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Reportaje:LOS LIBROS DEL AÑO

Para la biblioteca de 2003

Víctor Andresco

Capital de la gloria (Alfaguara), Juan Eduardo Zúñiga. Si el Madrid de la gloria (y del dolor) tiene en Zúñiga a su mejor cronista, la narrativa en español alcanza con este volumen uno de sus momentos más luminosos. Tras la maltrecha épica de la resistencia (a pocos meses del final de la guerra civil) aparece la sobrecogedora realidad de los sentimientos. Un verdadero lujo.

En torno a la literatura (El Cobre), Gao Xingjian. Es imposible concentrar más y explicar mejor los grandes arcanos de la creación literaria. El Nobel chino propone una literatura fría capaz de sobrevivir al pragmatismo imperante y seduce al lector con siete reflexiones magistrales que son el mejor homenaje a la cultura y su correlato ético. Una referencia imprescindible.

Bolaño reafirma en este libro póstumo su creciente magisterio sobre la literatura hispánica
Michon funde pensamiento, arte y literatura en un inolvidable crisol que arde y arderá para siempre
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Javier Aparicio

El gaucho insufrible (Anagrama), Roberto Bolaño. Libro póstumo del personalísimo escritor chileno y vehículo sin duda apropiado para que el lector se sumerja en el ecléctico y variopinto universo literario del autor de Los detectives salvajes. Volumen misceláneo, agrupa relatos, artículos y discursos en los que la autobiografía, su talante trotamundos, su reflexión sobre el oficio de escribir y su crítica del sistema literario se ponen de manifiesto de forma sumamente sugestiva.

En nombre de la tierra. Vergílio Ferreira (Acantilado). Enjaulado en una residencia y llevado por la embriaguez del recuerdo, un hombre maduro e inválido le escribe una hermosa epístola de amor a Mónica, su esposa muerta, convirtiéndose la carta en un monólogo interior, desagüe verbal por el que fluye y se escapa la conciencia, en celebración del cuerpo.

J. Ernesto Ayala-Dip

Volver al mundo (Anagrama), J. Á. González Sainz. En la estela de las propuestas estilísticas de un Benet o un Javier Marías, el escritor soriano urde una trama novelesca sustentada en un cruce de voces perfectamente construidas. El paisaje humano y físico, más toda la materia histórica e intrahistórica de esta hermosa novela, queda condensado en las vicisitudes, espléndidamente resuelto en su dibujo indirecto, de su protagonista, carne y metáfora de nuestros días.

¿Qué haré cuando todo arde? (Siruela), António Lobo Antunes. El gran escritor portugués vuelve a seducirnos, desde una afilada y sutilísima escritura, con una historia familiar llena de secretos y zonas indescifrables. A la postre, la novela de Lobo Antunes es un nuevo intento de atrapar y desnudar las miserias morales de la sociedad de su país. El logro artístico y su temperatura humana compensan con creces su complejidad compositiva.

Nora Catelli

El pasado (Anagrama), Alan Pauls. ¿Cómo escribir novela hoy? ¿Cuántos tipos de experimentos existen para revivir este género exhausto? Pauls elige las reescrituras de la novela clásica -aprendizaje y decepción, pasión y drogas, viajes- y logra abarcar todos sus registros con una lengua de una plasticidad extraordinaria.

Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama), W. G. Sebald. De género inclasificable, entre el ensayo y el relato, entre la meditación y la crítica, entre la biografía y el reportaje, este conjunto de textos de Sebald enseña a reflexionar sobre el alcance y los límites de la culpa en el contexto de la posguerra alemana.

Rafael Conte

París no se acaba nunca (Anagrama), Enrique Vila-Matas. Nuestro gran metanarrador cuenta en este texto autobiográfico y de ficción cómo empezó a escribir hace treinta años en una buhardilla que le alquiló en París Marguerite Duras, inspirándose en una novela de Unamuno que mataba a quien la leía, y de ahí salió su primer libro y toda su carrera posterior, que habla sin parar de la literatura y lo real, de su contrario, y al revés. Arte que divierte y hace pensar.

Señores y sirvientes (Anagrama), Pierre Michon. El mejor escritor francés actual (tras la "evaporación" de Pascal Quignard) reúne aquí tres breves libros sobre cinco pintores -Van Gogh, Goya, Watteau, Claudio de Lorena y Piero della Francesca-, donde funde pensamiento, arte y literatura en un inolvidable crisol que arde y arderá para siempre. Una hermosura.

Edgardo Dobry

El entenado (El Aleph), Juan José Saer. Veinte años después de su edición original en Buenos Aires, esta obra genial ficcionaliza un episodio de la conquista de América desde el corazón más moderno de la novela del siglo XX. La mirada del testigo -del cronista, del superviviente- sostiene un relato no superado ni igualado aún, y por eso pleno de vigencia.

Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama), W. G. Sebald. De entre la obviedad formal y argumental de la narrativa del día destaca gigantesca la figura de Sebald. En sus páginas resurge el verdadero sesgo moral de la literatura, en la misma belleza de su dura indagación sobre lo más negro de la historia europea contemporánea.

Cecilia Dreymüller

Un Ganges de palabras (Puerta del Mar), Chus Pato. "La vida tiene que ser arrancada en el proceso / las palabras, ese estigma que aún nos delata". Híbrida, tumultuosa letra con sujeto femenino enfrentado a los sistemas de dominio: poesía para hoy. Antología bilingüe de una extraordinaria poeta gallega.

Malina (Akal), Ingeborg Bachmann. Historia triangular, novela de artista a la vez que psicograma femenino, sátira social y novela autobiográfica. La experiencia del amor de una escritora desemboca en un trastorno psíquico. Al final de esta fascinante indagación en los "modos de muerte" de las mujeres, ella desaparece en una grieta de la pared.

Ignacio Echevarría

El gaucho insufrible (Anagrama), Roberto Bolaño. El año 2003 quedará para siempre ensombrecido por la pérdida inaceptable de Roberto Bolaño, que en El gaucho insufrible, publicado ya póstumamente, reafirma su creciente magisterio sobre la literatura hispánica con un puñado de contundentes y provocadoras lecciones, que no por casualidad lanzan saludos cómplices a dos narradores argentinos que han publicado este mismo año dos de las más notable novelas de la temporada: Alan Pauls, autor de El pasado (Anagrama), y, muy especialmente, Rodrigo Fresán, autor de Jardines de Kensington (Mondadori).

Media vida (Debate), V. S. Naipaul. "Naipaul es un maestro de la prosa inglesa, y la prosa de Media vida es tan limpia y fría como un cuchillo". En estos términos, que muy bien podrían referirse a él mismo, escribe J. M. Coetzee, merecedor del más reciente Premio Nobel de Literatura, sobre la última novela de V. S. Naipaul, quien obtuvo el mismo galardón hace apenas dos años. Mientras Naipaul y Coetzee continúen escribiendo, va a ser difícil deponer la preferencia por sus libros, aun cuando se trate, como es el caso de Media vida, de novelas soberbiamente irresueltas.

Rodrigo Fresán

París no se acaba nunca (Anagrama), Enrique Vila-Matas. En París no se acaba nunca -o cómo se deforma un hombre para que se forme un escritor-, Vila-Matas hace gozar con lo que unos pocos elegidos consiguen: que una forma única de ver el mundo cristalice en singular estilo literario.

Vía revolucionaria (Emecé), Richard Yates. Es la perfecta autopsia en vida y sin anestesia a una Mrs. Bovary habitando los pesadillescos suburbios del American Dream. Pocos libros tan tristes hicieron tan felices a sus lectores: obra maestra.

Marcos Giralt Torrente

París no se acaba nunca (Anagrama), Enrique Vila-Matas. Sin duda, uno de los mejores libros publicados este año y también uno de los mejores de su autor. Un tratado sobre la ironía y un retrato del París bohemio de comienzos de los años setenta en el que Enrique Vila-Matas mezcla con su destreza habitual ficción, autobiografía y ensayo.

Cuentos reunidos (Alfaguara), Saul Bellow. Trece historias, entre cuentos y novelas breves, de quien es probablemente el mejor prosista vivo norteamericano. Una muestra de estilo, humor e inteligencia literaria, con piezas maestras como El contacto Bella Rosa, Zetland o Algo por lo que recordarme.

Javier Goñi

Capital de la gloria (Alfaguara), Juan Eduardo Zúñiga. Para un tiempo de desmemoria, en el que incomoda rebuscar en las cunetas de la historia, Zúñiga, un escritor preciso, elegante, que se mueve sin apresuramientos ni concesiones, descubre, en este puñado de relatos del Madrid en guerra, del Madrid de las bombas, los latidos del deseo, la vida siempre fluyendo.

Lefeu o la demolición (Pre-Textos), Jean Améry. Superviviente de Auschwitz, autor de ensayos sobre la culpa y la expiación, el austriaco Jean Améry publicó antes de suicidarse una bellísima novela, un hermoso panfleto contra todo, en el que ponía en solfa su tiempo. Un texto complejo y fascinante que le debemos, en español, a Enrique Ocaña.

José María Guelbenzu

Volver al mundo (Anagrama), J. Á. González Sainz. "A partir de un determinado momento de la vida, el mundo se nos va más aprisa". Ese movimiento es el que el autor afronta con extrema ambición, una escritura exigentísima y un pensamiento bien plantado. Novela desmedida, sin duda, pero literatura verdadera.

Cosmópolis (Seix Barral), Don DeLillo. Una verdadera novela de ideas contada con un arrojo, un ritmo y una sabiduría sin par en la literatura norteamericana contemporánea. Frente al exceso de cohetería o al mimetismo de las nuevas generaciones, un veterano se interna en el siglo XXI dispuesto a abrir el camino del futuro. Arrebatadora.

