Novela y actualidad

Un biólogo francés cuyo redundante nombre es François abandona Montpellier dejando atrás dos inanidades: su matrimonio y la vida académica. Se instala en algún lugar de América Latina para continuar su investigación sobre un determinado tipo de ranas en vías de extinción; ningún lugareño entiende que François haya cambiado su plácida existencia europea por una inestable aventura en esa "maldita selva". Un perversísimo general retirado, que fue golpista y ahora es gobernador, pretende expropiar grandes extensiones de tierra -incluida la finca en la que François ha instalado sus científicos estanques- para construir un enorme cementerio nuclear al servicio de las potencias mundiales. Allí las corruptelas son tan tenaces como la nobleza de la gente que quiere combatirlas; allí, al fin, François encontrará la cifra de su destino.

La ciencia entendida como nueva religión universal, las formas de solidaridad a través de Internet, el verdadero alcance del movimiento ecologista, los crímenes de la dictadura y las ambigüedades de la democracia, el ciego poder de las multinacionales de la farmacia y la agricultura, la doble moral de los países del primer mundo en sus discursos y actuaciones sobre las regiones desfavorecidas, la locura y su burocrático tratamiento psiquiátrico son algunas de las cuestiones que esta novela incrusta en el desarrollo de ese argumento.

La edad de barro resulta entonces de intensa actualidad, no sólo por los asuntos candentes que trata, sino por el gesto que pone, una vez más, de manifiesto: hoy día si uno es una persona sensible, informada y con una irreprimible inquietud moral debe sentarse y escribir una novela que lo demuestre. El género aparece, en ese contexto, como un sencillo soporte ficcional para el comentario de varios temas, en el sentido periodístico del término; así, Rosenberg ha declarado que esta novela cierra la trilogía abierta por El hilo rojo (Espasa, 1998), sobre los desaparecidos, y Cuaderno de invierno (2000), sobre el exilio. De hecho, La edad del barro evoca antes las noticias leídas en los diarios de los últimos años que algún modelo literario de relieve; el aire vagamente onettiano de cierto médico borrachín que se pasea por estas páginas no es quizá sino el efecto cooperativo del lector, en su búsqueda de compañía para endulzar el tránsito del libro. Sara Rosenberg (Tucumán, Argentina, 1954) vivió en Canadá, México y Francia, y reside actualmente en Madrid; es además pintora y escultora.