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Columna
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Imames y velos

Antonio Elorza

El episodio del imam procesado de Fuengirola puede ser contemplado desde distintos ángulos. El primero y más inmediato concierne a la justificación por el libro sagrado del islam de la necesidad de golpear el hombre a su mujer en caso de desobediencia de ésta. Todas las traducciones acreditadas coinciden en el significado del versículo 34 de la azora 4, que se enmarca en una secuencia perfectamente lógica. Primero se afirma la preeminencia del hombre sobre la mujer, porque ésa es la voluntad de Alá, y de modo secundario por el criterio mercantil de que ellos las mantienen. Definida la relación asimétrica, la obediencia va de suyo. Ante la mujer insumisa, el hombre debe primero amonestarla, luego, toca el castigo de "dejarlas solas en el lecho". Y, por fin, de ser recalcitrantes, la escalada punitiva se cierra con un contundente: "¡Pegadles!". El predominio del hombre, compatible con el reconocimiento de la personalidad jurídica de la mujer, se asienta también en un criterio que recorre tanto las páginas del Corán como de los hadices o sentencias de Mahoma: la impureza de la mujer, cuyo signo es la menstruación.

Los protagonistas del mundo definido por el Corán son siempre hombres, hombres creyentes constituidos en comunidad. A ello se suma la tensión inducida por la rotunda condena de la fornicación, en tanto que el paraíso ofrece los placeres sexuales a voluntad. Parafraseando a Buñuel, la mujer se convierte en el oscuro objeto del deseo, y, por mucha aceptación que haya entre las creyentes, en la gran perdedora de la partida que se entabla entre impulso sexual y represión. Por supuesto, siempre que miremos esa construcción desde hoy; en el siglo VII pudo tener otro significado, pero lo malo es que si las sociedades musulmanas han cambiado, el núcleo duro de la doctrina permanece. Y no sólo eso, sino que pasa a ser un componente esencial de todo proyecto islamista, con la sumisión radical de la criatura ante Alá compensada en la esfera pública por la preeminencia de la comunidad de creyentes sobre todo otro colectivo y en la privada por el dominio ejercido por el hombre sobre la mujer dentro de la familia. De ahí que sea falsa la afirmación de que los planteamientos del imam de Fuengirola son una reliquia del pasado. Encontramos recomendaciones similares en libros recientes, tales como Las mujeres, entre la tiranía del sistema occidental y la clemencia de la ley islámica, de Said Ramadan al-Buti, muy difundido en países de lengua inglesa. Aquí se recomienda pegar a la mujer "suavemente", sin causarle dolor, sólo para asustarla.

Estamos ante uno de los dos grandes problemas, el otro es la yihad, que operan hoy como obstáculos para que desde la legítima afirmación de su creencia religiosa puedan las mujeres y los hombres del islam integrarse en nuestras sociedades como ciudadanos(as) plenamente portadores de derechos. En dos situaciones muy diferentes entre sí, el rey de Marruecos y el presidente francés Chirac han sabido percibirlo. Lo que empezó en 1989 como una batalla simbólica por la conservación del laicismo en la escuela, ha pasado a ser la protección de la normalidad en las relaciones sociales frente al velo convertido en agente de islamización y de aislamiento de las creyentes. El velo en principio es sólo un signo de identidad, que responde a la posición subordinada de la mujer dentro de la doctrina. Pero por encima de ello sirve de barrera respecto de las demás mujeres y de denuncia contra las mujeres musulmanas que rechazan la prohibición, las cuales, vestidas a la europea, van desnudas. En la periferia de París, cada vez son más frecuentes las acciones de violencia ejercidas por bandas de adolescentes sobre mujeres jóvenes sin velo, tratadas de prostitutas. Su victoria es la del integrismo, invirtiendo una tendencia a la secularización que parecía irreversible hace 20 años.

No es cuestión de intolerancia frente a otra cultura, sino de defensa de los componentes de ésta para no caer en manos del integrismo (y para prevenir la subida en flecha de la xenofobia tipo Le Pen). El problema se plantea en España con otros términos y otras dimensiones. Pero convendría tomarse en serio el propósito de cortar de raíz las orientaciones comunitarias contrarias a los derechos del hombre (y de la mujer), desde el conocimiento -no desde el adoctrinamiento- de las distintas religiones y justamente para hacer posible una vida religiosa en democracia, no en régimen de ghetto.

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