Ignacio Martínez de Pisón

La tentación del fracaso (Seix Barral), Julio Ramón Ribeyro. No es una novela sino unos diarios, los de uno de los mejores cuentistas en lengua española. Quienes, hace muchos años, descubrimos a Ribeyro gracias a sus Prosas apátridas reencontramos ahora la cautivadora lucidez de aquellas páginas.

Middlesex (Anagrama), Jeffrey Eugenides. Una saga familiar greco-norteamericana contada por un hombre que hasta los 14 años vivió como niña. Escrita en estado de gracia, Middlesex es, en todos los sentidos, una gran novela.

Ana María Moix

Las trece rosas (Siruela), Jesús Ferrero. Con el poderío implacable de una prosa rica y ceñida, Jesús Ferrero lleva al terreno de la ficción el vil asesinato de 13 jóvenes rojas en el Madrid de los vencedores de la Guerra Civil.

¿Qué haré cuando todo ar

de? (Siruela), António Lobo Antunes. Última novela de uno de los mejores escritores de la narrativa actual. A través del intento de recuperación del pasado, el hijo de un travesti acaba identificándose con la figura de su padre, o mejor dicho, con lo que el tiempo ha dejado de una personalidad tan difusa y cambiante como la realidad, sólo aprehensible merced a un ejercicio de inmersión en el aparente y arrebatador caos de la sinfonía verbal creada por el lenguaje del autor.

Justo Navarro

París no se acaba nunca (Anagrama), Enrique Vila-Matas. Se trata de la continuación de París era una fiesta, de Hemingway, transmutado en Vila-Matas hacia 1970, fiesta sin fin, la fiesta del cuento, muy semejante a un charlar entre amigos. El tema de conversación son los alegres infortunios de un joven aprendiz de escritor.

Patrimonio. Una historia verdadera (Seix Barral), Philip Roth. Philip Roth cuenta los últimos días de Herman Roth: la imposibilidad de que el padre se convierta en hijo de su hijo, aunque la indefensión del niño ante el futuro y la indefensión del viejo ante la absoluta falta de futuro alguna vez se parezcan y provoquen afectos comparables.

María José Obiol

París no se acaba nunca (Anagrama), Enrique Vila-Matas. Ciertamente sonrío. Así leo a Enrique Vila-Matas. Espero una y otra vez su letra. Me sorprende y me divierte. Hace ya tiempo que me atrapó su inteligente ironía. Alguien me dijo que París no se acaba nunca es un libro esperanzador sobre una generación que siempre se duele. Será por eso que ciertamente sonrío.

El libro de las ilusiones (Anagrama), Paul Auster. La lectora escribió: "Amo nadar el mar, pero hoy estuve más atenta a David Zimmer y Hector Mann que a mi brazada. Al atardecer, leí. Crucé la página 137 y hallé la palabra 'salada'. Recordé el sabor del mar que nado. Me añoré en el agua. ¡Vaya día de contiendas difíciles! Mayo 2003". Eso anotó la lectora.

Lluis Satorras

El heredero (Alfaguara), José María Merino. Novela grande, amplia y sosegada, en la que Merino demuestra su capacidad para recrear, templar y glosar los grandes relatos decimonónicos. Sucesos extraordinarios, grandes pasiones y contradictorios sentimientos y un panorama espléndido de la variedad inagotable de la experiencia humana.

Anna la dulce (Ediciones B), Dezsö Kosztolány. Autor húngaro de la generación simbolista, logra, con un estilo impecable, que personajes, objetos y escenarios mortecinos brillen con la luz arrebatada de lo inmortal, compendio de la trágica condición humana. Y siempre acompañado de una corrosiva ironía muy personal. Un éxito absoluto.

Francisco Solano

El pasado (Anagrama), Alan Pauls. El amor como adicción y pesadilla. El argentino Alan Pauls, con una prosa límpida y frenética, sumerge al lector en el descalabro de una separación que nunca se consuma. El hombre experimenta otros deseos, otra vida, pero la mujer lo recupera con un ávida estrategia de terrorismo emocional.

El diario de un hombre decepcionado (Alba), W. N. P. Barbellion Barbellion quiso ser un gran naturalista, y acabó en un puesto subalterno, analizando piojos. Se debatió entre la ambición y una deplorable salud. Su diario es una introspección tan insólita -el yo es otro piojo- que cuando se publicó, poco antes de morir, le deparó el reconocimiento público que nunca tuvo en vida.

Los escritores españoles Juan Eduardo Zúñiga (izquierda) y Enrique Vila-Matas. (arriba) La escritora austriaca Ingeborg Bachmann (izquierda) y el autor británico y premio Nobel 2001 V. S. Naipaul.
Los escritores españoles Juan Eduardo Zúñiga (izquierda) y Enrique Vila-Matas. (arriba) La escritora austriaca Ingeborg Bachmann (izquierda) y el autor británico y premio Nobel 2001 V. S. Naipaul.

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