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Tribuna:DEBATE | ¿El fantasma del antisemitismo recorre Europa?
Tribuna
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Otro sionismo

El largo artículo que Yaacov Cohen publica en las páginas de Opinión de EL PAÍS el 19 de noviembre abunda, aparte de en relatos estremecedores del sufrimiento de los judíos en la historia, en argumentos simplificadores que cabría resumir así: la única política de paz y seguridad posible para los judíos de Israel es la del actual Gobierno, y cualquier crítica a la misma se desliza hacia el antisemitismo, si no lo alienta abiertamente; cualquier comprensión del problema de los palestinos es sospechosa de apoyo al terrorismo. La realidad, sin embargo, es que una parte importante de los judíos, incluso sionistas de primera hornada, no suscribirían esa argumentación.

Es el caso de un personaje como Martin Buber (1878-1965). Este filósofo del "principio dialógico" no es muy conocido en España (fuera de los trabajos del profesor Sánchez Meca): nacido en Viena de familia judía, entró muy temprano en el movimiento sionista. Él mismo confiesa que más por razones de orden religioso y cultural que político. Tras aguantar en Alemania los primeros años de Gobierno de Hitler, emigró en 1938 a Jerusalén, en cuya Universidad Hebrea empezó enseguida a enseñar. A partir de esta época se hace notar como un sionista decididamente partidario de hacer cuantos esfuerzos fueran necesarios para un entendimiento entre judíos y árabes, así como, en la posguerra, para el restablecimiento del diálogo con los intelectuales y las instituciones de Alemania. Fue un verdadero activista intelectual en la universidad y en la sociedad en general. Fundó revistas y asociaciones, publicó artículos, dio conferencias. Siempre enseñando.

Buber, para comprender la realidad, aunque judío, tenía en cuenta también al otro

Su filosofía del diálogo considera que la existencia humana se hace en una relación de doble tipo: la del yo-ello, que es la que el ser humano mantiene ordinariamente con lo que lo rodea (incluido el prójimo) y en la que lo otro, o el otro, se ve a distancia, como una cosa, como parte del entorno; y la relación yo-tú, en la que el ser humano interviene con lo que tiene más íntimo, con todo su ser. Es un encuentro en el que entabla con el otro, y el otro con él, un diálogo real. Y es en este diálogo, en esta apertura al otro, donde el yo se descubre a sí mismo como yo propiamente dicho, de modo que la relación dialógica es constituyente del yo mismo. Es Buber un pensador que, en política, aplica el mismo principio del diálogo que fundamenta su filosofía. Veamos.

Acababa Ben Gurion de anunciar la fundación del Estado de Israel y aviones de guerra egipcios bombardearon Tel Aviv; los ejércitos de cinco Estados árabes se unieron con tropas palestinas no regulares para golpear al Estado judío aún en la cuna. Martin Buber no tardó en hacer pública su reflexión sobre el hecho: en noviembre del mismo 1948, en el órgano oficial de Ihud, la facción creada en 1942 por cien personalidades dentro del sionismo para, entre otras cosas, según su programa, "encarar los problemas vitales de nuestra tierra y la construcción de la misma por la vía de la unión de los pueblos judío y árabe", defendió que era poco honesto que los "israelíes" quisieran presentarse como víctimas inocentes de la agresión árabe, porque, "para los árabes, la agresión originaria está en las pretensiones políticas de los sionistas". "¡Basta de palabras huecas!", titulaba el artículo.

Fueron duras las reacciones por parte de otros sionistas, alguno hasta amigo y discípulo de Buber, porque, pensaban, la tesis implícita del filósofo era que la política sionista, basada en el derecho inalienable de los judíos a establecerse en Palestina, constituía un acto de agresión moralmente dudoso.

Martin Buber fijó su postura en un contundente artículo que ha permanecido inédito hasta que lo dio a conocer, 45 años más tarde, el profesor Paul Mendes-Flohr (Ein Land und zwei Völker, Frankfurt am Main, Jüdischer Verlag, 1993). Según él, estamos ante unos "hechos y sus consecuencias".

Hecho primero: los judíos emprendieron la tarea de asentamiento sin "ponerse de acuerdo con la gente de esta tierra sobre los motivos y las condiciones" de la misma. En consecuencia, "los árabes que piensan y se preocupan por el futuro de su pueblo" ven a los judíos cada vez más "como invasores y representantes de intereses extranjeros".

Hecho segundo: a los pobladores de la tierra palestina se les arrebataron las posiciones económicas naturales mejores sin compensaciones que puedan llamarse verdaderamente tales. Consecuencia: la gente pensante de este pueblo interpreta ese proceder temiendo "que sus generaciones futuras se verán privadas, sin más, cada vez en mayor medida, del suelo necesario para su desarrollo". La única solución sería una política económica tendente al desarrollo de intereses comunes, "y eso no lo hemos hecho".

Hecho tercero: al acercarse la expiración del mandato británico, los judíos, lejos de hacer cualquier oferta a los árabes palestinos para instaurar "un condominio judío-árabe", conscientes de que iban por delante, "hemos llegado a la conclusión de que teníamos derecho al dominio de toda esta tierra". Consecuencia: los propios judíos han proporcionado a los enemigos árabes el respaldo de una opinión pública "que es la que ha hecho posible el ataque bélico contra nosotros".

Último hecho: "La paz, cuando llegue, no será paz; no una paz auténtica, positiva y grande, constructiva, creativa, base de vida en común, posibilitadora de grandes obras de civilización, que es la que necesitamos, sino sólo una paz negativa, una no guerra que en cualquier momento, en cualquier circunstancia nueva, podrá mudarse en otra guerra".

La consecuencia de este último hecho la formula Buber en forma de pregunta, que yo, por mi parte, quisiera plantear hoy al embajador Cohen y a cuantos con él llaman la atención sobre la amenaza de una nueva oleada de antisemitismo: "¿Cómo quiere usted luchar, en esta época de falsa paz, contra el 'espíritu del militarismo' cuando, en medio mismo de nosotros, dirigentes de un nacionalismo extremo lo tienen fácil para convencer a los jóvenes de que dicho espíritu es imprescindible para la pervivencia de nuestro pueblo?".

Los ecos de Buber suenan hoy también como antisemitas; sencillamente porque, para comprender la realidad, aunque judío, tenía en cuenta también al otro.

Daniel Romero, filólogo y biblista, es el traductor de Libertad conquistada. Memorias, de Hans Küng (Ed. Trotta).

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