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NUEVO GOLPE A ETA EN FRANCIA

Sólo aguanta Mikel Antza

La eficacia policial acelera la caída de etarras y priva a la dirección de ETA de estabilidad

Casi 12 años después de la caída de toda la cúpula de ETA en Bidart (marzo de 1992), sólo el jefe del aparato político de la dirección etarra surgida tras aquella caída, Mikel Albizu, Mikel Antza, permanece en su puesto. Antza parece especialmente dotado para eludir la acción policial combinada de las fuerzas de seguridad españolas y la policía francesa, que someten a la organización terrorista a un acoso que no le deja respiro ni tiempo para recomponerse.

Frente a su permanencia, que le ha convertido en el único hilo conductor de la acción de la banda durante estos años, la policía ha asestado golpes ininterrumpidos, cada vez más seguidos, a los otros aparatos de ETA. Como botón de muestra, el principal de los detenidos ayer, Gorka Palacios, que sólo ha resistido siete meses en su puesto.

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Esa presión sostenida obliga al mismo tiempo a sus integrantes, sobre todo a los miembros de la dirección, que sigue moviéndose en Francia en los aledaños de la frontera española, a invertir gran parte de su energía, tiempo y recursos materiales y humanos en su propia protección. "Se mueven con unas medidas de seguridad impresionantes; para una simple cita puedes ver que están poniendo en juego un dispositivo de diez o doce personas que están vigilando alrededor", asevera un policía francés que trabaja sobre el terreno las operaciones antiterroristas.

Antza se ha convertido así en el único elemento de continuidad en la dirección de la banda durante todos estos años, mientras sus compañeros de los aparatos militar y logístico han debido ser sustituidos en varias ocasiones. Hasta una docena de miembros de la ejecutiva de ETA han ido a la cárcel desde el fin de la tregua, a finales de 1999.

En todas esas ocasiones se comprueba que el tiempo de "aguante" frente a la acción policial en el trabajo clandestino es menor. La inexperiencia de unos, la improvisación y hasta la chapucería de funcionamiento de otros, unidos a la eficacia policial, han acortado visible y significativamente los tiempos de permanencia en esos puestos de responsabilidad dentro de la banda. La falta de continuidad y de estabilidad en el mando, tiene como consecuencia más directa una menor operatividad.

Al mismo tiempo, las sucesivas caídas obligan a los responsables de ETA a reforzar su propia seguridad para intentar neutralizar la vigilancia y los seguimientos policiales, con el resultado que describe la fuente policial citada. En todo caso, y con la excepción de Antza, para ETA pasaron hace tiempo a la historia las épocas en que sus dirigentes permanecían en la cúpula durante años, en algunos casos incluso rondando una década entera. Son los casos de José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, dirigente durante casi diez años, y al parecer de nuevo ahora, tras su huida; de Juan Lorenzo Lasa Mitxelena, Txikierdi, nueve años jefe de comandos liberados; de Isidro Garalde, Mamarru, otros nueve años controlando el aparato logístico, o de José Arregui, Fiti, que le sucedió siete años. Los mismos duró Iñaki Gracia Arregui, Iñaki de Rentería.

De mal en peor

La última oportunidad de comprobar esa irremediable reducción en los tiempos de aguante frente a la persecución policial la han propiciado las detenciones, el jueves pasado, de Ibon Fernández Iradi, Susper, y ayer, de Gorka Palacios. Éste ha permanecido al frente del aparato militar tan solo siete meses: los que median desde mayo hasta ayer.

Por su parte, Susper sólo llevaba a cargo de su cometido cuatro meses cuando fue detenido en diciembre del año pasado. Su fuga de la comisaría de Bayona le ha permitido prolongar su actividad un año más, pero parte de ese tiempo lo ha pasado inactivo (su caída tuvo unas consecuencias nefastas para la banda) y escondido. El anterior jefe, Juan Antonio Olarra Guridi, había estado año y medio al frente del aparato, y su predecesor, Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, un poco más, casi dos años. José Javier Arizkuren, Kantauri, había resistido seis años.

La parte civil de la izquierda abertzale recibe las sucesivas detenciones de los dirigentes etarras como algo irremediable. Añadidas a su ilegalización, las caídas acentúan la interiorización de falta de salida y la sensación de vivir, de golpe en golpe, el fin de una época, sin siquiera ser beneficiaria la izquierda abertzale de sus réditos.

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