Julio Galán, escenógrafo y diseñador de interiores
Tarde llega la mala noticia de la muerte, antes de cumplir los 50 años, de Julio Galán. En mi caso, al dolor de una desaparición tan intempestiva se añade el estupor: estuve hablando con Julio el pasado 24 de octubre en los salones del hotel Reconquista de Oviedo (su ciudad natal), después de darle la enhorabuena por el sobrio y muy hermoso arreglo del escenario del teatro Campoamor que él había, como en años anteriores, diseñado para la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Le encontré jovial (como siempre era él) y con buen aspecto, pese a haber sufrido meses antes una seria operación; por desgracia, el proceso canceroso no se detuvo, y Julio murió cinco semanas después de aquel encuentro, cuya brevedad ahora lamento.
Antes que al artista yo conocí al personaje de Julio en el Madrid de finales de los setenta y primeros ochenta, es decir, en el lugar y tiempo de florecimiento de la hoy venerable movida, a la que él aportó la energía de muchas noches en blanco y una llamativa elegancia. En los bares y en los estrenos destacaba Julio -que era alto, bien plantado y apuesto- como un auténtico dandi, en un país que confunde el dandismo con el atildamiento. Se dedicaba por aquel entonces profesionalmente al diseño de interiores, pero su vocación era el teatro. Y aún recuerdo el Don Pasquale de Donizetti que fue, en 1982, su tarjeta de presentación madrileña como ocurrente y refinadísimo diseñador de decorados y vestuario en dúo (muy productivo desde entonces) con su amigo y paisano Emilio Sagi, hoy director artístico del Teatro Real. Ese doble debut en el teatro de la Zarzuela fue memorable, pero el tándem Sagi / Galán siguió ofreciendo montajes líricos de altura, entre los que yo destacaría La fanciulla del West, Idomeneo, Marina (con Alfredo Kraus), el programa doble de La verbena de la Paloma y El bateo, o La montería, en acertada clave de parodia archibritánica. Para José Carlos Plaza diseñó el Macbeth de Verdi, y para José Luis Alonso, El año pasado por agua, aunque su labor, desarrollada en numerosos coliseos europeos y americanos, no sólo fue de índole musical. De hecho, hay dos funciones teatrales que yo recuerdo primordialmente por su brillante solución visual: La Dorotea de Lope en el Centro Dramático Nacional y una floja comedia italiana, La estación (dirigida aquí por Jaime Chávarri), para la que Julio creó un precioso decorado ferroviario.
Últimamente, sin abandonar sus colaboraciones con Sagi, Galán había también asumido el papel de director de escena, siendo muy elogiados sus montajes en Oviedo de Tosca y Carmen, que no he visto. El próximo 30 de marzo se estrenará en el Teatro Comunale de Bolonia una Fille du Régiment dirigida por Sagi con los diseños que Julio, en medio de su enfermedad, pudo terminar y enviar a Italia.
En el trabajo de Julio Galán siempre me pareció advertir ciertos rasgos de su persona; no sólo la ya citada finura natural, sino un regusto irónico a veces plasmado en malicioso y exquisito humor (que los ingleses, en palabra intraducible, llaman bitchy). La imagen del artista ingenioso y elegante prevalece para mí ahora que ya será imposible apreciar nuevamente esas cualidades suyas en los escenarios.-
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