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Entrevista:BILL KELLER | DIRECTOR DE 'THE NEW YORK TIMES' | ENTREVISTA

"Decir que la prensa de EE UU sufrió un ataque de patriotismo es una tontería"

Un domingo de mayo, The New York Times publicó una noticia increíble. En cuatro páginas explicó a sus casi dos millones de lectores la historia de un fraude, el suyo: en los últimos meses, una de sus jóvenes promesas, Jayson Blair, había falsificado e incluso inventado muchos de sus reportajes. Algunos, como los del francotirador de Washington, habían sido portada. Fue una confesión penosa, minuciosa, casi mórbida en los detalles, que destapaba las disfunciones de una de las grandes redacciones del mundo.

"Impulsar o frenar leyes cuando se está en minoría es muy complicado. En el tema de la guerra, muchos demócratas no tienen una postura muy clara"
"Raines asumió el mando unos días antes del 11-S. La cobertura se organizó como una operación militar, que es como hay que hacer en este tipo de situaciones"
"En mi etapa como articulista escribí que la gente comete un grave error al tomar a Bush a la ligera. Puede gustar o no, pero es un hombre serio con ideas serias"

El nombramiento de Bill Keller, un hombre de la casa, un periodista afable, respetado por sus compañeros y que ya estuvo a punto de ser director, ha devuelto la serenidad al diario. Keller se hizo cargo del Times el pasado 30 de julio. En este tiempo ha nombrado a un nuevo equipo, y, sobre todo, ha creado el puesto de ombudsman, el Defensor del Lector, una función que asumió la pasada semana Daniel Okrent, un veterano de la profesión. Cerrada la herida, reconocidos los errores del pasado, el diario ha empezado a centrarse en su nuevo reto: las elecciones presidenciales de 2004, que, según Keller, serán las más importantes de las últimas décadas, unos comicios en los que Estados Unidos se definirá como nación.

Pregunta. ¿Cómo está ahora el periódico?

Respuesta. El proceso de recuperación lleva un tiempo, aunque ya empezó cuando Joseph Lelyveld tomó las riendas de forma interina tras la dimisión de Raines. Durante mis primeras semanas como director, los periodistas que venían a verme para hablar de trabajo, siempre acababan contándome algo horrible que les había pasado en los dos últimos años. Supongo que era para dejar clara su lealtad hacia mí; ahora han vuelto a centrarse en su trabajo.

P. ¿Tan difíciles fueron los años de Howell Raines?

R. Yo no fui testigo directo de aquella época. Estaba siete pisos más arriba de la redacción, escribiendo artículos y reportajes para el magazine. La gente a veces venía a verme y se quejaba, pero pensaba que sólo me hablaban los que estaban descontentos. Hubo muchas cosas buenas durante esa etapa, como la cobertura del 11-S. Es fácil exagerar ahora el impacto de la crisis. Un año después de que Raines fuera nombrado director, nadie hablaba de lo mal que iban las cosas. Acabábamos de ganar siete premios Pulitzer y todo el mundo estaba muy orgulloso.

El equipo de Raines asumió el mando unos días antes de los atentados del 11 de septiembre. La cobertura se organizó como una operación militar, que es como hay que hacer las cosas en este tipo de situaciones. El problema es que se convirtió en una norma y se siguieron tratando los otros temas de forma bélica, lo que supuso que no se tomara en cuenta el aspecto más analítico.

A veces, éste es el aspecto más importante. Los lectores no sólo quieren noticias, para eso van a Internet. Esperan que un periódico como el Times, especialmente en la era de Internet, sea una referencia que no sólo se limite a contar lo que pasa, sino que también explique por qué pasa, lo que debemos pensar al respecto y cuáles serán las consecuencias. Eso no siempre se consigue con las prisas del momento, pero es necesario hacerlo. Por ejemplo, nuestra cobertura de la guerra en Irak no es menos agresiva, pero sí más reflexiva. Tenemos que contestar a preguntas tales como: ¿cuál es la historia real? ¿Quién es el enemigo? ¿Las cosas van a mejor o a peor? ¿En cuánto tiempo se puede crear un Gobierno iraquí? ¿Qué ha pasado en las relaciones con nuestros aliados? ¿Cuáles son las consecuencias para Estados Unidos? Preguntas que a lo mejor no tienen respuesta ahora, pero que sí podrían tenerla en los próximos meses.

