Llegar, una quimera
7.00. El automovilista se incorpora a la carretera de Extremadura en sentido Madrid en el acceso que procede de Arroyomolinos y Móstoles Oeste. La distancia al centro de Madrid es, desde allí, de 23 kilómetros, aproximadamente, recorrido en cuyo trayecto de ida ha culminado en 15 minutos. Las condiciones de visibilidad no son buenas, es noche aún cerrada y de cuando en cuando, bancos de niebla se adensan en los hondones de los cambios de rasante. La temperatura ambiente es de 6º, si bien las emisoras de radio señalan que en el casco madrileño desciende hasta 1º.
En el primer trecho, la pista en dirección a Madrid parece despejada y es posible circular a una velocidad media de 90 kilómetros a la hora, incluso a 100. Apenas 1,2 kilómetros después de la incorporación, un triángulo amarillo y rojo, desde un dintel encaramado en la ruta, anuncia retenciones entre los kilómetros 18 y 12.
7.04. No se ven camiones durante el recorrido pero, cuando el cuentakilómetros del automóvil marca 6,5, surge la primera detención en hilera. Los malos augurios se apoderan del ánimo de muchos conductores cuando por el arcén contiguo a los dos carriles de la carretera, cruzan a gran velocidad primero un coche de Policía Local y, al poco, una ambulancia. De automóvil a automóvil, las gentes se miran con resignación. "Si por delante tenemos seis kilómetros de retención", parecen pensar, "y, encima, se ha producido un accidente, tenemos para rato": comienzan las retenciones discontinuas, la cantinela embrague, freno, primera, acelerador, embrague, freno, punto muerto... Un cartel indica Madrid, 18 kilómetros, pero otra señal contigua informa de que quedan 1.000 metros para la Salida 16. Las cifras invitan a imaginar restas y sumas variadas.
Entonces, de frente y sobre una especie de encinar junto a un centro de exámenes de la DGT, la niebla forma una bellísima escena. En plena delectación, se reanuda la marcha. Atrás queda la bruma. Los cristales se llenan luego de gotitas de lluvia. 7.10. Un cartel anuncia Trabajamos en tres turnos. "Lo que faltaba: obras". Los márgenes de la carretera son terreno roturado. Los dos carriles de ida ven desaparecer sus arcenes. Comienza un verdadero sufrimiento por la angostura de la vía. 7.20. El cuentakilómetros marca sólo 9,0. Un gran supermercado se anuncia sobre un promontorio situado a la derecha. 7.28. La distancia recorrida es de 10,9 kilómetros. La caravana se suelta un poco, avanza a 45 kilómetros a la hora. Un cartel indica la salida a Alcorcón. Poco después, la gran carretera se bifurca. Todas direcciones, anuncia un cartelón a la izquierda y Madrid, todas direcciones, otro a la derecha. La cola se ha apelmazado súbitamente; un automovilista, con cara de espanto, intenta virar de izquierda a derecha. Se ha equivocado, al parecer. Pero, con extrema crueldad, los demás automóviles no le dejan culminar su tránsito. Desesperado, el incauto se adentra en la bifurcación indeseada. Sabe que le espera un calvario hacia la M-40; gesticula enfurecido y la riada de automóviles se aleja con él adentro, en plena zozobra, como en un naufragio. Con certeza, perderá la mañana. Algunos conductores sonríen con sorna.
Pero las detenciones prosiguen. El hartazgo se expande entre los automovilistas. En Cuatro Vientos, la masa avanzante de vehículos preludia nuevos retrasos. Un vehículo de la Guardia Civil transita por el lateral. La niebla forma paisajes ensoñados, sobre todo en las vaguadas. Una verdadera masa de bruma atenaza a lo lejos Madrid, de donde destacan los dos rascacielos de la plaza de España. La fatiga se apodera de los automovilistas.
Son las 7.57 y el acceso occidental de la ciudad es un hervidero de vehículos que pugnan por adentrarse en sus calles, repletas de automóviles. El sol suelta hebras de cobre hirviente en el cielo turquesa encendido y la mañana ahuyenta veloz a la noche.
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