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Fe, esperanza y caridad

Joan Subirats

Vivimos días de desasosiego, pero también de muchas expectativas largamente postergadas. Y se me ocurre que para serenar los ánimos sin renunciar a las ilusiones podría ser conveniente relacionar, desde la laicidad, la situación política con algo tan asentado en nuestro imaginario colectivo como las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Fe en que el futuro de Cataluña puede encauzarse desde nuevas bases. La mayoría de los catalanes depositaron su fe en el liderazgo carismático y profundo de Jordi Pujol, y esa fe se deterioró a medida que su fuerza transformadora y de autoafirmación iba quedando atrapada por la densa trama de intereses que fue tejiéndose a su alrededor. Podemos ahora, tras más de veinte años de amplia confianza a la coalición convergente, emprender una nueva ruta desde otras bases, no por ellas menos enraizadas en nuestra identidad ni menos henchidas de voluntad transformadora. Pujol es irrepetible. Pero su fe en el futuro de Cataluña como pueblo y como proyecto no puede ni debe quedar atrapada en su figura ni en un partido hecho a su imagen y semejanza. Tenemos toda la legitimidad y todo el derecho a probar como pueblo otros derroteros, superando la identificación de la Generalitat con CiU. Y no me parece razonable apuntarse ahora a la canción agorera de los males que nos acechan si osamos apartarnos del recto camino (siguiendo, curiosamente, la estela trazada por Rajoy, Zaplana y otros amigos de Cataluña). Los que ahora apuntan a la "inestabilidad", a la "ilegitimidad", a la "traición", demuestran de hecho su miedo, su debilidad, su poca fe en el país, en su capacidad de avanzar.

Espezanza en que muchas de las decisiones de los últimos años sean modificadas y tomemos nuevos rumbos. Rumbos más acordes con las necesidades sociales, económicas y políticas que nos exigen los difíciles tiempos que atravesamos. No podemos seguir equivocándonos en la manera de entender la política educativa del país, ensanchando las desigualdades y sembrando dudas sobre la riqueza de la diversidad. Hemos de recoger la fuerza que surge de los territorios, de su defensa enconada de la identidad y de los valores de la comunidad que se esconde tras muchos de los conflictos ambientales que atraviesan el país. No podemos defraudar las esperanzas de cambio que se expresaron en las elecciones municipales de mayo y en las más recientes del pasado 16 de noviembre. Ansiamos nuevas formas de entender el ejercicio del poder. Más transparente, con más capacidad de implicar a la gente, menos prepotente en sus formas y en sus contenidos. No había esperanza alguna en los que defendían la continuidad. Lo que había era miedo.

Caridad como sinónimo de altruismo, de desprendimiento, de generosidad para afrontar con todos los aliados posibles los problemas de la gente. Caridad para con todos aquellos que se sienten desamparados ante un poder que ha mirado siempre preferentemente a los poderosos y a sus intereses. Necesitamos más que nunca políticos con deseos de servir a la gente, de tratar de resolver con ella sus problemas. No necesitamos políticos ilustrados y todopoderosos. Necesitamos políticas con la gente. Y caridad y generosidad también con los que quedan ahora apartados del poder, pero cuyo esfuerzo será también necesario para afrontar cuestiones como la renovación del estatuto, la defensa de la lengua o la mejora sustancial de nuestra financiación.

¿Es todo ello posible con el Gobierno tripartito, catalanista y de progreso que se apunta en el horizonte? Nadie puede asegurar que todo ello se cumplirá. Pero sí estoy seguro de que todo ello era mucho más difícil con cualquier otra fórmula. Los catalanes tenemos todo el derecho del mundo a probar nuevas formas de gobernar, nuevas maneras de entender la política, y algo de ello han prometido, con todos los matices que se quiera, los que ahora acceden al Gobierno de la Generalitat. Es un Gobierno complicado y difícil para tiempos complicados y difíciles. Todo era aparentemente más sencillo con CiU en el poder. Demasiado sencillo. Demasiado previsible. Ahora tendremos tres fuerzas políticas gobernando con muchas sensibilidades distintas. Y será necesario aprender a compartir, a plantear con humildad y decisión las tareas pendientes; lograr implicar a la gente en una nueva visión de la Cataluña del siglo XXI, entroncada con Europa y con todos aquellos que en el mundo quieren más justicia. ¿Tendremos las personas adecuadas para ello en el Gobierno? Tenemos cuatro años por delante para comprobarlo, pero tenemos también un día a día que debe ser exigente y comprometido con las esperanzas que concita el nuevo Gobierno en la parte mayoritaria de la sociedad catalana que ha apostado por ello y con todos aquellos que observan con desconfianza lo que está a punto de suceder.

Tenemos la oportunidad de reconstruir una forma de entender el espacio público no como objeto de administración únicamente por parte de los gobernantes (sean éstos del color que sean), sino como espacio de responsabilidad colectiva. Y para ello una nueva actitud, una nueva manera de relacionar ciudadanía y política, es necesaria. En política se puede, como en tantas otras cosas, distinguir analíticamente entre estilo y contenido, entre forma y fondo. Pero, quizá más en política que en otros campos, acaba siendo cierto que el estilo es también contenido. No se trata sólo de gestionar bien. Se trata de ofrecer un proyecto político que renueve la credibilidad institucional, que ofrezca visión y no sólo gestión, y que lo haga desde la proximidad y desde la búsqueda de complicidad, y no desde la autoatribución de la responsabilidad de decidir qué conviene y qué no conviene al país, qué toca y qué no toca en cada momento. Mantengámonos vigilantes para que no se diluyan tantas expectativas ante las primeras dificultades y aceptemos el reto de lo que se avecina con las tradicionales virtudes de la fe, la esperanza y la caridad.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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