P. ¿O sea, que da por terminada la crisis del periódico?

P. Es una figura que The New York Times siempre rechazó.

R. Es cierto. Yo tampoco era muy partidario de la idea. Siempre he pensado que sería una distracción. Creo que los responsables de las secciones, de alguna forma, representan al público, y parte de su trabajo es contestar a las preguntas que se haría el lector, son pequeños ombudsman; por eso no veía la necesidad de crear un puesto específico. Si un día tuviera que hacerme cargo de una escuela de periodismo, y espero que no pase nunca porque creo que es uno de los trabajos más aburridos del mundo, no permitiría que nadie se graduara antes de pasar por la experiencia de ser criticado por sus colegas. Las clases podrían dividirse en dos y los alumnos escribirían perfiles sobre los otros alumnos. Es lo que nos tocó vivir. El minucioso análisis por el que pasó The New York Times el verano pasado, desde las opiniones de los expertos hasta los cotilleos de los tabloides, fue probablemente algo bueno. No quisiera volver a vivir aquella experiencia otra vez, pero ayudó a calibrar y valorar lo que nosotros hacemos habitualmente en nuestros trabajos.

R. Vivimos en una economía de mercado y no puedo evitar que el mercado quiera recompensar a Blair, aunque sinceramente no creo que la recompensa sea muy grande. Ya veremos. ¿Y de verdad alguien va a ver la película sobre Glass? No sé. ¿Por qué no? Hay una parte de mí a la que le gustaría que todo eso desapareciera, pero sé que no va a pasar. Sé que cada vez que alguien piense que el Times se ha equivocado, empezará con la frase "no podíamos esperar otra cosa del periódico que contrató a Jayson Blair". Tendré que vivir con ello.

P. Inevitablemente, deberá enfrentarse a los mismos problemas que afectan a todos los diarios: cómo sobrevivir en un mundo de noticias instantáneas con un público que lee cada vez menos periódicos. ¿Tiene pensada una estrategia?

R. Es algo que nos preguntamos todo el tiempo. Nos queda todavía un amplio margen de expansión. Hemos ido creciendo poco a poco. Antes éramos esencialmente un periódico regional, ahora tenemos una dimensión nacional (desde 1980). La prensa local ha ido reduciendo su cobertura, sobre todo de internacional, y es algo que nosotros podemos aportar. Al final supongo que alcanzaremos nuestro límite. El editor del periódico [Arthur Sulzberger] es bastante incrédulo en lo que se refiere a la plataforma de crecimiento. Es realmente interesante probar nuevas fórmulas, creo que es un reto. Pero ahora es muy difícil prever cómo leeremos las noticias del futuro, quizá nos llegarán directamente a un chip implantado. Afortunadamente, cuando sea un auténtico problema, yo ya estaré muerto. Pero hay algo que sí tengo claro: el mundo no funciona bien sin un periodismo inteligente.

P. Cuando Estados Unidos entra en cualquier guerra, la prensa estadounidense cambia automáticamente de tono. La transformación es muy visible. Los medios, incluso desde la oposición, se involucran en el conflicto. ¿Cree que en Irak la prensa fue lo bastante crítica con el Gobierno de Bush? ¿Y hasta qué punto el trauma del 11-S influyó en una cobertura quizá excesivamente patriótica?

