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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las tripas de la magia

Pocos niños pueden resistirse a la tentación de destripar sus juguetes más fascinantes y hurgar, con saña de locos bajitos, en sus mágicos mecanismos. Por eso no puedo quitarme de la cabeza algunos de los juguetes más pulcramente conservados del Museo del Juguete de Cataluña de Figueres. Quizá pertenecieron a niños raros, enfermizos o afectados de algún síndrome de mediocre sensatez adulta en la más tierna infancia. Quién sabe. Lo cierto es que no muestran los macabros descalabros que una criatura curiosa sabe infligir a sus indefensos compañeros de juegos. No sucede lo mismo con los 32 instrumentos de un niño-adulto que hasta el 1 de febrero se exponen en la sala temporal del mismo museo bajo el título Pascal Comelade y su orquesta de instrumentos de juguete. Hay entre ellos un diminuto y baqueteado piano de manera, con las notas rayadas sobre las teclas como si se tratara del graffiti de la puerta de un lavabo público. O una flauta fabricada a partir de un tubo agujereado de cigarros Montecristo.

Pascal Comelade expone los juguetes-instrumentos que le ayudan a exparcir, en forma de delicadas cancioncillas, su original mundo sonoro

El iconoclasta músico nacido en Sant Feliu de les Forxetes (Conflent) el año 1955 muestra también algunos de los saxofones y trompetas de plástico que usaba su grupo, la Bel Canto Orquestra, para interpretar, en la década de 1980, una briosa versión del Sex Machine de James Brown. El repertorio de juguetes musicales de Comelade incluye también el conejo-timbal Duracell, que popularizó el anuncio televisivo de las pilas de la misma marca. Todos estos juguetes musicales han ayudado al no músico -tal como gusta de definirse- a esparcir en forma de delicadas cancioncillas su evanescente y original mundo sonoro. ¿Tendrán esas melodías de lustre festivo y poso melancólico algún inescrutable secreto en sus entrañas? ¿Albergarán en su corazón un mecanismo secreto similar al del conejito que toca el timbal? No me resisto a despanzurrar su música. Pero soy incapaz de hacerlo solo. Recurro para ello a la erudita colaboración de un amigo reciente, el doctor en musicología Richard Evans, que cambió la flemática y disciplinada vida universitaria por las clases de inglés en una academia de Girona. Evans asegura que la ciudad del Onyar le parece un escenario magnífico para su particular "rebelión silenciosa". Acudimos juntos a un concierto de Pascal Comelade y la Bel Canto Orquestra. El Teatre de Salt se viene abajo. Es un éxito clamoroso. A la salida, le pido a Evans, a bocajarro, una autopsia de la magia. Lo primero que sorprende al musicólogo inglés es que Comelade no toca de la forma ortodoxa de los pianistas adultos. La mano izquierda tiene un recorrido corto. "Es como si de niño amara mucho la música, pero hubiera crecido sin la ayuda de un maestro formal", aventura. Evans no cree que el uso de los instrumentos de juguete persiga la antigua idea igualitarista según la cual cualquiera que se lo propusiera podría hacer música, sino que más bien desea hacer aflorar "la magia de la infancia y de lo naïf". El musicólogo advierte que la primera división esencial entre los músicos, aunque parezca obvia, está entre los que aman la música y los que quieren ganar dinero con ella. "Comelade la ama obsesivamente y tiene todo un mundo propio", admite. En un alarde poético que me sorprende, compara sus composiciones con los imaginativos y coloristas dibujos de un niño. "Los niños, cuando tocan, se ponen muy serios y no se ríen nunca, como Comelade", añade. Eso nos lleva a otro fenómeno típico de la infancia, la timidez. El autor de L'argot du bruit, hombre de pocas palabras, a menudo parece que quiera esconderse de su público tras su minúsculo piano de cola. De pronto, a Evans le viene a la memoria una vieja teoría que relaciona infancia y primitivismo aplicable al fenómeno Comelade. Me habla de un tal Ernst Haekel, un biólogo del XIX que defendía la peregrina idea de que "la ontogenia repite a la filogenia", o dicho de otro modo, que los estadios de evolución de la especie humana se corresponden con las diferentes fases de crecimiento de un individuo, o dicho de otro modo, que la infancia correspondería al estadio del hombre primitivo, o dicho de otro modo, que un niño sería como un mono. Apabullado ante la sabiduría musical de mi amigo, y deseando profundizar en sus conocimientos, le pregunto cuál es su música preferida. Mi pregunta le descoloca y le hace mudar el semblante. Puesto que no me contesta, insisto: ¿Cuál es tu música más querida, aquella que te transporta y te eleva? Con cara de perro apaleado, me mira a los ojos y me dice que le cuesta sentir placer con la música. Advirtiendo mi sorpresa, Evans se ve impelido a confesarme que sus largos y absorbentes años de estudio estético han mutilado su capacidad de disfrutar de la música. "Mis conocimientos afectan a mi percepción. Todo lo que sé me distrae y me lleva automáticamente al análisis". De pronto me viene a la cabeza una de esas frases célebres: La ignorancia es el camino de la felicidad. No dejo de darle vueltas. Me despido de inmediato.

Regreso a casa muy preocupado por todo lo que me ha explicado mi amigo musicólogo. Quizá haya ido demasiado lejos en mi empeño despanzurrador. Quizás ya sea demasiado tarde. Quizás ya sepa demasiado. Me abalanzo sobre mi equipo de música y pongo uno de los compactos de Comelade. Compruebo aliviado que, como siempre, me invade una radiante y sedosa melancolía. Menos mal.

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