La libertad como represora
Muchas personas llenas de un ardiente amor a la libertad prohíben. Estamos listos: si los represores y ordenados nos prohíben y los libertarios también, ¿qué nos queda a las gentes sin poder ni fanatismo? Hablo del pañuelo en la cabeza de las estudiantes musulmanas en Francia; al que añaden al crucifijo, y al kipá de los hebreos. Hijos del querido Voltaire, déjenlos en paz: si estudian, habrá un día en que abandonarán la religión de sus padres por la que ellos elijan, y los más inteligentes, por ninguna. Todo en realidad va dirigido a los musulmanes, como es ahora la sorda tendencia occidentalista y hebraica; estas muchachas que están obligadas por su familia y por sus costumbres a tapar el cabello sufren si se las obliga al impudor. Puede ocurrir que muchas de ellas tengan que dejar de estudiar y volver a casa hasta que llegue el matrimonio que les fije la familia, y la sumisión a las posibles golpizas del raro amor africano y mediterráneo, en lugar de ser ciudadanas independientes. El último verano, los comités que velan por esas cosas, los morbosos ciudadanos del laicismo como obligación, prohibieron también las faldas o los pantalones demasiado cortos, y las camisetas demasiado ajustadas; y los pantalones bajitos de talle que dejasen ver los tangas. Y si las feromonas aroman la clase, es porque es un lugar normal y sabio para ello. A mí ya me pareció salvaje y vituperable aquella exclamación de Lerroux cuando proclamaba en las Ramblas que había que quitarles el velo a las novicias y elevarlas a la categoría de madres: no me extrañó que luego fuese presidente del Gobierno con los democristianos de Gil Robles. Esos tipos son así.
No creo que velo o medallita puedan interferir con el aprendizaje de la física cuántica: pero es posible que, si se aprende bien, se quite uno signos y prejuicios religiosos y tradicionales. Como también es posible que la asistencia obligatoria a las diversas clases de religión en España, impuestas por la ministra conversa, sea una fábrica de ateos: es el rechazo a la prohibición y es el asco por la obligación lo que puede producir unas generaciones más capaces de pensar por sí mismas. Déjenles tranquilo el velo y alimenten y abonen lo que hay debajo de él, que ya se lo quitarán ellas solas.
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