Columna inocentada
"Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamentos. Es Raquel que llora por sus hijos y no quiere consolarse porque ya no existen". La escena se sitúa en Oriente Medio y parece contemporánea, recién salida de un telediario de estos días. Y sin embargo es una cita bíblica, el final del relato que el evangelista Mateo hace de la matanza de los Inocentes. "Entonces Herodes envió a matar a todos los niños de Belén y su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que habían precisado los magos. Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamentos...". Y enseguida, el desconsuelo, que es presagio de un futuro informativo idéntico.
Es difícil no sólo de entender sino de asumir esa identidad de las noticias políticas. Que hayan pasado desde Herodes miles de años, millones de pensamientos, billones de emociones y sigamos, esencial y universalmente, donde estuvimos. En el mismo argumento de ambiciones de poder y de sacrificio de víctimas inocentes. Y tampoco resulta fácil de comprender la lógica que ha convertido aquella historia sórdida en pretexto para la celebración dulce de hoy. Cómo de la masacre de los niños hemos pasado a las inocentadas.
La mayoría de los argumentos que circulan por ahí para explicar que asociemos aquellos asesinatos con estas bromas me parecen bastante tirados por los pelos. Pero hay una versión sugerente -tal vez por resistente a las objeciones más tranquilizadoras- según la cual el origen de esa asociación, aparentemente absurda e incluso obscena, está en el doble sentido de la palabra inocente. Inocente no es sólo el no culpable o el incapaz de culpa. Inocente es sobre todo el fácil de engañar, el que cae en la trampa, en el truco; el iluso.
A partir de aquí voy a desdoblar esta última columna del año en varias versiones. Unas verdaderas tal vez y otras falsas, como muchas de las noticias que se difundirán hoy; unas firmes quizá y otras movedizas. O serias y engañosas. Lo único que voy a mantener en todas las versiones es la hipótesis inicial: el mundo es, con fijación, idéntico al de Herodes.
El mundo sigue siendo el de Herodes también por culpa de los inocentes. Nadie puede aspirar a ser inocente en las dos acepciones del término al mismo tiempo. El no culpable no puede ser simultáneamente iluso. La confianza es ilusoria, por lo tanto el que confía es cómplice, colaborador necesario del engaño o del crimen (que esta versión no necesita distinguir). La abolición de Herodes pasa pues por la eliminación de la ingenuidad. Por el debilitamiento de la esperanza que es la forma más solemne del candor.
El mundo es prácticamente el de Herodes. El espacio suburbial que describe ese adverbio se desertiza. La inocencia, en cualquiera de sus acepciones, es una planta tierna. En realidad, lo era. Porque ahora, para poder sobrevivir en un medio cada vez más hostil, está cambiando su morfología ( y su sintaxis). Acartonando su piel, cubriéndola de vellosidades y de espinas. Los cactus son especies bien adaptadas al suelo árido.
El mundo es esencialmente el de Herodes, todavía. A las afueras de esos dos adverbios si sitúa la broma. La inocentada es progreso porque es esfuerzo de sustitución. Cambiar el cuchillo por el monigote de papel en la espalda. La inocencia es diferencia, esto es, actividad del lado del papel. Sobre el papel, la esperanza se pone al nivel del resto de los elementos del discurso, no desentona. Solemne y todo parece una palabra de uso común.
El mundo es paisaje de cactus y de rocas filosas. Apenas discernibles. Por encima, recortado, el castillo de Herodes.
El mundo de Herodes es sólo un método. La inocencia no son dos acepciones, sino dos estadios. La confianza es inocencia adjetiva. Procedimiento de inocencia.
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