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Reportaje:

Bonito, barato

Proliferan en China las tiendas de regalos de bajo precio y el consumismo se convierte en una prueba más de los nuevos tiempos

Pekín

Sentado en un pequeño taburete, Zhou Peng lleva el arroz a la boca con los palillos sin perder de vista la entrada de la tienda. En cuanto aparece un cliente, abandona el bol metálico y se levanta disparado. "Esos calzoncillos, tres yuanes [30 céntimos de euro]", dice. El olor dulzón de la comida impregna el local, donde se acumulan cientos de artículos en las estanterías que trepan hasta el techo.

La tienda está a pocos metros de la torre del Tambor -antaño utilizada para marcar las horas del día-, en uno de los pocos barrios de Pekín donde aún flota el aire de una antigua China que se evapora como el aliento sobre un espejo.

Zhou vende de todo, y barato; de todo lo que pueden necesitar sus compradores, "gente del barrio", que lo mismo piden un cubo de basura (9 yuanes, 90 céntimos de euro) o un edredón (30 yuanes) que unos alicates (9) o un minitelevisor en blanco y negro (150). Desgrana de memoria los precios de pinzas, fregonas, zapatillas, cepillos de dientes o perfumes sin dudar, como una caja registradora.

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Aunque paga 4.500 yuanes (447 euros) al mes por el alquiler de apenas 10 metros cuadrados, asegura que "el negocio no va mal". "Trabajo siete días de la semana, de siete y media de la mañana a nueve de la noche", dice enfundado en un abrigo mientras da vueltas para combatir el frío. Por la puerta abierta se cuela un aire glacial.

Pese a la multitud de productos que abarrotan las repisas, Zhou no vende nada que recuerde la Navidad. Porque no es de sus clientes. Ellos celebrarán la más importante fiesta china a finales de enero, cuando despidan el año de la cabra y reciban el del mono.

La situación cambia radicalmente varios kilómetros al sur. Frente al Templo del Cielo -donde el emperador ofrecía los sacrificios para pedir buenas cosechas-, un gran almacén de seis plantas ha adoptado la Navidad para responder a la creciente presencia occidental. El edificio, situado junto al pasillo húmedo de un mercado donde las gallinas son degolladas y desplumadas en directo, se acumulan millones de juguetes, baratijas, material de papelería, bolas de Navidad, guirnaldas, regalos y toda suerte de objetos kitsch. Los puestos se alinean uno tras otro como fotocopias, repletos de las mismas fruslerías. Cada piso tiene su campo de acción. Un gigantesco Todo a 100.

En la planta baja reina el plástico de los juguetes. "Mis artículos proceden de Guangdong y Zhejiang", explica Pan Zhengxing sin dejar de hacer fajos de tatuajes-pegatina que luego ordena en una caja de cartón. "Fui una vez allí para hablar con los fabricantes, pero ahora pido todo por teléfono. Tengo unos veinte suministradores", dice sin parar de trabajar. Bolígrafos, pequeñas lámparas, sillones hinchables de plástico, raquetas de bádminton rodean a este hombre, que, a diferencia de sus competidores, viste chaqueta oscura y corbata. Pan paga 3.000 yuanes (298 euros) al mes por su puesto de seis metros cuadrados, e ingresa entre 3.000 y 5.000. "No está mal, aunque tengo que trabajar todos los días, incluso durante el Año Nuevo chino", asegura. En los puestos de al lado se acumulan juegos electrónicos. "¿La Play Station 2?, 1.300 yuanes", dice un vendedor. "950 yuanes", contesta otro sin siquiera regatear. Una dependienta ofrece la pareja Barbie y Ken, en sus urnas de cartón y plástico, por 60 y 80 yuanes, respectivamente.

"Los compradores de adornos navideños son empresas, embajadas, hoteles y extranjeros", explica en otro puesto Song Zhenhua, delante de guirnaldas a dos yuanes, trajes de Santa Claus y pinos artificiales de todos los tamaños. "Está bien lo que vendo, ¿qué más podría tener?", pregunta. "¿Bolas de Navidad de cristal? No, no las conozco, no hay".

En la última planta, Yuan Zhihong, vivaracha y comercial, compensa la peor situación de su local con amabilidad y sonrisa. De sus paredes cuelgan adornos, figuras de madera y máscaras chinas. Pero su especialidad son los bolsos, manteles y camisas que fabrican en la vecina provincia de Hebei. También compra en Mongolia Interior y Guizhou. "Alquilamos casas en los pueblos, y la gente vive y trabaja en ellas. No lo hacemos en Pekín porque los alquileres son demasiado caros. Les damos la tela, el alojamiento y la comida y les pagamos 500 yuanes al mes", dice. Son empresas que fabrican los miles de productos que han inundado Occidente a precios que para sí desearía Zhou Peng.

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