El tomate cooperativo

Uno entra en la cooperativa Carchuna La Palma y sale convencido de que los trabajadores tienen que asociarse y despeñar al patrón. La cooperativa Carchuna La Palma, situada en Motril (Granada), se dedica a la exportación de tomate Cherry. Los 550 trabajadores y sus hijos tienen clases de inglés y de informática gratis; los empleados diseñan su ropa para que sea cómoda, la empresa gasta millones en I+D y lo mejor es que sus beneficios no paran de crecer: exporta al año 46.000 toneladas de verduras y ya factura 72 millones de euros al año.

La historia de la cooperativa comienza en los años sesenta, cuando Franco expropia al Conde de Agrela las 600 hectáreas de palmeral que éste tenía junto a la playa de Carchuna. En 1968 llega el agua del río Guadalfeo y 600 familias de La Alpujarra se trasladan allí para trabajar la tierra. La historia es similar a la de El Ejido. En 1973, 34 colonos fundan la cooperativa. La empresa no marcha y en 1982, la cooperativa queda en manos de sólo 13 socios. La deuda es de 60 millones de pesetas. Entre esos 13 socios estaba Miguel del Pino, que es elegido presidente y ahí sigue.

La empresa vende una bolsa infantil para que los niños ingleses lleven el tomate al colegio

Para reflotar la cooperativa, Del Pino comienza a viajar por Europa a ver cómo se hacían las cosas. "Si veía a un camionero, le pedía que me llevara y a cambio le invitaba a comer". Un día de 1986, Del Pino descubre en Holanda el tomate Cherry, el pequeñito que se usa como exquisitez en muchas ensaladas. "No lo había visto en mi vida. Me explicaron que venía de Senegal y que se vendía muy bien. Pensé que nosotros podíamos hacerlo. Decidimos dedicarnos al tomate Cherry para exportarlo", relata ante la planta de 14.000 metros en la que de forma automática se envasa el tomate Cherry. A los dos años la cooperativa produce 30.000 kilos de tomate. En 2003, llegará a las 22.000 toneladas. El 97% de la producción va al Reino Unido, Suiza, Holanda, EE UU y Alemania.

Del Pino asegura que le gustaría vender en España, pero que no puede: "Aquí nos quieren pagar por el producto como si fuera un tomate normal y no puede ser". La cooperativa no produce un tomate normal porque hace 10 años apostó por la calidad. Del Pino explica que frente a los bajos precios de los países africanos decidieron invertir en innovación y en producir sin residuos. Cuando un agricultor quiere entrar en la cooperativa, tiene que recibir durante dos años cursos sobre buenas prácticas de cultivo.

En la cooperativa hay 200 socios y 550 empleados. Lo habitual es que haya más cooperativistas que empleados. Muchas cooperativas venden a granel, muchos de los beneficios se los lleva el que procesa el producto. La empresa vende los tomates limpios, secos, clasificados por tamaños y envasados en cajas pequeñas, listas para el supermercado. Todo el beneficio se queda en Motril. La semana pasada puso a la venta una bolsita de 125 gramos de tomate diseñada con dibujos para los niños. Se llama Tom Cherry y el objetivo es que los niños ingleses se lleven la bolsita al colegio.

Los empleados de la empresa, la mayoría mujeres, han diseñado la ropa de trabajo para que sea cómoda y han aportado sugerencias al desarrollo de la planta, muy automatizada y con poco trabajo pesado. La cooperativa contrata todo con otras cooperativas: desde la limpieza de su moderno edificio hasta el transporte de las verduras.

Uno de los logros de la empresa es que controla la trazabilidad, que consiste en poder identificar cada lote desde el productor hasta el transportista. Si hay un problema con una partida, la empresa puede localizar quién plantó el tomate, quién y cuándo lo procesó, etcétera. La Agencia de Alimentos de EE UU (en inglés, FDA) exige ahora este sistema para poder vender en el mercado estadounidense. Muchas empresas del sector corren ahora a implantar el sistema.

Carchuna lo tiene desde 2001 gracias al tomate inteligente. El tomate inteligente es una bolita de plástico del tamaño del tomate Cherry. Dentro lleva un chip tridimensional. En cada etapa de la producción, un escáner detecta el chip y le asigna un número. Al final de la cadena, una máquina imprime el código completo en cada cajita de tomates. Si hay un problema, el código dice a qué hora se recolectó el tomate y qué empleado estaba de guardia el día que se envasó.

El sistema es sencillo, pero el desarrollo ha sido complicado. "El chip que llevan estos sistemas es una pegatina, pero en este caso no podía ser porque el tomate es redondo. Hemos tenido que diseñar un chip tridimensional para que el escáner lo lea en todas las posiciones", explica Del Pino. Hecho eso, surgió otra pega: una vez convertido en esfera, y tras gastar 120.000 euros y dos años de trabajo, los investigadores vieron que el tomate inteligente rodaba por las máquinas más rápido que los tomates. Para poder seguir la trazabilidad, la bolita debía rodar a la misma velocidad que los tomates. Hubo que rediseñarlo para darle la misma densidad que un tomate.