La opinión pública en el centro
La frontera entre dos épocas sociológicas, no sólo temporales, la marca el cambio de milenio. Coincidiendo con los atentados del 11-S, que nos demostraron a todos lo vulnerables que somos y al Primer Mundo que en su territorio también pueden sobrevenir tragedias, se ha pasado de un optimismo ingenuo a un pesimismo ontológico. En sus manifestaciones más extremas, ambos -mucho optimismo o un inmenso pesimismo- seguramente son espejismos que no tienen nada que ver con la realidad, aunque falta distancia histórica para definir la coyuntura que estamos pasando. En los dos casos, la opinión pública, los medios de comunicación, se erigen en árbitros de la situación, inclinando la balanza del riesgo en uno u otro sentido, ya sea el del alarmismo catastrofista o el del autocontrol.
EL MIEDO ES EL MENSAJE. Riesgo, incertidumbre y medios de comunicación
Enrique Gil Calvo
Alianza. Madrid, 2003
320 páginas. 18 euros
Con estos mimbres, Enrique Gil Calvo ha construido el texto de un sociólogo profesional. Autor de más de una docena de libros, premio de Ensayo Anagrama y Espasa, Gil Calvo es un autor que frecuenta los medios de comunicación quizá porque su principal virtud sea la de escudriñar, antes que el resto de los mortales, las tendencias que se imponen en el mundo actual. Como buen profesional de la escritura, en El miedo es el mensaje (un guiño a McLuhan), Gil Calvo plantea un falso culpable, un mcguffin hitchcockniano, que le sirve de hilo conductor: ¿ha crecido el nivel de riesgo real que padecemos los ciudadanos (económico, laboral, físico, medioambiental, sanitario, terrorista...) o lo que ha aumentado es el alarmismo social motivado por el poder central que ocupan los medios de comunicación? La cuestión no tiene una respuesta explícita, aunque la lectura transversal del libro implica una apuesta: se han incrementado los riesgos y los miedos reales, no sólo los mediáticos. Y esos miedos, al revés de lo que sucedía hasta hace poco tiempo, no son miedos visibles, previsibles, sino miedos invisibles y a veces ocultos.
Hay un factor político que
contribuye a dar mayor relevancia al estado de ansiedad y de incertidumbre con el que los ciudadanos estamos viviendo esta nueva etapa de la humanidad: la desconfianza. Los agentes públicos y privados -los gobiernos, los partidos políticos, los movimientos sociales, las organizaciones multilaterales- no dan respuesta a nuestros problemas, por lo que aumenta el temor al futuro. Las instituciones han perdido su pasada legitimidad por esa falta de eficacia. En ese proceso de desinstitucionalización sólo tres sectores tienen el poder suficiente (poder discrecional) para estar creciendo fuera de todo control: el imperialismo americano, basado en su triple hegemonía política, militar y económica; el sistema ciencia-tecnología, que está experimentando una revolución, y la opinión pública.
A esta última dedica Gil Calvo la mayor parte del libro. Según el sociólogo, es la institución encargada de prevenir los riesgos sociales que permanecen ocultos o invisibles. Pero a veces, la misma transparencia aportada por los medios de comunicación incrementa la complejidad de las soluciones y multiplica las incertidumbres. Así, los medios de comunicación devienen en un artefacto que todos los agentes quieren manipular para influir en la realidad, capaces de lo mejor (aumentar la libertad de expresión) y de lo peor (convertirse en poderes fácticos). Existe una creciente capacidad de la opinión pública para erigirse en la institución universal dominante.
El resumen es que hemos construido un sistema en el que las condiciones de vida son mejores que en ningún otro momento de la historia, acompañado de más desigualdades y de más riesgo que nunca: al avanzar el proceso histórico de la modernización (de la globalización), lo que asciende no es la seguridad pública sino la inseguridad colectiva y el riesgo social. Cuanto más modernos, más inseguros. Ese sistema, llamémosle capitalismo del siglo XXI, nueva economía, globalización o como queramos llamar al marco de referencia de nuestra época, no conduce al final feliz neoliberal, ni al fin de la historia, sino a la "jaula del riesgo", entendida como una creciente acumulación de creciente incertidumbre y complejidad imprevisibles.
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