R. Primero quiero dejar claro que en mi etapa de articulista yo apoyé la guerra (en contra de la línea editorial del periódico), aunque tenía serias dudas sobre la habilidad del Gobierno en gestionar la posguerra. Ahora, como director no puedo tener opiniones y tampoco puedo ser completamente objetivo, puesto que vivo aquí. Creo, sin embargo, que la idea, que he oído mucho en Europa e incluso en EE UU, de que tras el 11-S los medios estadounidenses sufrieron un ataque de patriotismo y se creyeron todas las intoxicaciones del Gobierno, es una tontería. De verdad lo pienso. Sí es cierto que después del 11-S pasamos por un momento de emoción nacional, había mucha simpatía por las víctimas y un cierto recelo a criticar la Casa Blanca. Es una reacción humana. Escribimos para un público y queremos que ese público sea receptivo a lo que decimos. El tono influye mucho, y es cierto que los artículos se contagiaron de un cierto tono patriótico, pero desapareció cuando Irak se convirtió en un tema realmente serio y se empezó a hablar de guerra. Sin embargo, dudo de que los partidarios del conflicto o la propia Casa Blanca piensen que estamos de su parte. Durante nuestra cobertura publicamos algunos artículos agresivos, incluso hostiles al Gobierno. Y es la tendencia normal en el periodismo estadounidense. A ningún periodista le gusta que le tomen por ingenuo, sobre todo a los ojos de sus colegas, y prefiere pecar de lo opuesto. Tampoco creo que el Gobierno de Bill Clinton apreciara especialmente a The New York Times. Desvelamos, entre otros, el escándalo Whitewater y fuimos muy críticos con el asunto Lewinsky. En algunos momentos, el Gobierno de Bush recibió una cobertura más favorable de la que se merecía, sobre todo en el tema de las armas de destrucción masiva o en los primeros días de la historia de Jessica Lynch. Pero no fue por un ataque de patriotismo. A veces las pruebas no son fáciles de encontrar. Las dos historias se cubrieron de forma bastante agresiva, pero nadie sabía muy bien lo que estaba pasando. Incluso los inspectores de la ONU esperaban encontrar algo; el presidente Clinton también lo pensó en su momento, decía incluso que Sadam Husein tenía algún tipo de programa nuclear. En este caso nadie creyó ciegamente al Gobierno de Bush.

P. ¿Cómo explica que los demócratas hayan jugado un papel tan marginal desde la oposición?

R. Impulsar o frenar leyes cuando se está en minoría es muy complicado. En el tema de la guerra, muchos demócratas no tienen una postura muy clara, salvo Howard Dean (el ex gobernador de Vermont), que nunca ha tenido que votar sobre nada. Los demócratas arrastran además un problema que les viene de lejos, y es que la opinión pública no confía en su capacidad de liderar una política exterior firme, sobre todo después de los atentados. Nos guste o no, Bush tiene el aura del presidente del 11-S. Dependiendo de cómo vaya la guerra, Irak puede convertirse en un punto especialmente vulnerable para Bush. No sé cómo irá la economía antes de las elecciones, es pronto para saberlo. Si la economía va mal, los demócratas elegirán a un candidato estilo Dick Gephard (que fuera líder de la minoría en la Cámara de Representantes), que tendrá una postura tradicional de apoyo a los programas sociales, escepticismo en el tema comercial y lucha por los derechos de los trabajadores. Pero si la economía consigue despegar, y la guerra, por el contrario, empeora, Bush se enfrentará a un candidato más del estilo de Dean, que le atacará sobre Irak. Por ahora parece más probable lo último. Los recientes sondeos indican que el presidente sigue contando con un 53% de opiniones favorables. No es muy bueno, pero tampoco es malo.

P. ¿Cree que las elecciones serán muy reñidas?

R. Ya hemos empezado a cubrir las elecciones y hemos movilizado a más periodistas y le dedicaremos más páginas que en ocasiones anteriores porque creo que éste va a ser un año decisivo. Los temas que están en juego son fundamentales. En la campaña, los candidatos deberán definir el papel de EE UU en el mundo y de la naturaleza del contrato social en este país. Pero, como he dicho antes, en este puesto no puedo opinar públicamente, aunque en mi reciente etapa como comentarista escribí que la gente comete un grave error al tomar a George Bush a la ligera. Puede gustar o no, pero es un hombre serio con ideas serias sobre la dirección que debe tomar este país, y no son ideas de centro. En su momento las califiqué de ideas radicales. Durante su campaña presidencial, mucha gente pensó que podía ser un candidato centrista o fácilmente influenciable por sus asesores, pero se equivocaron, y cada día estoy más convencido al observar cómo actúa. Creo que las elecciones del año que viene serán un referéndum sobre el futuro de este país.

P. Simplificando la visión del analista conservador Robert Kagan, usted es de Marte y yo soy de Venus; en otras palabras, los estadounidenses y los europeos vivimos en planetas distintos. Estados Unidos lucha en el mundo anárquico y despiadado de Hobbes mientras Europa intenta aferrarse a la "paz perpetua" de Kant. Hace unas semanas, The Economist se preguntaba en portada si EE UU era un gran peligro o una gran esperanza. ¿Cree que éstas son diferencias pasajeras avivadas por la guerra en Irak o se ha producido un distanciamiento más profundo?

