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Tribuna
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Los hechos y las palabras

He pensado en reunir este amasijo de ideas y reflexiones en castellano, la lengua de un país vecino que aprendí en las calles de Tetuán, la antigua capital del Protectorado español en Marruecos, y a través de las emisiones de RTVE. Época lejana en que veíamos, mis numerosos hermanos y yo, desfilar en blanco y negro, en la pequeña pantalla de un viejo televisor comprado a crédito por mi padre, un mundo maravilloso lleno de películas, de series y programas; de variedad. Me acuerdo de que, cuando cantábamos con Manolo Escobar su famosa canción Y viva España, mi hermana Hayat se levantaba y, alzando la voz, nos animaba a rectificar y a gritar "y viva Marruecos". Era su manera de recordarnos que lo que salía en la pantalla no era nuestro. Pero nos apoderamos de esa cultura ajena. Hoy sé que había muchísimas familias del norte de Marruecos, como la mía, que seguían paso a paso todo lo que ocurría en España: las batallas futbolísticas entre el Real Madrid y el Barça, los últimos años de la dictadura, Adolfo Suárez, la Constitución y, por fin, la democracia. Confieso que hemos sido "contaminados" por todo lo que pasó durante ese periodo negro y mágico que los españoles llaman la "transición democrática". Había algo de celos y la ilusión de que todo lo que se tramaba en el otro lado del Estrecho se reproduciría algún día en Marruecos. ¡Qué larga ha sido la espera! ¡Y qué grande es la desilusión!

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El presidente del Gobierno español, José María Aznar, llega a Marruecos, un país donde el milagro de la democratización aún no se ha producido. Ciertamente, el "reino feliz" de Mohamed VI, como asegura la propaganda oficial, no es el país de los años de plomo de Hassan II. En algo hemos avanzado. La violencia política se utiliza con parsimonia y no hace falta cárceles secretas; basta una sala utilizada por la DST (Dirección de Vigilancia del Territorio), la policía política, "en los alrededores de Rabat". Es allí, cerca del zoo de Temara, donde se fabrican y se confiesan algunos "crímenes" que luego salen en portada en algunas publicaciones cómplices. En cuanto a las cárceles ordinarias, las visibles, en ella aún hay presos políticos: en Casablanca, Tetuán, Meknés, Kenitra, Ait Mellul y Salé. Y en esta última hay dos periodistas encarcelados, dos plumas condenadas a tres años de cárcel por no haber respetado, según el dirigente socialista Mohamed el Yazghi, "el equilibrio entre el derecho a la libertad y el sentido de la responsabilidad". ¡Vaya equilibrio más caro!

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Recientemente, otros tres periodistas han sido condenados a penas de prisión por haber igualmente perdido ese sentido del "equilibrio". Marruecos -¿o deberé repetir el "reino feliz" para no enfadar a algunos cortesanos?- se está convirtiendo en la nación magrebí con más periodistas entre rejas. Más que Túnez, que es experto en la materia. Aunque, por suerte, ¡Marruecos aún no es como Cuba! Aznar puede venir a expresar libre y pacíficamente sus ideas sobre el porvenir del Sáhara. Al pobre saharaui Ali Salem Tamek, haberlo hecho no le ha costado diez o veinte años de cárcel, sino "solamente" dos. Dos años para que el malvado se reeduque antes de ganar el derecho de ser aceptado en la gran asociación del pensamiento único.

Obviamente, hay que repetirlo, Marruecos no es Cuba, aunque algunos "servicios" han vuelto a las andadas después de permanecer años en la nevera. El otro día, el semanario Maroc Hebdo, una publicación que nadie puede tachar de subversiva o de no respetar el famoso "equilibrio", reveló que el último secuestro sobre el que se tiene noticia se realizó el 17 de mayo de 2003. Los compañeros de Maroc Hebdo han preferido no incluir en el cuento a los islamistas, algunos de ellos violados con botellas, o torturados de una manera refinada... Cuando el diario americano The Washington Post le preguntó, hace dos semanas, al consejero real André Azulay sobre la veracidad de algunas de estas informaciones, el poderoso funcionario, miembro de alguna que otra academia española, no ocultó esta realidad, explicando que era el precio que el Estado marroquí tenía que pagar para proteger "su democracia". Como diría Julio Anguita, malditas sean las democracias que se protegen ultrajando a la dignidad humana.

