¿Se mueve?
Se nos marcha un año movido. Un año seguramente crucial, más por la incierta novedad que nos plantea -sus interrogantes- que porque haya resuelto nada que nos pueda parecer decisivo. Ha sido casi un año bipolar -en la acepción patológica de la palabra- pleno de exaltaciones y caídas, de resoluciones equívocas que se torcían estrepitosamente en giros no menos equívocos. Lo esperábamos desde hacía un par de años, desde aquel 11 de septiembre cuya zona cero parecía exigir un nuevo punto de partida. Año de la acción decisiva, del golpe efectivo que iba a reordenar el mundo, dar carta de naturaleza a un nuevo imperio, determinar las líneas del buen futuro y del mal pasado, de lo nuevo y de lo viejo, el año quedará sin duda como emblema para la Historia, como referente de lo que ha puesto en marcha, pero eso, lo que ha puesto en marcha, lo ignoramos todavía. Ocurre con frecuencia con los acontecimientos históricos, que la historia verdadera surge de su sombreado y no del esplendor de su estruendo. La vida, casi siempre, suele desbordar a sus estrategas, aunque es evidente que suele hacerlo en el terreno que estos han querido marcarle. De momento, sólo conocemos ese terreno.
Ha sido el año de la guerra también para los españoles. Al parecer contra su voluntad, lo que deja la responsabilidad de sus efectos en manos de quien decidió implicarse en la aventura. Se suele decir que la Historia la escriben los vencedores, lo que seguramente es verdad, pero la victoria la determinan los objetivos a alcanzar y los objetivos de esta guerra iban mucho más allá del derrocamiento y posterior captura del tirano Sadam. No voy a decir que esos objetivos no vayan a alcanzarse a más largo plazo, plazo que sin duda requieren. Está por verse, pero en caso de que se alcancen pasará al olvido, a las oscuridades de la Historia, el cómo de esta guerra: su indudable ilegalidad, la falsedad de los pretextos aducidos, la total desconsideración hacia el enemigo y sus víctimas, etc. ¿Había que pagar ese precio? La respuesta dependerá de los resultados, y la victoria plena lo justificará todo, sentando un pésimo precedente para el futuro.
¿Había que pagar también ese precio en España? Se han expuesto diversos argumentos para explicar la intervención, algunos digamos que positivos y otros no tanto. Sea como sea, entre nosotros será igualmente la victoria la que lo justifique todo y haga olvidar el cómo, que también aquí ha dejado mucho que desear. No me refiero ya a la ilegalidad de la iniciativa, ni a la falsedad de los pretextos, sino a otro agravante que nos ha distinguido: el total menosprecio de la voluntad de la ciudadanía, expresada no en la calle, sino en el Parlamento de la nación. Lo que el Gobierno ha eludido no ha sido el apoyo del Parlamento, que lo hubiera obtenido al tener mayoría en él, sino la voz de ese Parlamento, las voces contrarias a su iniciativa, asordinadas en todo momento para debilitar la receptividad que pudieran tener entre los ciudadanos. Una lamentable actuación que, lejos de constituir una excepción, se ha convertido, merced al anatema patriotero de tan sólidos agarres en esta guerra, en práctica común última de nuestro Gobierno. Quizá vayamos a conseguir la victoria, pero el fortalecimiento de nuestra práctica democrática no será uno de sus efectos.
La guerra ha sido elevada a paradigma y llave de una determinada concepción de la nación. Presentada como lucha contra el terrorismo, ha convertido la política exterior en proyección de la política interior, legitimando esta última como necesaria e incontestable. Lo exterior y lo interior se hacen uno en su mutuo reflejo, y sacralizada por la guerra la política se pretende unívoca: quien gobierna es España. ¿Y quienes se oponen? La respuesta es obvia, pero en ese paisaje que se nos traza quizá debamos dejar a un lado las estridencias y empezar a fijarnos en su sombreado. Es posible que algo esté ya moviéndose. El año en que entramos nos sacará de dudas y tiempo tendremos para hablar de ello. De momento, permitan que les desee que lo empiecen bien, sin estrambotes. Y cuiden su estómago.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.