R. No creo en la teoría de Kagan, pero sí que ha desvelado algo. La pregunta es si es un problema de EE UU o del Gobierno de Bush. No hay duda de que la relación ha cambiado desde el final de la guerra fría. A medida que pasa el tiempo vamos definiendo nuestros intereses de forma distinta, independientemente de quién esté en la Casa Blanca. Probablemente las cosas se hubieran hecho de otra forma con otro presidente, pero Irak sólo aceleró unas divisiones que ya existían. Cuando se pregunta a los candidatos demócratas qué harían si estuvieran a cargo de la política exterior, casi todos empiezan diciendo que intentarían mejorar la relación con Europa, acudirían a la ONU, tratarían de restaurar su papel y pedirían la ayuda de la OTAN en Irak, pero creo que hay un límite a lo que se puede hacer. Sería bueno llevar la diplomacia con más cortesía, ser menos arrogantes y tratar a los países europeos como a socios, y no como a hermanos menores. Es lo que pedí en mis tiempos de columnista. Pero las relaciones entre Europa y EE UU no volverán a ser las mismas. Vamos a competir cada vez más en el terreno económico, vamos a definir nuestros intereses de forma distinta. A Bush se le critica mucho cuando viaja a cualquier país del mundo porque sólo quiere hablar de la guerra contra el terrorismo. En el Reino Unido le preguntaron por qué no abordaba también otros temas, como las diferencias comerciales. En la mente de Bush, el terrorismo ha sustituido a la guerra fría como el único tema en el que podemos coincidir. Aparte de eso, no tenemos muchos puntos en común. Y aunque seamos más educados, no por ello nos pareceremos más.

El director de <b><i>The New York Times, </b></i>Bill Keller, en su despacho del periódico.
El director de The New York Times, Bill Keller, en su despacho del periódico.MIGUEL RAJMIL

Un periodista de la casa

BILL KELLER TIENE 54 AÑOS y lleva casi veinte en el New York Times. Empezó de corresponsal en Washington, fue jefe de Internacional, director adjunto, candidato a director y articulista. El pasado 15 de julio supo que sustituiría a Howell Raines. "Esta organización es un tesoro nacional y haré todo lo que esté en mi poder para mantener su integridad y consolidar sus logros", declaró entonces a una Redacción aliviada.

Keller, que en una ocasión se describió a sí mismo como "un reportero que se ha pasado la vida jurando que nunca sería director", empezó en la delegación del Times en Washington como reportero político. Había trabajado con anterioridad en el Dallas Times Herald, el Congressional Quaterly Report y The Oregonian, en Portland. De 1986 a 1991 fue corresponsal en Moscú, donde en 1989 ganó un Premio Pulitzer, que compartió con otros corresponsales estadounidenses, por su "cobertura minuciosa de los acontecimientos en la Unión Soviética", incluido el tremendo terremoto de Armenia que mató a decenas de miles de personas.

De 1992 a 1995 ocupó la corresponsalía de Johanesburgo. Pasó luego a formar parte del equipo editorial, aunque de vez en cuando seguía publicando reportajes en el suplemento dominical. Dos años después fue nombrado subdirector, puesto que ocupó de 1997 a 2001. Era candidato natural a suceder al entonces máximo responsable, Joseph Lelyveld, pero Raines se le adelantó. La ironía quiso que Lelyveld, que este verano se hizo cargo de la dirección interina del diario, le cediera finalmente el puesto a su protegido con 24 meses de retraso.

En contra de la línea editorial de The New York Times, Keller respaldó la guerra en Irak. En un artículo del pasado 14 de junio explicaba así su decisión: "El factor decisivo no fue la monstruosidad del régimen (eliminar a tiranos es una causa noble pero difícil de limitar) o la oportunidad de desatascar Oriente Próximo (otra noble causa pero de dudosa justificación para una guerra en la que nadie te apoya). No. Respaldé la guerra porque pensé que allí convergían una amenaza real y una auténtica oportunidad".

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