestarse en un campo de marginalidad ya que la exposición es antes del cómo que del por qué. Pero si el lector aleja la vista lo suficiente como para alejarse del chisporroteo del morbo, observará que lo que se nos cuenta es una especie de crucifixión: la del hombre vaciado por la sociedad bienpensante. Lo que sucede es que en el relato -como en aquella memorable película de Howard Hawks, Hatari!- lo que cuenta en realidad son los "tiempos muertos" de la historia. El elemento dramático se instala entonces en esa intimidad, no en el desarrollo de la acción; ésta existe, pero sólo como compañía: carece de voz y permanece en segundo plano.

Porque la historia, que respira

al fondo, es la de una Europa que late bajo los escombros del pasado que se ha derrumbado sobre ella y que no sólo no atisba un proceso de reconstrucción sino que aún le aguarda el golpe de gracia. La vida de Bâton es una moderna crucifixión que él se encarga de disimular adaptándose a ella. Bove, además, se ha ocupado a la perfección de hacer actuar y hablar sólo al personaje, ni un mensaje ni una consideración de autor interfiere en la creación de Víctor Bâton. Y Bâton quiere vivir: "No tenía intención de matarme, pero inspirar compasión, a menudo me gusta. En cuanto un paseante se aproximaba, ocultaba el rostro entre las manos y aspiraba por la nariz como cuando uno ha llorado. La gente, mientras se alejaba, volvía la cabeza". El lector de este libro tendrá la gran suerte de meter la cabeza en él y dudo que la levante hasta terminarlo.

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