Otra dignidad ultrajada, la de los inmigrantes clandestinos que literalmente se suicidan en el estrecho de Gibraltar. Es un tema candente de las difíciles relaciones hispano-marroquíes. Pero Marruecos ha decidido por fin crear una dirección policial de migraciones que tendría como misión principal luchar contra las mafias y contener el flujo de migraciones hacia Europa. Resulta gracioso que el máximo responsable de la Dirección General, Hamidu Laanigri, sea el que declaró hace algunos años a dos reporteros de EL PAÍS que cada inmigrante clandestino que deja Marruecos es "una boca menos". Hay que suponer que el Papa de la seguridad, pública y secreta, en Marruecos ha revisado sus opiniones y ha llegado a la conclusión de que el problema de la inmigración no se resuelve cerrando los ojos en los puestos fronterizos, o lo que va a ser ahora la política oficial, machacando a miserables peones en busca de una vida mejor. Porque ni Estados Unidos, con todo su poderío económico, ha podido impermeabilizar su frontera con México; ni Israel, con todo el peso de su fuerza militar, ha impedido que los kamikazes palestinos penetren en su territorio. A la desesperación nadie la para.

Si los casi cuarenta ahogados del 25 de octubre pudieran hablar y contar las razones que les han llevado a fugarse de su propio país, se comprendería mejor el drama de la inmigración. Miseria, falta de perspectivas y miedo al futuro es el lote cotidiano de esos desesperados. A nadie se le escapó el hecho de que todos los kamikazes del 16 de mayo en Casablanca vivían en Sidi Mumen, quizás el barrio más pobre de la capital económica de Marruecos.

Aquí estamos lejos de la teoría que mantienen hoy los medios que analizan el terrorismo de Al Qaeda, y que presentan a los seguidores de Bin Laden como gente culta, educada y algunas veces de buena familia. En Marruecos, los que se suicidan en la bahía de Cádiz o en la casa de España no tienen diplomas, apenas saben leer y, en consecuencia, son caldo de cultivo para las mafias o los fanáticos de Alá.

Hoy, más que nunca, Marruecos necesita de una clase política competente, con ideas y proyectos, para canalizar la sociedad. Pero una de las herencias que dejó Hassan II a su hijo es la pacificación de sus viejos enemigos del Istiqlal y de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP). Ayer formaciones políticas potentes se han convertido en leones desdentados que viven del fruto de su pasado y pasan el tiempo batallando el uno contra el otro para adquirir puestos ministeriales o prebendas. El difunto rey estaba tan ocupado en destruir a sus acérrimos enemigos que dejó crecer bajo los minaretes el islamismo político, representado en la luz por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), y en la sombra por la asociación Al Adl Wal Ihsán (Justicia y Caridad) del jeque Abdeslam Yasín. Estos polos de atracción han crecido allí donde ha fracasado el Estado; es decir, en lo social, lo económico, lo religioso y hasta en el terreno de las ilusiones.

Hasta el tema del Sáhara, la madre de todas las batallas en Marruecos, se encuentra estos días decisivos huérfano de ideas nuevas y de propuestas políticas. Es evidente que la gran unanimidad con la que se ha respondido "no" al último plan de Kofi Annan esconde en realidad un gran miedo. Miedo a embarcarse en un proceso irreversible que Marruecos no podría controlar. Hay miedo, pero también falta de innovación por parte de un poder omnipresente que estima que la mejor manera de gobernar es manejando la porra. Éstas son algunas de las facetas del Marruecos de las ilusiones perdidas que visita Aznar. No dudo que el presidente del Gobierno, cuando sea recibido con té con menta, cuernos de gacela y sonrisas de circunstancia, alabará la buena marcha de Marruecos que avanza con pie firme por la senda de la democracia. Estoy casi seguro de que la ministra de Exteriores, Ana Palacio, vendrá también con palabritas sobre el "país libre" y la justicia independiente. Pero la realidad es otra. A Marruecos hay que ayudarlo con hechos, pero también con palabras. Los hechos son más inversiones, más cooperación y la puesta en práctica de ese acuerdo migratorio que iba a permitir a miles de marroquíes emigrar legalmente a España. En cuanto a las palabras, no hay que temer decirles a las autoridades del país que la dictadura acecha y que ya es tiempo de que los marroquíes sepan cuál es el camino que las autoridades han escogido.

Alí Lmrabet es periodista marroquí encarcelado en la prisión de Salé.

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