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LA CRÓNICA
Columna
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Una herencia incomparable

Soledad Gallego-Díaz

El año 2004 puede ser realmente un año de los que marcan época. Quizá mucho más de lo que le gustaría a quien vaya a suceder a José María Aznar. El nuevo presidente del Gobierno se va a encontrar con una herencia difícil, un panorama político desconocido en España desde hace muchos años y con un calendario lleno de urgencias: País Vasco, Cataluña y Europa, tres temas de los llamados de Estado para abrir boca.

González recibió en 1982 una herencia militar complicada y un país anticuado; y el propio Aznar, en 1996, una situación económica deteriorada. Pero nada comparable con lo que le espera, muy probablemente, a su sucesor: nada menos que la ruptura del diálogo interno, la casi inevitable reforma de los estatutos de autonomía "de referencia" y una posible apertura de negociaciones para un nuevo pacto constitucional en España. Amén de la obligada negociación para lograr un nuevo pacto en Europa que le permita salir del aislamiento, rehacer alianzas y recuperar influencia.

Especialistas cercanos a Rajoy recuerdan que el PP logró la mayoría absoluta con la imagen de una España en calma y no con el anuncio de catástrofes

Un programa complicado, nada parecido al de la España en calma de las elecciones de 2000. En sólo cuatro años, el panorama político que lega el presidente del Gobierno a su heredero ha pasado a ser una caldera en ebullición. "Y por mucho que se empeñe el presidente del Gobierno, no se puede echar la culpa de esta situación a los socialistas porque todo el mundo sabe que nosotros, aunque hubiéramos querido, no hemos tenido el protagonismo suficiente para ello. Se lo ha buscado él solo", comenta irónicamente un miembro de la ejecutiva socialista.

Quizá por todo ello, Aznar se despidió la semana pasada del Congreso de los Diputados con un tono muy irritado. El ambiente fue tan poco amable que hasta Rodrigo Rato, que aplaudía de pie a su lado, y que pareció en un momento dado que estaba a punto de darle un abrazo, optó por contenerse, visiblemente incómodo por la aspereza del presidente del Gobierno.

En cualquier caso, la despedida simbolizó bastante bien la imagen que empiezan a tener los ciudadanos de la vida política del país, según reflejan las encuestas. Esta misma semana, por primera vez en la historia de la democracia, la oposición en pleno se ha negado a participar en una votación por considerar que había sido convocada con extraños métodos parlamentarios. Y, cosa también muy infrecuente, la oposición en pleno reconvino a la presidenta de las Cortes por su manifiesta parcialidad.

Bloqueo en todos los frentes

La imagen de bloqueo y falta de diálogo en todos los frentes empieza a preocupar a algunos dirigentes del PP. Algunas voces han empezado a llamar la atención ante lo que consideran una crispación excesiva de la vida política. "Somos nosotros los que estamos en el Gobierno. En el 2000 ganamos por mayoría absoluta porque los votantes estaban tranquilos y seguros de que todo iba razonablemente bien. No nos conviene llegar a mayo con un estado de ánimo tan tenso como éste", explica un especialista vinculado a la anterior campaña del PP.

Esas mismas voces le piden a Mariano Rajoy que intervenga directamente en la fijación de las líneas políticas del PP en estas últimas semanas y que controle esa deriva. "Necesitamos urgentemente que el tono lo marque Rajoy y no Eduardo Zaplana. Rajoy sabe llevar campañas, Zaplana no", afirma con dureza un diputado que se define como liberal.

En un tono menos combativo, otros dirigentes del PP comparten esa preocupación. "No hay ningún motivo para que demos la impresión de que está a punto de pasar algo grave. No es buena idea electoral". "No hay ninguna catástrofe a la vista y no hay razón para transmitir nerviosismo", coinciden dos altos cargos de la Administración que consideran que algunos miembros del Gobierno saliente "están quizá demasiado afectados por el debate vasco". Ninguno extiende las críticas al propio presidente del Gobierno ni discute su decisión de convertir el tema de la organización territorial de España en el principal capítulo electoral. Pero los dos creen que se ha llegado a un punto "demasiado caliente" o "muy pesimista" que puede resultar perjudicial para el PP.

"Tenemos que volver a dar la impresión de que sabemos dialogar. Ésa es la primera tarea para enero", asegura un alto cargo de la dirección del partido, para quien es "una locura" transmitir la impresión de que éste es un país desordenado e intranquilo. "Al fin y al cabo, los ciudadanos no pueden olvidar que llevamos ocho años en el Gobierno, ¿no?", comenta, sin ocultar su irritación por lo que califica de "salidas" excesivas de Eduardo Zaplana.

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